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Con la ayuda de sus libros llegó a lo más alto, Mónica de Silva |
Tu historia comienza aquella
mañana de sábado cargada de dudas entre sí esperarme o huir, entre pensar que
no me atrevería o que hacer si acaso era capaz de atreverme.
Mi historia comienza mucho
antes, cuando constantemente te suplicaba que pusieras texto a nuestro
maravilloso cuento de “era sé una vez que…”
Las historias se juntan en una
sola en la trasera de una antigua ermita donde tú mirándome y yo
reconociéndote, nos damos cuenta que las letras saldrían solas y que de ellas podría
salir el cuento más bonito del mundo.
Pero en todo cuento hay malos
y buenos, ogros, brujas y peligros, en definitiva, piedras que habrá que ir
apartando del camino para llegar finalmente a comer perdices y ser muy felices.
Todo fue bien. Caminamos, nos
hablamos, nos contamos y en ocasiones los roces eran demasiado intencionados
como para pensar que aquello era un error. No lo era, no lo sería si ninguno de
los dos estaba dispuesto a pensarlo.
El sol calentaba, el ambiente
ardía hasta doler. Así estábamos hasta que el sonido inoportuno del teléfono
nos indicaba que el capítulo primero del cuento terminaba.
Pasando páginas e
ilustraciones, llegamos al capítulo segundo, donde la historia se centra en un
bonito parque arbolado, viendo llegar a niños recién salidos del colegio,
padres que les acompañan, deportistas que queman grasas y refuerzan sus
músculos e incluso alguna señora perdida, dando vueltas constantes alrededor de
la farola.
Mientras, nosotros, charlamos
y nos reímos a la entrada de ese parque, juntando las manos como si de novios
se tratara.
El viento hace que las páginas
salten de dos en dos, demasiado deprisa, algunas veces muchas juntas,
perdiéndonos parte del cuento, hasta parar en el último capítulo donde los dos
nos encontramos en un camino solitario bajo la lluvia buscando un lugar donde
resguardarnos. Divisamos un arbusto, en principio tupido e inaccesible, pero
cortando viejas ramas secas conseguimos cobijarnos debajo mientras miramos la
lluvia ya cada vez más débil.
El silencio nos envuelve, roto
sólo alguna ráfaga de viento. Algo ha pasado entre nosotros que no percibo. Se
intuye el final de una historia que nunca debió comenzar.
El regreso hacia casa se
desarrolla entre risas pero sabiendo que serán las últimas.
Un simple adiós da por
terminado el día.
Al cuento le faltan las
últimas páginas. No sé si alguien las rompió o quizás es que nunca se
escribieron. Fuera como fuese, se intuye que nada importante habría escrito en
ellas. Es fácil dejarlo en la estantería y coger una novela. Esta vez será del
lejano oeste.
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