La idea
>> domingo, 27 de septiembre de 2009
He matado por una idea, y me llaman asesino.
Espero que al menos la idea valga la pena –le dije a mi imagen reflejada en el metálico cenicero. Aunque yo, realmente, sólo quise volver a tocar el piano. Siempre me fascinó el juego sexual de unas teclas blancas y negras. La perfecta igualdad de una idea que vino serena y hermosa, después. Ni siquiera escondí el arma. Mi mirada era oscura como el luto que predominaba en aquellos instantes. Una vaga idea bien valía una lágrima.
¿Cuéntame el secreto de tus guiños, de los colores de unos ojos ciegos? –fue lo único que se me ocurrió decirle.
La idea permanecía borrosa y confusa aunque legible en mi papel, apenas unos folios blancos mojados en las esquinas por el coñac derramado, que bien podrían estar éstos enfrascados en formol.
No me imaginé el odiar a mi idea por el tacto del piano; no quise sentir el dolor de la música.
Miraba a la idea fijamente, transcrita una y otra vez en cada uno de mis papeles. La idea no me decía nada. Era una idea muerta.
No sé si sería capaz de volver a escribir un verso. Mis poemas, como cualquier arte, no tenían vida, eran un engaño. Letras sin linaje agrupadas en una caja de madera.
Vasos bebidos con pintalabios. Sangre en el rellano. Una idea muerta en un trozo de papel. Un poeta suicidado por la segur de la luna.