Bacanal

>> viernes, 26 de marzo de 2021

 

Bacanal, de Giulio Carpioni

Estaba solo,


esperando a no sé quién o a qué,


pero seguía aquí sin marcharme, solo, esperando.


La muerte no llamaba.


Si es cierto que los pájaros se escuchaban de fondo


y que al viento le dio por soplar,


no sé si preludio de algo bueno.


Dos serían multitud,


aunque en mi sueños las bacanales en honor al dios desconocido Baco


eran de muchos,


quizás decenas.


Mi dios Baco era sin alcohol, la edad no me lo permitía,


y las mujeres eran hombres travestidos


de nobles de la Edad Media, con calzas y túnicas


y calzoncillos que lavaban con asiduidad.


Pero eso sólo era mi sueño;


mientras


yo seguía solo, esperando a no sé quién o a qué,


rodeado del gorjeo de los pájaros.


Solo,


como si el viento no me hubiera visto


y en su arrastre me quisiera llevar lejos.


Sólo,


porque mi edad equivalía a soledad,


y mi destino era morir solo,


en una cama que no era la mía,


si acaso la muerte me llamaba.


©Hisae

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La noticia

>> jueves, 18 de marzo de 2021


 Permanecía de pie tal y como se encontraba cuando él empezó con su verborrea.


No hizo mención de sentarse, ni siquiera de estremecerse, a pesar de que le confirmó lo que ella llevaba tanto tiempo sospechando. Le miraba directamente a los ojos, no pestañeó en ningún momento.


Cuando terminó el fastidioso anuncio, el silencio impregnó la habitación. Sólo se escuchaba el quejido de un gato maullando que debía estar en celo, pues la ventana seguía abierta desde la mañana.


Ella dio unos pasos, cerró la ventana para no escuchar al fastidioso minino y dirigiéndose  hasta el fregadero  abrió el grifo para continuar fregando los pocos platos que había del desayuno.


Él, desconcertado por su silencio, le preguntó qué opinaba. Ella no opinaba, le dijo.


Abrió la puerta con mención de marcharse, pero ella se acercó por la espalda agarrándole el cinturón del pantalón. Al girarse sobresaltado, le clavó un cuchillo de cocina en la barriga, una, dos, tres veces... Él permanecía con los ojos muy abiertos y, cuando al fin un hilo de sangre salió por la comisura de sus labios, cayó al suelo en medio de un gran charco rojo.


Ella, se lavó las manos y siguió fregando.

 


©Hisae

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