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Retrato de Fernando Pessoa, Almada Negreiros |
Hace años que decidí escribir
mi segundo libro, la que sería mi primera novela. Recuerdo el día exacto como
si estuviera apuntado en el calendario, cómo de soleado lucía el cielo y en qué
estado anímico me encontraba.
Fue al leer un mensaje en mi
correo electrónico en el que una persona anónima me escribía para decirme que
un poema mío había llegado a sus manos y que deseaba publicarlo en una revista que
dirigía. En esos momentos sonaba “Calling you” a través de mis auriculares y
subí el volumen a tope para cantar el estribillo que tan bien conocía. Ese mensaje
me dio tal
subidón que parecía que me
había tomado varios tragos del mejor whisky.
Respondí al mensaje, meditando
despacio cada palabra que escribía. No quería parecer excesivamente eufórico pero
sí muy interesado. Por supuesto, le di permiso para publicar el poema y, al enviarlo,
en ese momento decidí escribir una novela. Sí, lo sé, no tiene nada que ver una
cosa con otra, pero así soy yo. Si mis poemas gustaban, si mi único poemario
estaba ya en la calle desde hacía tiempo, ¿por qué no intentar una novela con
los cientos de historias que ocurrían constantemente en mi inquieta cabeza?
Según envié la respuesta, me
puse a repasar mi libreta de notas para encontrar entre todas ellas un tema atractivo.
Mis notas eran muchas y no me resultó fácil decidirme. Fue a la mañana
siguiente, domingo nuevamente soleado, después de correr unos kilómetros en la
playa, cuando comencé a escribir mi primera novela. Tendría como telón de fondo
el mar.
Mi poema se publicó semanas
después en la revista, y aquel mismo verano terminé de escribir mi novela. Gracias
al editor de mi poemario, pudo salir al mercado sin demasiados contratiempos. La
aceptación no fue muy mala a pesar de que tampoco resultó ser un
bestseller. Pero quedé satisfecho y con
ganas de seguir escribiendo.
Mientras tanto el director de
la revista me pidió más colaboraciones y mi ordenador se llenó de peces. El mar
era el tema de la revista donde empecé a colaborar regularmente. Y también era
el telón de fondo de mi primera novela publicada. Ambas iban de la mano, porque
una dio origen a la otra, que fue tomando forma al abrigo de la primera.
Años después, con dos
poemarios y cinco novelas publicadas, la revista seguía en la calle con mis
escritos de agua y yo seguía poniéndome en forma corriendo en la playa. Uno de
esos días, después del agotamiento de la carrera, decidí darme un baño, con tan
mala suerte que una medusa me rozó un pie. Su veneno me provocó tal dolor y tal
enfado que decidí cambiar el escenario de mis escritos. Desde aquel día mis
novelas sólo transcurren en bosques y desiertos, aunque no he tenido el valor
de hablar con quien lo empezó todo. Así que finjo. Cuando escribo
árbol, en la versión que envío pongo
coral; cuando escribo
prado, lo cambio por
lecho marino; cuando escribo
perro, lo sustituyo por
estrella de mar, y así
sucesivamente, hasta el infinito. Espero que me sepa perdonar cuando lea esto.
Publicado en la revista NU2
©Mario M. Relaño
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