De qué servía su vida

>> sábado, 28 de marzo de 2009

No entendía la vida.

Ni cargando en sus quehaceres

los volúmenes más pesados de su experiencia,

ni tan siquiera respirando el humo

que le llegaba de gritos ajenos,

se avenía a ver la gama de tintes que le invadían.

¡Pobre!, no sabía.

Las piedras se agolpaban a las puertas de su vida,

y ni sonreía.

Tan sólo parecía que miraba al horizonte

con el deseo perdido,

porque respiraba,

pero no vivía.

Y las lluvias que caían

mojaban sus recuerdos

pero no hacían florecer más esa sabiduría suya,

ni los trinos de los que le sobrevolaban

conseguían despertar

su mirada del infinito de su desdicha.





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¿Quién me dijo que éramos nosotros dos?

>> martes, 24 de marzo de 2009

Era el torrente de la vida despeñándose montaña abajo, con su horrísino clamor, mezcla de risas y llantos, mientras la fronda estallaba, arrancada de cuajo por el agua sin cauce y repicaba el pedregal rebotando, granito sobre basalto, en caída libre.

Y lo vi entonces.

Dos cantos rodados -¡rolling stones!- cegados por la espuma. Bajaban entre aquel ejército en derrota, botando sobre el pedernal a punto de explotar en mil pedazos… ¿Quién me dijo que éramos nosotros?


Quien lo llama abandono, quien me dice miedo.

Sólo soy yo, aunque tardío.

Mis abrazos de aire quieren tenerte,

Te poseen, apartan al diablo.

Tardío, pero no olvidado

¡Ay dolor, mal pasado!

¡Que enjambre de besos

desperdiciados!


El grito que estaba a punto de desgarrar nuestras gargantas no brotó al fin. Ambos pudimos ver que la espuma embravecida nos ceñía a los dos por la cintura, nos elevaba sobre los escollos asesinos y nos llevaba abrazados, torrente abajo hasta el remanso al pie de la cascada…

Pero, ¿quién?… ¿por qué?


Amarte fue nacer.

En el mundo de húmedos escupitajos,

morir era un placer.

Tenerte de la mano

era sujetar la Biblia de héroes.


¿Quién me dijo que éramos nosotros dos?

¿Y si el sueño me despierta

y la espuma de mi torrente sucumbe en lágrima?

No sé –te contesté.

¿Quién te dijo que éramos nosotros dos?


Texto conjunto y en colaboración con José Luis Martín Vigil*.


*José Luis Martín Vigil (Oviedo, 1919). Escritor español. Licenciado en Filosofía y Letras, Humanidades y Teología, cultivó fundamentalmente la novela. En 1960 obtuvo el Premio Ciudad de Oviedo por Sexta Galería y, en 1965, el premio Pérez Galdós por Réquiem a cinco voces. También fue premiado en dos ocasiones por la Oficina Católica de París a la mejor novela extranjera. Sus novelas sobre la marginación urbana de los jóvenes se ha traducido a numerosos idiomas.





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La enfermedad

>> domingo, 22 de marzo de 2009


Fíjate que escribía compulsivamente sin tener una idea preconcebida en la cabeza. Pero en ese momento, el escribir era una necesidad imperiosa. Tuve que hacerlo. Si no me hubiera puesto a escribir en ese momento, creo que me hubiera ahogado. Y es que esto se había convertido en un vicio, o peor aún, en una dependencia. Llegado a este punto, el no escribir era como dejar de respirar. Y entonces empecé a preocuparme. El escribir se había llegado a ser algo aún más importante para mí que el propio sexo. Tuve que cancelar esos ratos de placer carnal que me esperaban esa tarde, para encontrar un instante y escribir, aunque no supiera muy bien qué.

Y oprimiendo con fuerza cada tecla de mi ordenador, al mismo tiempo que mi cerebro le daba la orden al dedo para la pulsación, esa otra parte del encéfalo aglomeraba posibles temas para un texto. Ante el cual, decidí poner un orden.

¿Para qué o quién deseaba escribir? ¿Algo público y publicable? ¿O acaso simplemente palabras sin enlazar, sin más, sólo por el afán de dejar un papel manchado de tinta? Si sólo era un desahogo, podría seguir pulsando con furia las teclas del ordenador hasta que se me pasara esta ansiedad absurda. Si acaso era con afán de escribir algo que leerían los demás, debería decidir primero el tema a tratar. ¿Y por qué no escribir simplemente una carta de amor a mi amante, con una bonita declaración de cariño? No, era absurdo. Se había quedado esa tarde esperando por mí para esa ración de sexo semanal y no creo que creyera nada de lo que mi estúpida carta le contara.

Así que yo seguía tecleando y tecleando con fuerza, sin nada que contar y con mi cabeza en un mundo que ni era mío, pues no me pertenecía. En ese orbe, iban apareciendo sin querer personas conocidas, seres queridos, gente que me habían mencionado en alguna ocasión pero yo no conocía. En ese mundo aparecían cosas o hechos relacionados con esas personas: aparecían obras de teatro, caras de fotos, risas, abrazos e incluso noches desenfrenadas de pasión. Todo era descriptible. Podría atreverme a escribir por fin una obra de teatro, recordando a mi amigo escritor. Quizás describiría el mentón del rostro que aparece en esa otra fotografía. Narraría la escena última que me provocó esas risotadas, o por que no, ese relato erótico y autobiográfico de la noche más atrevida con mi amante. Todo era posible escribir. ¿Por qué entonces esas lagunas?

Creo que sufría agotamiento de letras. Demasiadas letras en mi vida. El exceso nunca fue bueno. Y yo, en los últimos años sólo me alimentaba de letras. Seguramente me faltaba alguna vitamina más en mi vida que las que me proporcionaran las letras.

Además, notaba que cada vez que mi conocimiento aumentaba por el volumen de palabras aprendidas, más olvidaba y me costaba escribir.

Me estaba sintiendo enfermo.







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Tres instantes y una despedida

>> martes, 17 de marzo de 2009



Foto: HisaeJero

Recorro las dunas
de un cuerpo que no me pertenece,
con mentiras que se pierden entre tu vello,
y descubro en él mi deseo.
Si te dije que te quiero,
no sentí el escozor de la desidia de tu marcha.
No pretendo suspirar por tus palabras,
aunque si nacieran lejos,
donde se juntó el mar y el cielo,
nadaría por tenerlas.
Mientras,
cuento con los dedos esos tres momentos que te muerdo;
dos con los ojos cerrados.
Sólo uno te miro
para comprobar si aún respiras…

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Nobody told me it would be easy

>> viernes, 13 de marzo de 2009

Foto: Kira Yamato


La inocencia y suavidad de una piel

otrora matada la adolescencia,

la juventud, las ganas y el deseo de amar.

Trasnochas mis sueños si vienes a buscarme en la noche,

no alteras mi silencio,

tan sólo aprietas mi mano para gritarme tu deseo,

tu cuerpo y el mío,

desnudos,

oliendo la luna y la perfumada oscuridad.

La vida se convirtió en asunto íntimo,

tuya y mía,

mientras apuras el cigarro que nunca debiste fumar conmigo

y consiguiendo que el humo hiciera más confortable la habitación.


Nobody told me it would be easy


Me enamoré de la sabiduría de unos ojos bonitos,

sin importarme si acaso me miraban.

¡Malditos tus ojos que me acosan,

malditos también tus oídos que se engordan para escucharme!

Quiero esculpirte mis sensaciones en alabastro,

para que reconozcas lo que siento cuando me tocan tus dedos.

Acaso mis poemas te parezcan manoseados.

Sí, es cierto.

Los desgasté de tanto pensarte y escribirte,

Sancta Sanctorum de los días vividos a tu lado.


Nobody told me it would be easy





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Concepción Jerónima

>> lunes, 9 de marzo de 2009

Me esperaba Madrid expectante

entre los arcos más céntricos de la ciudad

y rodeado de paradas de autobús.

¡Ay Madrid! que me llamaste

a buscar entre sábanas,

después de diecisiete horas de amor

el compartir tu nombre en conversaciones

y portadas del resto de mis días.

Ciudad sin dueño,

nacida en mí por Concepción Jerónima.

No recuerdo si acaso aquellos inviernos

se convirtieron en agradables primaveras,

no sé si la música que me envolvía

tal vez llegaba de los puestos que cobijaban.

Allí quedé por temporadas

para robarte finalmente un dedo de la mano,

y que te llorasen nostalgias

en un mar de desconocidos desconsuelos.



Este post está creado en colaboración con Miguel Ángel Molina y

Mis fotos de Madrid




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Reflexiones (Amor & Odio)

>> viernes, 6 de marzo de 2009





















Respiro al fin separándome de ella.
La amo, pero me provoca odio.
Estar con ella es agotar mi aire,
lo absorbe todo.
Ahora que al fin me implico en la soledad,
sonrío al saberme huido.
Es dejarla y amarla,
es verla y odiarla.
No me quedan besos que regalarle,
aunque me los siga robando.
Si la pienso, me salen versos rimados.
Si la olvido,
¡vivo!
Y es por ella que me convierto en diablo
y mi fuego quema sus rastrojos.
Después, cenizas resultado del fuego.

Hoy sé que no amo personas. Tan sólo momentos.
No hay amor humano, tan sólo instantes de gozo.
Egoístas nacimos; al fin y al cabo somos piedras.
Cuando te lloro, te miento,
pues no seco mis lágrimas por ti, sino por el placer que me diste.

- No me digas que el corazón está lleno. ¿Está lleno de qué, estúpido? El corazón no es más que un músculo en movimiento constante. Y no me hagas creer que es etéreo como el alma.

Ahora pienso que las alturas no son buenas ni siquiera teniendo las nubes entre mis dedos.

Pero ¿le querías? –pregunté.
Le echo de menos todos los días.

La forma más correcta de no responder.

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