Y llegó junio. Un mes cargado de
flores que comenzaban ya a marchitarse con los primeros calores, unas tardes más
largas para compartir con amigos en terrazas plagadas de gritos de niños
correteando entre mesas, madres que gritaban a esos niños y padres que pasaban
de ellos y ellas para seguir eructando tras varias cervezas consumidas. Amigos
sin niños con esos padres, también consumiendo, en esas maravillosas tardes de
junio.
Y llegó junio, mientras Papá Noel
terminaba –o no- de morir colgado, no se sabe si acaso del cuello, en aquella
terraza que tanto necesitaba limpiarse. Quizás era un castigo divino por no
traer los regalos acordados a los niños menos favorecidos o tráfico de
influencias o cualquier otro delito cometido y de los cuales ya hoy estábamos
tan acostumbrados. No hay que olvidar que Papá Noel era funcionario, aunque
nunca se hablaba de ello y, quizás reivindicaba un aumento como tantos otros
que desafían al gobierno, dejándose morir lentamente en esa terraza y a la
vista de tantos sorprendidos que, como yo, no dábamos crédito por verlo aún
colgado casi en verano mientras las camisetas de hombreras ya circulaban por
las calles.
Y llegó junio. Aún con las
mañanas frescas, al levantarme, subía la mirada hacia la terraza de los vecinos
y, un Papá Noel ya calvo, sin gorro, y con un traje más naranja que rojo,
permanecía callado mirando a la pared. No sabría decir si respiraba, aunque
intuía que sí, pues de otra manera alguna de las autoridades del gobierno
habría enviado al juez de guardia para el levantamiento del cadáver. Una cosa
me quedaba clara, este Papá Noel no aguantaba colgando otros seis meses hasta
Navidad. Quizás el cordel que lo sujetaba sí, porque una madrugada, al estirarme
para intentar cortar la cuerda, me di cuenta que estaba sujeto con una brida de
nailon. Pero de aquí a seis meses, lo único que quedaría sería un traje
desteñido inespecífico colgando, pues este pobre hombre estaba sequito, pálido
y sin pelo.
Me pregunto que debe de sentir un
Papá Noel en desuso. Cuál es su cometido cuando, una vez pasada la fiesta de reyes,
continúas mes tras mes colgando de una terraza, cogiendo tierra y siendo comido
por el sol. ¿Continuará la inocencia de los niños cuando sigan viendo ese
pingajo colgando, cuando en los meses de diciembre se llenan de felicidad al
verlos todos nuevos a estrenar colgados de cada ventana? ¿Continuarán los
pobres infelices creyendo en algo mágico, cuando lo único que ven es auténtica
basura olvidada de un cable en la terraza?
Y llegó junio, y no me he
decidido aún si hablar con los vecinos para recordarles que ya pasó la Navidad,
la Semana Santa y llega el verano, para que Papá Noel descanse por fin en su
caja de cartón hasta la próxima Navidad. No me decido. Y es que ellos también
tienen un niño, y no quiero romper la magia que provoca Papá Noel. Ese Papá
Noel calvo, sin gorro, de color naranja, sucio,… Papá Noel de los pobres, le
llamo yo…
Y llegó junio, y tengo el propósito
de, si la próxima Navidad sigue ahí, adoptarlo. Será mi buena acción de
Navidad.
©Mario M. Relaño
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