Fotografía: Kopcynski-Adam
©Hisae 2014
Son esas horas muertas las que me condenan
a tejer sentido a mis pensamientos,
por cada una de las horas que cuelga del gran reloj de la
cocina
y que me recuerda constantemente que la vida se vive para
algo
y que cada tac de la manecilla
se va para siempre.
El caso es que ya nada es como antes,
ni el olor que no huele,
ni el color que se apaga,
ni siquiera la gente que pasa,
ni siquiera el ruido.
Ya pasó esa gran juerga, la camiseta de tirantes.
En su lugar las carpetas y las bolsas son complementos de
los que pasean,
los que pasan a mi lado y me rozan con el codo
camino obligado entre mi vida y la de ellos.
Sentado en el mismo lugar de siempre
la luz tiende a apagarse y dejarme aún más pensativo si
cabe,
mientras miro caras que no reconozco
y me pregunto si acaso ellos sienten lo mismo que yo.
Nunca me lo dirán con palabras
pero veré sus ojos que,
aunque continúen del mismo color,
tendrán otro brillo y otro mirar.
Siento que las cosas pasan de dos en dos pero a mayor
lentitud.
La noche me puede y me guiña la luna
mientras yo me invento lo que queda antes de que se gaste
el reloj.
Los zapatos los dejo en la puerta y descalzo
tiento a mi suerte al frío.
Al llegar,
arrancaré la hoja del calendario para adelantar el
verano.
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2 comentarios amigos:
:)
El otoño se lleva mucho color, pero promete colores nuevos según avanza el reloj.
Un beso o Dos.
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