El cuento sin páginas

>> domingo, 6 de marzo de 2022

 

Con la ayuda de sus libros llegó a lo más alto, Mónica de Silva

Tu historia comienza aquella mañana de sábado cargada de dudas entre sí esperarme o huir, entre pensar que no me atrevería o que hacer si acaso era capaz de atreverme.


Mi historia comienza mucho antes, cuando constantemente te suplicaba que pusieras texto a nuestro maravilloso cuento de “era sé una vez que…”


Las historias se juntan en una sola en la trasera de una antigua ermita donde tú mirándome y yo reconociéndote, nos damos cuenta que las letras saldrían solas y que de ellas podría salir el cuento más bonito del mundo.


Pero en todo cuento hay malos y buenos, ogros, brujas y peligros, en definitiva, piedras que habrá que ir apartando del camino para llegar finalmente a comer perdices y ser muy felices.


 

Todo fue bien. Caminamos, nos hablamos, nos contamos y en ocasiones los roces eran demasiado intencionados como para pensar que aquello era un error. No lo era, no lo sería si ninguno de los dos estaba  dispuesto a pensarlo.


El sol calentaba, el ambiente ardía hasta doler. Así estábamos hasta que el sonido inoportuno del teléfono nos indicaba que el capítulo primero del cuento terminaba.


 


Pasando páginas e ilustraciones, llegamos al capítulo segundo, donde la historia se centra en un bonito parque arbolado, viendo llegar a niños recién salidos del colegio, padres que les acompañan, deportistas que queman grasas y refuerzan sus músculos e incluso alguna señora perdida, dando vueltas constantes alrededor de la farola.


Mientras, nosotros, charlamos y nos reímos a la entrada de ese parque, juntando las manos como si de novios se tratara.


 


El viento hace que las páginas salten de dos en dos, demasiado deprisa, algunas veces muchas juntas, perdiéndonos parte del cuento, hasta parar en el último capítulo donde los dos nos encontramos en un camino solitario bajo la lluvia buscando un lugar donde resguardarnos. Divisamos un arbusto, en principio tupido e inaccesible, pero cortando viejas ramas secas conseguimos cobijarnos debajo mientras miramos la lluvia ya cada vez más débil.


El silencio nos envuelve, roto sólo alguna ráfaga de viento. Algo ha pasado entre nosotros que no percibo. Se intuye el final de una historia que nunca debió comenzar.


El regreso hacia casa se desarrolla entre risas pero sabiendo que serán las últimas.


Un simple adiós da por terminado el día.


 


Al cuento le faltan las últimas páginas. No sé si alguien las rompió o quizás es que nunca se escribieron. Fuera como fuese, se intuye que nada importante habría escrito en ellas. Es fácil dejarlo en la estantería y coger una novela. Esta vez será del lejano oeste.



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