Ilustración: Carlos López Terán
©Hisae 2012
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Desconozco su presente y por
supuesto su pasado. No me importa nada su futuro si acaso lo tuviera. Hace
apenas unos minutos que llegó al borde mi cama y ha sido nuestro primer
encuentro. No puedo hablar mal de él. Tampoco bien. Permanece callado mirándome
como si la cosa no fuera con él. Yo le veo excesivamente pálido, no sé cuanto
hace que no se mira al espejo.
Estoy por decirle algo, pero
espero paciente, pues al fin y al cabo, ha sido él el que entró en mi
dormitorio sin avisar.
No me gusta el diseño de
vestimenta que ha elegido para venir a visitarme; parece recién levantado de la
cama. Viste tan blanco, que se confunde con la palidez enfermiza de su rostro,
si acaso a esa cosa con dos ojos se le puede llamar rostro.
Mira, me está empezando a caer
mal. Me despierta de mi sueño, me baja la erección, y permanecemos los dos como
pasmarotes mirándonos.
Mejor me levanto, subo la
persiana y le pido explicaciones. No me gusta que interrumpan mi intimidad.
Odio a los fantasmas que nacen
y mueren en el transcurso de un minuto. Aparecen para joder al personal y sin
mediar palabra, desaparecen según subes la persiana. Los rayos del sol les
intimida. Quizás ya no llegan a asustar como antaño.
¿Asustar? En la época de las
tecnologías, esos seres paliduchos vestidos con sábanas blancas, dejaron de ser
el tormento de los niños. Ellos nunca quisieron renovarse. Y ahora, creo que
aparecen en nuestros dormitorios sólo por nostalgia.
Ella fue demasiado lista, al
tiempo que un poco ignorante. Al despertarse y encontrárselo al pie de su cama,
no lo dudó un instante y lo colocó como sábana bajera de su cama. El fantasma
no tuvo escapatoria al quedar sujeto entre el colchón y el somier.
Eso sí, ella no volvió a pegar
ojo cada vez que el fantasma gemía por su encierro. Al fin y al cabo, él era un
alma libre.
La chica pelirroja de las trenzas
>> sábado, 15 de diciembre de 2012
Cuadro: Kimeta Castañe
©Hisae 2012
No pasaba nada; todo era como
lo fue el día anterior y como seguramente sería el día de mañana. Encontrarse
un grifo que goteaba era lo más parecido a la normalidad en su vida. No haberlo
era casi hasta cómico.
Se levantó demasiado temprano
para intentar terminar ese libro que se le resistía y devolvérselo al fin a su
querida vecinita; esa que le provocaba tocándose las trenzas pelirrojas que
colgaban desde su redonda cabeza.
Puso la cafetera en el fuego y
mientras esperaba que saliera el café y lavaba un vaso sucio, pensó si acaso la
vida había sido injusta para él o fantástica para el resto.
Bebió hasta saciar su sed nocturna,
mojó una magdalena en el café con leche y tirándose en el sofá, dejó que el día
creciera para que no le acusaran de noctámbulo.
Las estrellas, si acaso las
hubo, tendieron a difuminarse con el frescor de la mañana, y el azul oscuro del
cielo se aclaró tan pronto como le rozó el cacareo de unos gallos encerrados en
algún corral cercano.
- Te devuelvo el libro -le dijo casi a susurros.
- No hace falta; te lo regalé.
- No lo quiero. Ya me quedo con lo que me interesa.
- ¿Y qué es lo que te interesa?
- Ver cómo te derrites por mí cuando estoy delante.
Cerró la puerta de golpe,
haciendo el ruido que no había hecho antes. Se metió corriendo en la cama,
sonriendo y pensando que ella seguía detrás del muro de su descaro. Pero no era
así; ella llamó a la puerta del grasiento vecino de la izquierda y con su mejor
tocamiento de trenzas, le prestó el libro que tan usado ya tenía.
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Relatos
Lo que cunde la Navidad
>> domingo, 9 de diciembre de 2012
Es cuando llegan estas fechas de
diciembre, preparados para tirar el calendario que lleva un año colgado de la
cocina, cuando parece que todos descongelan ese corazón helado que guardaban celosamente dentro de su cuerpo amortajado y se dedican a regalar paz y amor
cual angelitos, como si eso quitara el hambre.
¿Qué me queda a mí de la
Navidad y que es ahora la Navidad?
Me queda la ternura del
pasado, el recuerdo, la memoria de una niñez donde la Navidad nos la pintábamos
nosotros del color que soñábamos. Y siempre era hermosa. Aún no existían los
periódicos para nosotros, las malas noticias, ni nuestra madre jamás lloraba
cuando estábamos junto a ella. Nuestra única preocupación era si realmente nos
traerían regalos o por el contrario, carbón.
En el presente quedan unos
tragos de más.
Hoy me he dado cuenta que no
está tan mal esa Navidad de la que siempre he renegado en mi madurez. No ha de desaparecer
como yo pensaba antaño (rectificar es de sabios) aunque algunos nos quieran
robar la mula y el buey. Ha de quedarse por dos razones: primero, por los
niños. Ellos son los grandes protagonistas de la Navidad. Ellos son quien más
la gozan y, nosotros, deberíamos prolongar esa ilusión en el tiempo.
Segundo, porque es en esta
fecha cuando al fin, después de varios meses con el alma encogida en un puño por
la crisis, vemos gentes por las calles, comercios más o menos llenos, oímos
música, ... estamos algo más desconectados del televisor y de los periódicos, y
nos lanzamos a la calle sin importar que el presupuesto sea mínimo, para hacernos
creer a nosotros mismos que todo nos va bien.
Los comercios casi repletos
nos hacen olvidar todos estos meses que llevamos viéndolos vacíos y algunos ya
clausurados. Creemos que la Navidad, al fin, ha solucionado todos nuestros
problemas.
Sí, es Navidad. Por favor, salgamos
a la calle, gastemos, miremos las horrorosas luces que cuelgan de lado a lado,
y creámonos niños al menos una vez más.
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Fragmentos de mi vida,
Reflexiones
Ignorancia
>> domingo, 2 de diciembre de 2012
Foto: Las cuerdas de la ignorancia (Fredo)
Se empeñan y culpan a la tristeza por no ser bella
y creen que llorar pudiera ser morir.
Piensan que se trata de vivir riendo
y se alejan de otra forma de hermosura
por desconocimiento.
Pero tener el poder de penetrar en la tristeza
puede ser un arma para limpiar esos ojos
y que ellos puedan admirar lo que hasta entonces tenías
prohibido.
Bandera de sensibilidad y delicadeza,
colores agrisados, agua, añoranza,
deseo del tener y no poder,
puente entre cualquier mar y tierra,
una orilla que jamás habrías pisado
si esa tristeza no te hubiera encontrado.
Huyes de lo que desconoces,
dejas de beber
como de dormir por no saber,
piensas que ya has dado y no te corresponde repetir.
No importa esa soledad que casi siempre aparece
si sabes aprovechar de ella
el silencio, el color,
un mundo sin competidores.
Una vida donde tú quieras.
La tristeza,
esa reseña que habrás algún día de probar
y que con la lección aprendida,
disfrutarás
como aquella tarde que te marchaste porque quisiste
y hoy
evitas recordar.
La tristeza
que te colma de eso que te atemoriza
pero defino hermosa.
Lo bello y el temor a lo desconocido.
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