La nueva guerra mundial del siglo XXi

>> domingo, 22 de marzo de 2020



#Yomequedoencasa ha sido uno de los eslóganes que escuchamos a diario en esta guerra silenciosa que hoy estamos viviendo.
La mayoría de nuestras generaciones no hemos pasado por una guerra atroz, con miles de muertos y confinamientos en casa. Pero los que hoy son más vulnerables a este virus, los más mayores, conocen de primera mano cómo eran esos confinamientos y los muertos sepultados en cementerios sin gente y apenas llorados. Como fue la guerra y como la postguerra. Aquellas eran otras guerras, más antiguas.
La guerra moderna como la que está sufriendo ahora el planeta es una guerra silenciosa, sin bombas ni disparos. El silencio aturde. Vemos a nuestros vecinos por las terrazas pero no podemos visitar a nuestras madres. El ejército patrulla las calles antes atestadas de coches. Vemos hombres vestidos de blanco  irreconocibles con mascarillas, desinfectando algo que nuestros ojos no son capaces de ver. El silencio , tras los días encerrados, también regresa poco a poco a nuestros hogares, sólo roto en aplausos con manos que ya duelen.
Es nuestra guerra, la nueva guerra mundial del siglo XXI, la que acabará con muchos miles de personas, pero la que, según los más optimistas, nos hará mejores a los que sobrevivamos.
Es nuestra guerra, la de todos, la del grito unánime de #yomequedoencasa para intentar pararla con las armas que poseo, mis pobres pero tan importantes armas. Por eso así, cuando acabe todo y pongamos un pie en la calle, sonreiremos y contaremos ya de mayores a nuestros nietos, que nosotros también luchamos en esa guerra.
Por eso, hoy lucho en esta batalla y #yomequedoencasa.

©Mario M. Relaño 2020

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El Adagio de Albinoni

>> domingo, 8 de marzo de 2020




No fue la mañana en la que, mientras caminaba, vi en la acera de enfrente a un chino arrascándose los testículos. No fue aquella mañana donde la chica chocó con el señor que descargaba leña de la furgoneta.  Cuando giré la cabeza, el chino no se arrascaba nada, tan solo buscaba las llaves en el bolsillo para poder entrar en casa. Y, siendo el señor el que se giró con la leña sin mirar, la chica fue quien se agachó a por la leña caída pidiendo en  reiteradas ocasiones perdón.
No, no fue aquella mañana sino la siguiente, cuando mientras planchaba puse en el ordenador el Adagio de Albinoni y, dejándome absorber por esa bella música creí ver como Hauser eyaculaba mientras tocaba el chelo. No, tampoco era cierto que eyaculara, aunque viendo aquella cara cualquiera hubiera pensado que yo veía porno mientras planchaba. O quizás de alguna manera sí eyaculaba de placer Hauser con aquella hermosa canción que él tenía la habilidad de hacer sonar en su chelo. Le miré fijamente y él sudando, movía la cabeza hacia los lados y acariciaba el instrumento. Era un precioso Adagio. Era el chelo de Hauser.
No fue aquella mañana. No eyaculaba. Tan solo él era un afortunado por poder interpretarla y yo por poder escucharla.

©Mario M. Relaño 2020

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