Dolores de años

>> domingo, 27 de septiembre de 2020

Anciano, de Nacho Puerto

Lo dije cien veces, pero otras cien veces me tragué mis palabras. Mi dolor era mío, de nadie más, nadie por mí lo sentiría ni yo quería que lo hicieran. 
Que estaba solo lo sabía desde que nací. A mí alrededor pasó gente, unos sólo saludaron, la mayoría ni eso, alguno consiguió robarme un beso, pero toda aquella gente me dejó en el momento que sonaba la música en alguna otra parte. 
La ilusiones siempre las dejaba en la puerta y las recogía tan pronto salía por la mañana. Dos veces creí tocar el cielo y una me inventé un éxtasis. Pero al terminar el día, nuevamente, todo eso lo dejaba en la entrada para al menos poder dormir tranquilo.
La mañana siguiente era lo mismo que el día anterior, y la noche tan oscura como todas. 
Empecé a dejar una llave escondida debajo del felpudo pues así hacían en mis películas favoritas, pero sólo una persona se atrevió a cogerla, abrir la puerta y entrar. Durmió a mi lado tres noches, pero a la cuarta perdió la llave y nunca tocó el timbre para no despertarme. 
Ahora que me hice viejo, que mi cuerpo me recuerda constantemente los huesos que tengo, los músculos que antes no tenía atrofiados y que tengo colocadas mis pastillas por colores, ahora digo, me remontó a lo que pude tener y nunca tuve, a lo que quise pero nunca me atreví y cuando me atreví, me consolaron con un abrazo mientras lloraba por desear imposibles. 
Hoy que soy menos joven que ayer, escribo en silencio para contar a nadie lo que me duele. Mi dolor es mío, lo sé. No escribo para compartirlo, ni siquiera para quejarme. Escribo porque es lo único que me queda antes de renacer. 

©Hisae 2020

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Pandemia

>> domingo, 20 de septiembre de 2020

 

El Hijo del Hombre, René Magritte

La pandemia había durado demasiado, duró tanto que sólo recordaban el inicio de ésta escuchando los noticieros en cada conmemoración de la efeméride.

Aquella mañana iba a ser diferente. Al levantarse, todos los ciudadanos escucharon lo mismo: “el virus había sido derrotado”. No más distancia de seguridad. No más mascarillas. La vida volvería a la auténtica normalidad.

Pero para Daniel no fue un día de celebraciones. Al quitarse por fin la mascarilla de la cara y mirarse al espejo se dio cuenta realmente de cuánto había durado esta pandemia. Su rostro se había borrado totalmente. Ya no tenía cara, tan solo unos ojos que miraban atónitos. La sonrisa que le caracterizaba no estaba e incluso su color moreno estaba blanquecino.

No obstante, aquel día como todos, tenía que salir de casa para ir a trabajar. Y cuál fue su sorpresa al ver que todos aquellos que caminaban por la calle tampoco tenían rostro. Todos se miraban unos a otros. Nadie decía nada. La expresión de sus ojos –que no pudo ser borrada- lo decía todo.

En el noticiero de la noche lo aclararon. El verdadero virus había sido la mascarilla. Con el tiempo, ésta había conseguido comerse la cara de las personas. Ahora, se necesitarían más de dos años para conseguir la vacuna.

 ©Hisae

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