
Volvió de regreso al puerto, caminó hasta el ancla y permaneció bajo su tímida sombra por si acaso tomaba él la decisión de retornar.
Sacó de la mochila gris el libro que le regaló y leyó el final una y otra vez, hasta aprender de memoria la longitud exacta de su querer.
Apenas levantaba la vista de las páginas. Sólo lo hacía si intuía el movimiento de un coche o volaban las gaviotas sobre los mástiles de los barcos amarrados a su noray. Tal vez lloraban o tal vez reían, pero sus gritos le hacían mirar siempre hacia el cielo.
La primera noche sintió frío. La segunda, apenas. Las siguientes, no lo pensó…
Aquí sigo,
ResponderEliminara tu sombra, leyéndote
entre calma y tormenta,
sentado en mi noray,
anclado a este puerto.
Un fuerte abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar