Como ocurre cada otoño

>> jueves, 2 de octubre de 2014

                                          Fotografía: Kopcynski-Adam


Son esas horas muertas las que me condenan
a tejer sentido a mis pensamientos,
por cada una de las horas que cuelga del gran reloj de la cocina
y que me recuerda constantemente que la vida se vive para algo
y que cada tac de la manecilla
se va para siempre.
El caso es que ya nada es como antes,
ni el olor que no huele,
ni el color que se apaga,
ni siquiera la gente que pasa,
ni siquiera el ruido.
Ya pasó esa gran juerga, la camiseta de tirantes.
En su lugar las carpetas y las bolsas son complementos de los que pasean,
los que pasan a mi lado y me rozan con el codo
camino obligado entre mi vida y la de ellos.
Sentado en el mismo lugar de siempre
la luz tiende a apagarse y dejarme aún más pensativo si cabe,
mientras miro caras que no reconozco
y me pregunto si acaso ellos sienten lo mismo que yo.
Nunca me lo dirán con palabras
pero veré sus ojos que,
aunque continúen del mismo color,
tendrán otro brillo y otro mirar.
Siento que las cosas pasan de dos en dos pero a mayor lentitud.
La noche me puede y me guiña la luna
mientras yo me invento lo que queda antes de que se gaste el reloj.
Los zapatos los dejo en la puerta y descalzo
tiento a mi suerte al frío.
Al llegar,
arrancaré la hoja del calendario para adelantar el verano.


©Hisae 2014


2 comentarios amigos:

Jhossef Quiroz Mayser 4 de octubre de 2014, 7:48  

:)

Anónimo 5 de octubre de 2014, 8:13  

El otoño se lleva mucho color, pero promete colores nuevos según avanza el reloj.

Un beso o Dos.

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