Jaquecas

>> sábado, 7 de diciembre de 2024

 

El dolor de cabeza, George Cruikshank


Él estaba solo. Yo estaba solo. Sólo en ocasiones las charlas sin final nos unían por unas horas.


Un día me llama para decirme: estoy mal, la cabeza me estalla.


 

Ofrezco mi ayuda, pero él es demasiado independiente para aceptarla.


 

Sin más, y recordando que guardaba la llave de su casa que un día me dio a guardar, entré silencioso rompiendo su privacidad con mi botiquín de emergencias.


Él aparecía ante mí estirado en la cama y con la almohada tapando su cabeza. El dolor parecía que le vencía. Saqué mi droga más potente y, ante su asombro, le hice tragarla con agua. Quedó dormido –quizás desmayado. Sabía lo que vendría a continuación así que busqué por la casa un cubo y me acerqué a su cama. Al rato, tal y como esperaba, sus vómitos oscuros salieron de su boca a borbotones. El vino acumulado en su interior tras nuestro último encuentro, le había producido la mayor jaqueca jamás contada.


Quedó nuevamente dormido y así quedaría por unas horas.


 

Aproveché y, sacando varias cosas de la nevera, cociné para él una sopa. Sería su mayor reconstituyente.


La mesa quedó preparada -esta vez sólo agua, nada de alcohol. Una nota apoyada en el plato le decía que calentara la sopa y la tomara a pequeños sorbitos.


Me fui y cerré la puerta con la misma llave con la que había abierto.


 

Al día siguiente, nos encontramos a las cinco y media de la tarde frente a su puerta. Él me preguntó nada más fuerte por esa maravillosa droga.


 


©Hisae 2024


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No era ella

>> domingo, 20 de octubre de 2024

La anciana, Esther María Antonello

 

NO ERA ELLA


 


Me quedé mirando su cara arrugada y me di cuenta que, a la persona que sujetaba para tratar de hacerla caminar, no era ella.



No, no era ella. Tampoco sé quien era o en quien se había convertido. Sólo sé que esa persona a la que cuidaba no era la de la siempre. Peor aún es no recordar cómo era la anterior. Se había degradado tanto en los últimos años que ya no la reconocía.



Ahora me limitaba a que llegara su muerte, aunque me consta que ella era feliz viviendo. Esperaba con ella a mi lado. La miraba, sé que la quería, pero su físico me era desconocido.



Cuando ya no esté, temeré que empiecen las nieves y los copos cubran todas las lápidas blancas del cementerio. La suya será blanca, como casi todas. Y si acaso todo queda cubierto de nieve, no sabré donde está y será entonces cuando la haya perdido para siempre.



Odiaré el invierno. Odiaré la nieve. Odiaré que ya no esté conmigo.




©Hisae 2024



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Monotonía

>> sábado, 14 de septiembre de 2024

 

Monotonía, Roberto Batista



Hay ocasiones que no siento ninguna pasión por el día,


nada en absoluto,


y me apago sin remedio


como se termina apagando la llama de la vela


si la ventana queda abierta en noches de viento.



 

La monotonía, ese enemigo implacable del que nadie,


en alguna ocasión,


escapa.


Esa supuesta zona de confort, en realidad, es un arma de doble filo.



 

Tienes que levantarte otra vez, seguir luchando –me dicen.


Y es cuando me fuerzo a revisar y reemplazar


costumbres  y apegos.


 

Son ciclos que van y vienen.


En cualquier momento surjo de mi espesura


-lo sé, ya lo he vivido antes-,


escuchándome a mí mismo


y escuchando cada vez que tú me hablas con mis propias respuestas.



 

©Hisae 2024


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Peter Pan

>> domingo, 9 de junio de 2024


© Creativemarc

Nacido niño para morir niño,

su corazón de Peter Pan se paseaba entre nosotros durante el día


para dormir en su cama siestas de tarde y noche, junto a cuatro angelitos que le velaban.


Era el cuerpecito suyo muy liviano,


casi de princesa,


y a pesar de sus treinta y tantos, era niño en cada uno de sus temores.


Escondía bajo la almohada lo que no quería mostrar al mundo


pues eso le implicaría ser adulto, y él no quería;


no quería crecer


aunque su deseo aumentara al mismo ritmo que su barba.


Hería mis sentimientos cada vez que lo pensaba


pero, para mí, tocarlo era acunar su cuerpecito


y dejarle marchar a sus juegos, tras horas exiliado en nuestro feo mundo,


su libertad.


Nunca quise encender la luz –así me lo pidió-


para que no se asustara,


le complacía como él quería,


con juegos de palabras,


con abrazos robados,


con historias inacabables,


porque su corazón se rebosaba y su alma, desnuda, le avergonzaba.


Un día –temí- se quedaría solo,


sacaría sus secretos de la almohada y yo no estaría.


Nadie más entendería su resquemor,


y él moriría de viejo


sin haber amado,


sin haber sentido,


sin haber mojado sus labios


del agua de otras bocas.


Y la historia de Peter Pan nos parecerá fea


como feo es que todos los Peter Panes del mundo


callen sus miedos


y que los espectadores miremos sin aplaudir,


sin ofrecerles una mano cuando la insinúan,


aunque sigan aislados y cerrados en su cuarto de juegos,


si así ellos lo desean.


 


©Hisae 2024

 

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Odio los labios impenetrables

>> domingo, 2 de junio de 2024

 

El beso, Gustav Klimt

En ocasiones recelo de lo que dije y me fustigo a mí mismo con noches de desvelos. Creo que me desvivo en mis quehaceres y, aún así, no consigo mis propósitos. Bien es cierto que muchas veces elegimos propósitos imposibles, pero nunca creí en lo fácil. Todo conlleva una lucha para internar alcanzar lo que tanto nos interesa. Pero fracaso tras fracaso me enfrasco en decidir si lo estoy haciendo mal y lo puedo conseguir de otra manera, o realmente no hay forma posible de llegar a esa meta.



Cada día está cerca de mí. Apenas son cinco minutos, pero esos escasos minutos son suficientes para que mi día sea o no recompensando. Suelo jugar con las palabras y las miradas y es recíproco el juego. Me da la mano y yo le tomo el brazo entero. Porque ese es mi deseo. Se deja acariciar pero huye como animal asustadizo a la par que astuto. Me abandona en mi madriguera, aunque no sea conejo. Me deja con la trama de lo que será mañana pero que intuyo nunca llegará.



Un día decidí dar un golpe en la mesa. Su mirada juguetona no sirvió esta vez  cuando el acercarme provocó que sus labios húmedos se secaran y que su relajada posición se tensara ante la proximidad de mis palabras. No hubo besos ni abrazos, fue deseo contenido y estoy seguro que por parte de ambos. No soy su fulana y una buscona.  Sólo mi deseo es suyo y, si ha de concluir, lo zanjamos para siempre.



Pero ya no habrá más golpes en la mesa. Nada de desvelos. Odio la palabra amistad cuando quién la pronuncia no conoce su definición. Odio los labios impenetrables, conservándose vírgenes para no se sabe quién, y que quizás mueran secos. Odio abrazos mal dados, sin caricias ni cariño, simplemente para inhalar las últimas gotas de mi perfume.



No quiero que vuelva si sólo soy su pasatiempo. Prefiero desvelarme días completos para finalmente conseguir dormir una noche entera.



 

©Hisae2024


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Pobre Papá Noel

>> sábado, 1 de junio de 2024


 Y llegó junio. Un mes cargado de flores que comenzaban ya a marchitarse con los primeros calores, unas tardes más largas para compartir con amigos en terrazas plagadas de gritos de niños correteando entre mesas, madres que gritaban a esos niños y padres que pasaban de ellos y ellas para seguir eructando tras varias cervezas consumidas. Amigos sin niños con esos padres, también consumiendo, en esas maravillosas tardes de junio.



Y llegó junio, mientras Papá Noel terminaba –o no- de morir colgado, no se sabe si acaso del cuello, en aquella terraza que tanto necesitaba limpiarse. Quizás era un castigo divino por no traer los regalos acordados a los niños menos favorecidos o tráfico de influencias o cualquier otro delito cometido y de los cuales ya hoy estábamos tan acostumbrados. No hay que olvidar que Papá Noel era funcionario, aunque nunca se hablaba de ello y, quizás reivindicaba un aumento como tantos otros que desafían al gobierno, dejándose morir lentamente en esa terraza y a la vista de tantos sorprendidos que, como yo, no dábamos crédito por verlo aún colgado casi en verano mientras las camisetas de hombreras ya circulaban por las calles.



Y llegó junio. Aún con las mañanas frescas, al levantarme, subía la mirada hacia la terraza de los vecinos y, un Papá Noel ya calvo, sin gorro, y con un traje más naranja que rojo, permanecía callado mirando a la pared. No sabría decir si respiraba, aunque intuía que sí, pues de otra manera alguna de las autoridades del gobierno habría enviado al juez de guardia para el levantamiento del cadáver. Una cosa me quedaba clara, este Papá Noel no aguantaba colgando otros seis meses hasta Navidad. Quizás el cordel que lo sujetaba sí, porque una madrugada, al estirarme para intentar cortar la cuerda, me di cuenta que estaba sujeto con una brida de nailon. Pero de aquí a seis meses, lo único que quedaría sería un traje desteñido inespecífico colgando, pues este pobre hombre estaba sequito, pálido y sin pelo.



Me pregunto que debe de sentir un Papá Noel en desuso. Cuál es su cometido cuando, una vez pasada la fiesta de reyes, continúas mes tras mes colgando de una terraza, cogiendo tierra y siendo comido por el sol. ¿Continuará la inocencia de los niños cuando sigan viendo ese pingajo colgando, cuando en los meses de diciembre se llenan de felicidad al verlos todos nuevos a estrenar colgados de cada ventana? ¿Continuarán los pobres infelices creyendo en algo mágico, cuando lo único que ven es auténtica basura olvidada de un cable en la terraza?



Y llegó junio, y no me he decidido aún si hablar con los vecinos para recordarles que ya pasó la Navidad, la Semana Santa y llega el verano, para que Papá Noel descanse por fin en su caja de cartón hasta la próxima Navidad. No me decido. Y es que ellos también tienen un niño, y no quiero romper la magia que provoca Papá Noel. Ese Papá Noel calvo, sin gorro, de color naranja, sucio,… Papá Noel de los pobres, le llamo yo…



Y llegó junio, y tengo el propósito de, si la próxima Navidad sigue ahí, adoptarlo. Será mi buena acción de Navidad.



©Mario M. Relaño

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Postales

>> sábado, 16 de marzo de 2024

 

Una representación del bloqueo del escritor, Leonid Pasternak


Nunca es tarde para enviar una postal. Siempre es un buen momento. Lo debería de recetar el médico.

Lo importante es que tu buzón no esté en la calle para que cuando la recibas, si llueve, no se borren las letras y escurran como lágrimas.


©Mario M. Relaño2024



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