Si pudiera, amigo

>> domingo, 6 de abril de 2025

 

Amistad, Maribel Piñero Seco

Si pudiera atrapar el tiempo, amigo,
y guardarlo en frascos de cristal, ponerlos al sol y tenerlos siempre a mi vera;
si pudiera, amigo mío, refrescar en mi mente cada una de las palabras dichas
y aplicármelas a diario para que todo me resultara más fácil…
 
¡Ay, si pudiera amigo!, descansar por el día
para que las noches me contaran tus sueños y yo saber descifrarlos,
y así ayudarte si acaso me requieres o saber entenderte cada vez que tuve dudas.
Si pudiera
saber cómo hacer para que los días más bellos no terminaran
y los más difíciles hablarles de cuando aquella vez…
¡Ay, si pudiera amigo!
 
Si pudiera dejar la senda de los locos,
para tener el poder de sólo aparecer en los momentos que ambos nos llamásemos
y que las demás ocasiones pasaran el filtro del imposible olvido,
si acaso pudiera.
Y si también pudiera contarte cada una de las veces que lloro,
amigo,
y tú me llevaras a casa y convertirte en mi amante de cicatrices
para que esas que yo consideraba lágrimas
fueran el agua que regara cada una de las plantas que adornan tu salón,
ocupado de música,
incienso
y alfombras,
todo ello para reconfortarme cuando llego a verte.
 
¡Ay amigo, si supiera como contarte
como has sabido calentar mi piel fría en tantas ocasiones!
Sin grandes fuegos, ni abrigos ni abrazos,
tan sólo con un TÚ y poco más,
pero tan reparador cuando no me quedaba mucho más…
 
Si pudiera agradecerte, como se agradece a Dios,
cuando me narras tu biblia,
y esos versículos que describes –  y que escucho con ansia- se convierten en sanadores.
¡Si pudiera, amigo!
 
Créeme que me congratulo, día a día,
de que hayas predispuesto tu tiempo a esta camaradería
y que en esa vida tuya de corazón también dañado
me hayas buscado un hueco donde, en tantas ocasiones,
poder recostarme.
 
Si acaso pudiera, amigo,
no te escribiría. Lo sabrías.
Y jamás me hubiera planteado la absurda idea
de no volverte a ver.
 

©Hisae 2025


El infierno

>> domingo, 23 de febrero de 2025

 

Cristo desciende a los infiernos, El Bosco


Contigo he sido feliz incluso más cuando no estabas


y contigo he vivido intensamente


lo que en anteriores vidas no había sido capaz de vivir.


Tu música era mi canción y tu palabra mi única escucha,


las que escribía para después ofrecerte


en pequeños panfletos de mi puño y letra.


Pero contigo he visto también el infierno,


la máxima expresión de calor y dolor,


y el poder de su fuego maldito –tu fuego- me ha quemado.


Ni siquiera encontré en esos momentos tus abrazos que me salvaran.


Me ofreces la mano que yo retiro


porque eso también duele.


Pero no estés triste, amor, si acaso lo estuvieras.


Yo no lo estoy.


Sigo adelante con esa necesidad de ti,


aunque tú no me necesites


y comentes constantemente que todo tiene un fin.


Aunque tengamos nuestras propias guerras,


lo que pasó ya no existe,


siempre y cuanto tú desees olvidarlo


y tus gritos se conviertan


en auténticas caricias.


Para mí no hay fin


si lo único que quiero es vivir el presente contigo.



 

©Hisae 2025


La niebla

>> sábado, 18 de enero de 2025

 

Puente de Waterloo en la niebla, Claude Monet


Subimos hasta lo más alto del risco sabiendo de antemano que las nubes bajas que nos habían acompañado todo el tiempo, no nos dejarían ver lo que quería enseñarle. Siempre le había hablado del mar infinito y de las vistas que, desde arriba, sobrecogían de tal manera que nadie quedaba indiferente. Confié en que las nubes desaparecieran y, por momentos, pareció incluso que podía intuirse la increíble playa que se veía desde lo alto.

 


Allá arriba, en el risco, sentimos la insoportable levedad de los seres. Aquellos momentos envueltos en niebla que nos fascinaron porque no podíamos ver nada salvo la niebla misma, se convirtieron para nosotros en lugares sin paisajes, casi fantasmagóricos, aunque en ocasiones molestos por el constante soplo de un viento intenso que pedía paso.


Allá donde la lógica pierde sus incómodos ropajes y la razón queda a merced de su propia desnudez, todas las cosas y las personas que había cerca aparecían a nuestros ojos como si estuviesen disfrazadas o desdibujadas.

 


Hablarle del mar que no podíamos ver, envueltos en la niebla que lo ocultaba, era como esperar que el telón de humo se elevase para que empezase la obra de teatro. Él escuchaba paciente mientras yo le confesaba que andaba perdido, que no sabría regresar a mi vida. Vengo de ese miedo –le dije. Él, que sabe tranquilizar, aprovechó para contarme historias de sus idas y venidas por el mundo cuando era marinero en un barco carguero que cubría la ruta desde la isla de Annobón, pasando por Bioko, hasta Abiyán. También eran frecuentes en sus travesías las nieblas que ocultaban el horizonte, incluso la chimenea y la cabina del barco. Y era allí, rodeado por aquellas nieblas, donde él dejaba volar los pájaros de su cabeza e inventaba historias, como la de aquella vez que imaginó el regreso de su padre a su Guinea natal desde el exilio.

 


Finalmente, me contó que el buque quedó varado en una bahía sin posibilidad de ser remolcado. Él y el resto de los tripulantes se quedaron a bordo durante un mes para después abandonarlo a su suerte, que las tormentas y la herrumbre fuesen deshaciendo la nave hasta que casi no quedase rastro de ella.


Poco después llegó aquí. Y allí estábamos él y yo, un marinero curtido en largas rutas y no pocas aventuras y un oficinista fascinado por la geografía que intentaba enseñarle un trozo del mar infinito visto desde el risco más alto de la isla. Su exquisita educación le hizo callar para no romper el sortilegio tejido con niebla y palabras.

 


Eres un buen contador –le indiqué cuando llegó al final de su historia de mar y barcos, de aventuras y frustraciones. Entonces dejó asomar sus blancos dientes en una enorme sonrisa y responde: soy contador de palabras, pero jamás podría plasmarlas en un papel como tú haces para ser leídas después.


Ismael es hoy estas palabras mal juntadas donde, escondido entre la niebla, cuenta cuentos para que yo las rubrique en su nombre y para que jamás se olviden. 

 


Publicado en la revista NU2


Mario M. Relaño


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