Inventando un mundo
>> domingo, 21 de agosto de 2011
Había una vez un mundo
que conjugaba los verbos en subjuntivo
haciendo rimas con infinitivos
mientras sorbía café en barras de bar.
Los cielos no los inventaron hasta más tarde
cuando hartos de combinar colores
trastocaron
sol con hierba, mar con arena,
y como resultado apareábanse
dos ángeles flautistas
que con sus aleteos cantaban coplas a dios.
Tratando de leer novela negra
un pájaro se sentó en mi hombro y dijo
que,
o le llevaba en brazos junto al océano,
o me importunaría en mis próximas treinta noches.
Embarcados en mi canoa
le enseñé el horizonte entre las olas,
y pudo comprobar el ave
como el mar era del color del antojo de los ángeles.
Así,
entre continente y continente,
analicé al amor.
Y después de sufrir decepciones y desvelos
me di cuenta que,
el hombre es el mejor amigo de la tortuga
pues refugiado en su caparazón,
es capaz de sucumbir al engaño que el propio hombre provoca.
Calla, y déjame dormir.
2 comentarios amigos:
Ese hombre de barro, pero con un aliento divino. Como tu y tus versos.
Franc.
Cada uno carga con su caparazón. Perdona que no te haga caso y no pueda quedarme callado, aunque mi caparazón esté repleto de silencio.
Un fuerte abrazo.
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