La cosa iba de fantasmas

>> domingo, 23 de diciembre de 2012

                          Ilustración: Carlos López Terán



Desconozco su presente y por supuesto su pasado. No me importa nada su futuro si acaso lo tuviera. Hace apenas unos minutos que llegó al borde mi cama y ha sido nuestro primer encuentro. No puedo hablar mal de él. Tampoco bien. Permanece callado mirándome como si la cosa no fuera con él. Yo le veo excesivamente pálido, no sé cuanto hace que no se mira al espejo.
Estoy por decirle algo, pero espero paciente, pues al fin y al cabo, ha sido él el que entró en mi dormitorio sin avisar.
No me gusta el diseño de vestimenta que ha elegido para venir a visitarme; parece recién levantado de la cama. Viste tan blanco, que se confunde con la palidez enfermiza de su rostro, si acaso a esa cosa con dos ojos se le puede llamar rostro.
Mira, me está empezando a caer mal. Me despierta de mi sueño, me baja la erección, y permanecemos los dos como pasmarotes mirándonos.
Mejor me levanto, subo la persiana y le pido explicaciones. No me gusta que interrumpan mi intimidad.

Odio a los fantasmas que nacen y mueren en el transcurso de un minuto. Aparecen para joder al personal y sin mediar palabra, desaparecen según subes la persiana. Los rayos del sol les intimida. Quizás ya no llegan a asustar como antaño.
¿Asustar? En la época de las tecnologías, esos seres paliduchos vestidos con sábanas blancas, dejaron de ser el tormento de los niños. Ellos nunca quisieron renovarse. Y ahora, creo que aparecen en nuestros dormitorios sólo por nostalgia.

Ella fue demasiado lista, al tiempo que un poco ignorante. Al despertarse y encontrárselo al pie de su cama, no lo dudó un instante y lo colocó como sábana bajera de su cama. El fantasma no tuvo escapatoria al quedar sujeto entre el colchón y el somier.
Eso sí, ella no volvió a pegar ojo cada vez que el fantasma gemía por su encierro. Al fin y al cabo, él era un alma libre.


©Hisae 2012

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La chica pelirroja de las trenzas

>> sábado, 15 de diciembre de 2012

                                     Cuadro: Kimeta Castañe


No pasaba nada; todo era como lo fue el día anterior y como seguramente sería el día de mañana. Encontrarse un grifo que goteaba era lo más parecido a la normalidad en su vida. No haberlo era casi hasta cómico.
Se levantó demasiado temprano para intentar terminar ese libro que se le resistía y devolvérselo al fin a su querida vecinita; esa que le provocaba tocándose las trenzas pelirrojas que colgaban desde su redonda cabeza.
Puso la cafetera en el fuego y mientras esperaba que saliera el café y lavaba un vaso sucio, pensó si acaso la vida había sido injusta para él o fantástica para el resto.
Bebió hasta saciar su sed nocturna, mojó una magdalena en el café con leche y tirándose en el sofá, dejó que el día creciera para que no le acusaran de noctámbulo.
Las estrellas, si acaso las hubo, tendieron a difuminarse con el frescor de la mañana, y el azul oscuro del cielo se aclaró tan pronto como le rozó el cacareo de unos gallos encerrados en algún corral cercano.

- Te devuelvo el libro -le dijo casi a susurros.
- No hace falta; te lo regalé.
- No lo quiero. Ya me quedo con lo que me interesa.
- ¿Y qué es lo que te interesa?
- Ver cómo te derrites por mí cuando estoy delante.

Cerró la puerta de golpe, haciendo el ruido que no había hecho antes. Se metió corriendo en la cama, sonriendo y pensando que ella seguía detrás del muro de su descaro. Pero no era así; ella llamó a la puerta del grasiento vecino de la izquierda y con su mejor tocamiento de trenzas, le prestó el libro que tan usado ya tenía.

©Hisae 2012



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Lo que cunde la Navidad

>> domingo, 9 de diciembre de 2012


Es cuando llegan estas fechas de diciembre, preparados para tirar el calendario que lleva un año colgado de la cocina, cuando parece que todos descongelan ese corazón helado que guardaban celosamente dentro de su cuerpo amortajado y se dedican a regalar paz y amor cual angelitos, como si eso quitara el hambre.

¿Qué me queda a mí de la Navidad y que es ahora la Navidad?

Me queda la ternura del pasado, el recuerdo, la memoria de una niñez donde la Navidad nos la pintábamos nosotros del color que soñábamos. Y siempre era hermosa. Aún no existían los periódicos para nosotros, las malas noticias, ni nuestra madre jamás lloraba cuando estábamos junto a ella. Nuestra única preocupación era si realmente nos traerían regalos o por el contrario, carbón.

En el presente quedan unos tragos de más.

Hoy me he dado cuenta que no está tan mal esa Navidad de la que siempre he renegado en mi madurez. No ha de desaparecer como yo pensaba antaño (rectificar es de sabios) aunque algunos nos quieran robar la mula y el buey. Ha de quedarse por dos razones: primero, por los niños. Ellos son los grandes protagonistas de la Navidad. Ellos son quien más la gozan y, nosotros, deberíamos prolongar esa ilusión en el tiempo.
Segundo, porque es en esta fecha cuando al fin, después de varios meses con el alma encogida en un puño por la crisis, vemos gentes por las calles, comercios más o menos llenos, oímos música, ... estamos algo más desconectados del televisor y de los periódicos, y nos lanzamos a la calle sin importar que el presupuesto sea mínimo, para hacernos creer a nosotros mismos que todo nos va bien.
Los comercios casi repletos nos hacen olvidar todos estos meses que llevamos viéndolos vacíos y algunos ya clausurados. Creemos que la Navidad, al fin, ha solucionado todos nuestros problemas.

Sí, es Navidad. Por favor, salgamos a la calle, gastemos, miremos las horrorosas luces que cuelgan de lado a lado, y creámonos niños al menos una vez más.


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Ignorancia

>> domingo, 2 de diciembre de 2012


                        Foto: Las cuerdas de la ignorancia (Fredo)


Se empeñan y culpan a la tristeza por no ser bella
y creen que llorar pudiera ser morir.
Piensan que se trata de vivir riendo
y se alejan de otra forma de hermosura
por desconocimiento.
Pero tener el poder de penetrar en la tristeza
puede ser un arma para limpiar esos ojos
y que ellos puedan admirar lo que hasta entonces tenías prohibido.
Bandera de sensibilidad y delicadeza,
colores agrisados, agua, añoranza,
deseo del tener y no poder,
puente entre cualquier mar y tierra,
una orilla que jamás habrías pisado
si esa tristeza no te hubiera encontrado.
Huyes de lo que desconoces,
dejas de beber
como de dormir por no saber,
piensas que ya has dado y no te corresponde repetir.
No importa esa soledad que casi siempre aparece
si sabes aprovechar de ella
el silencio, el color,
un mundo sin competidores.
Una vida donde tú quieras.

La tristeza,
esa reseña que habrás algún día de probar
y que con la lección aprendida,
disfrutarás
como aquella tarde que te marchaste porque quisiste
y hoy
evitas recordar.

La tristeza
que te colma de eso que te atemoriza
pero defino hermosa.
Lo bello y el temor a lo desconocido.

©Hisae 2012


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Ya bosteza el domingo

>> domingo, 25 de noviembre de 2012

                                     Foto: M. Muñoz 2011



Ya bosteza el domingo
y de nuevo aquellos jóvenes cargados con sus violonchelos,
mochilas en los hombros,
hablan de su último acorde del fin de semana.
Quizá tú preguntes por mí
y creas que sólo fui el sueño de una noche,
mientras caminas despacio
y no escuchas más que a tu mala conciencia.
Las baldosas están medio sueltas
y tropiezas con tu propia realidad
sabiéndote acongojado por esa soledad que te presiona.
Cuando me tuviste,
el alcohol no te dejó aprenderte mi nombre
y nadie recuerda haberte visto esa noche.

Ya bosteza el domingo
y lo único que te queda es un dolor de cabeza
y la ropa interior mojada,
como cuando la adolescencia te arrinconaba en las esquinas.
Hoy deseas que hubiera pasado
lo que el mal beber te impidió
y escurres la botella de lo que pudo haber sido.
Tomas esa mochila negra
y caminas al lado de aquellos que tuvieron mejor suerte.
Juntos entráis en la sala
y cada uno interpreta con su instrumento
la música, según sabe.


© Hisae 2012

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Aunque no quería

>> domingo, 18 de noviembre de 2012



Decía que no podía,
pero mentía
porque sí quería.
Y se quedaba más tarde solo llorando,
sentado en el bordillo de la acera, lamentándose.
Y eso un día y otro,
y otro más,
y otro,
hasta saber que secaría sus ojos,
y lo peor,
sus labios sin los suyos...

Insistía
que perdía el día si no venía,
que nada sería igual,
pero mentía
temiendo saber que por ella
hasta de dar su vida
capaz sería.

Y un día
de la pena que sintió supo,
que era la última vez que la vería,
sola,
partiendo con su vida
y dejando su charco llorado él
sabiendo que sin ella moría.
Y así
él perdió su vida,
aunque no quería.

©Hisae 2012

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La mujer de la nueva vida

>> domingo, 11 de noviembre de 2012




Dejó sus años malgastados en las cuerdas donde tendía la ropa
y cada noche que llovía
el agua terminaba de lavar las manchas de una vida pobre
mientras que con el alba
el futuro amanecía con el resplandor que unos ojos limpios
veían al correr las cortinas de la ventana.
La casa se había transformado
en espacios más amplios,
en silencios rotos por la música de Mahler y voces de Frank Sinatra,
y con cristales más transparentes.
Los animales corrían fuera
mientras ella
miraba por la ventana y sonreía.
Ya no esperaba a nadie
pues a nadie tenía.
Pero aprendió a ser fuerte y no necesitarle.
Le bastaba con sus sueños para verle de cuando en vez,
y cuando despertaba,
al lavar su cara comprendía que su vida era hermosa,
tanto
que deseaba volver a vivirla
si un día moría.

Al salir a la calle
saludaba a la gente como si fueran sus vecinos
a pesar de no tener vecinos
ni siquiera calle.
Usaba paraguas para escribir su nombre en la arena
y leía novelas que ella misma escribía.

Un día, fumando un cigarrillo,
pensó en su hijo muerto
y fue entonces cuando olvidó volver a casa.
No se supo más de ella
hasta que meses después encontraron sus zapatos
en la orilla de algún sitio.
Se dio por sentado
que regresó con él, harta de verlo en sueños.

© Hisae 2012

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El último verano

>> sábado, 27 de octubre de 2012

                      Foto: Liz Taylor en "De repente, el último verano"


El último verano que recuerda
no era precisamente por el sol que pudo o no calentar,
ni por el mar
ni siquiera por la algarabía de las calles.
Por el contrario,
la promesa de un ángel venido de un juramento
le hacía recordar el cuerpo de Jonah.

Jonah era pura vida,
el perfume de sus tardes ociosas,
el secreto de las cajas del miedo.

Guarda tus labios -le dijo entonces,
por si decido volver y no gastaste tus besos.

La mirada del otro, atónita,
su amistad profana,
indicaban un adiós perpetuo.
Las lágrimas quedarían condensadas en sus ojos
mientras se marchaba,
mientras sus palabras huían tras él.

Un árbol crecía en ese instante
sin percatarse que,
en el próximo verano no estaría Jonah
pero sí la sombra de sus recuerdos.

Supo que se había enamorado sólo cuando ya no estaba
y era demasiado tarde.
Desde entonces
sueña con su cuerpo
y con el último verano.


© Hisae 2012

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Aunque haga frío

>> miércoles, 24 de octubre de 2012

                                     Foto Mario M. Relaño


Me quedé sin propuestas para convencerte
y desde aquel día
me sentí mucho más solo.
Dormitaba para intentar soñarte
aunque me repetía que te habías marchado,
lentamente creía
que yo mismo me mentía
y tenía
tu voz que me decía:
- "Guárdame la manta, mi vida,
la manta por si hace frío.
Ábreme la puerta
si llego tarde, cariño,
por si hace frío
guárdame la manta".

Pasan los días y escribo
los sueños que tú me hablas
y yo los leo
y no lo entiendo
porque no estás ni has venido,
porque te pienso
sin tener siquiera
un argumento que retenga
un par de momentos conmigo.
Por eso guardo la manta,
cierro la puerta
aunque hoy haga frío.

© Hisae 2012

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Su propia vida

>> domingo, 21 de octubre de 2012



Y según viene se va,
pero siempre queda esa huella que
aunque no ves, sabes que estuvo.
Duermes,
soñando con su regreso,
con la mano abierta
y pendiente de esos ruidos de la noche que desconoces.
Cuando despiertas
ese huella perfumada apenas se percibe;
está borrada
o tan sólo grabada en tu cabeza.
Buscas al salir
si acaso te espera
o si
como cada día
caminarás con tu soledad.
Recuerdas instantes que tienden a desaparecer
con cada movimiento del reloj
pues no te queda vida que perder
y sabes que de olores está el mundo lleno.
Cierras la mano
para no asir más que tu aire
y bebes para olvidar
mientras ríes de lo que te perdiste.
A partir de ahora
eres uno, solo e indivisible
no dejas que te aparten de tu camino
y si caes
recuerdas que otros lo hicieron antes.
Ahora márchate,
pero no olvides dejar esa ventana abierta
por si desea regresar.


©Hisae 2012

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Cansado

>> martes, 16 de octubre de 2012


                           Fotografía: "El sueño de la razón", Goya


Sin más
que el viento por donde azota
y el color en un horizonte que supuse lejano,
encontré ese pedazo de tierra donde descansar un cuerpo
ya cansado y herido,
sin apenas fuerzas para beber el agua aún no hallada.
Tumbado
intenté descubrir si las estrellas en verdad jugaban
o paradas observaban a la luna,
si la luna replicaba
o realmente estaba en mí hablarte
y sólo tenía miradas fugaces para ella.
Mientras deliraba
sentí como mis ojos se despedían de mí
y cerraban sus cortinas para matar al día
a la vez que  yo mojaba su noche
llorando las lágrimas que antes había olvidado.
Me hizo bien
el sentir que respiraba
y recordar que estabas en algún lugar.
Vivía para pensarte
sabiendo que tarde o temprano me atrevería a mirarte
y decirte
cuanto te amaba.
Si acaso hoy dormía
no me abandonaría a una lenta eternidad
para evitar hablarte.
No. Nunca.
Amar, aprendí a amarte
mientras  te soñaba y te miraba,
y tú rehuías sonreír por temor también a amarme.
Y ahora duermo
y si me ves, ¡calla!
¡Quiero soñarte!
Mátame después, quédate con mi alma
manchada de ti
y despídeme de la noche.

©Mario M. Relaño 2012

    

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Sussana

>> domingo, 14 de octubre de 2012

                                    Foto: Mandayona, by Mario M. Relaño


Ella vivía porque le tocó vivir. No tuvo opción y como todos, no lo eligió. Los pocos que la conocían pensaban que simplemente se dedicaba a que pasara la vida, a gastar el tiempo, pues estaba metida en un juego en el cual no había sido preguntada su decisión de participar.
Jamás vestía bien, pero debía de ser muy guapa. Nunca tuvo ocasión de demostrar su valía por lo que nadie sabía de cuánto era capaz.

Sussana o Sussy como la llamaban en el vecindario, vivía rodeada de libros, cigarrillos y botellines de cerveza. Ocasionalmente, se veía entrar y salir de su casa a algún hombre sin ningún aspecto en concreto. Todos muy distintos. Pero debían de ser esas las únicas personas con que se relacionaba después de la muerte de su hijo y posterior desaparición de su marido.

En su descuidada casa de fachada descascarillada, siempre estaban la puerta y las ventanas abiertas, por lo que era fácil verla desde fuera. La mayoría de los días, vestía apenas con un sujetador a cuadros con olor a detergente y un pantalón corto. Todo en ella olía a detergente excepto cuando el humo del tabaco impregnaba su entorno y hasta su mismo rostro parecía difuminado en humo.

Las tardes las pasaba prácticamente sentada en una hamaca del porche leyendo novelas de Betty Smith o a poetas como Ginsberg o Whitman, bebiendo cervezas y aplastando cigarrillos fumados en el cenicero.  Y de allí no se movía hasta que el cielo pasaba del azul al amarillo-naranja en el horizonte y la brisa que antes movía las ramas de los árboles se convertía en aire fresco y la hacía meterse dentro de la casa para colocarse por encima una vieja camiseta.

Pero aquella tarde algo pasó para que transcurriese diferente. Una sucesión de casualidades provocó que ese cachito de tristeza que siempre parecía envuelto en papel de aluminio, se quedara dentro de casa y no pasara la tarde con ella, para darle la valentía de cambiar una rutina.

Por algún motivo, levantó la vista y distinguió antes su sombra que la silueta que se acercaba. No esperaba a nadie. Volvió por un instante al libro, hasta volver a levantarla para encender otro cigarrillo.
Su mirada rozó su rostro. Sus palabras sonaron demasiado altas en ese porche poco acostumbrado a ruidos. Casi con eco. Su voz grave, sonora y clara, le dijo:

-          Hola Sussy.

Ella no contestó. Escupió una bocanada de humo, vació el botellín de cerveza y miró a ese horizonte quizá hoy más azul.

-          Han pasado varios años, Sussy –continuó él. Veo que me recuerdas. Tu silencio me hace pensar que sigues culpándome de la muerte de tu hijo y la desaparición de David. Pero yo no tuve nada que ver con eso.

-          ¡Lárgate, Mike! –gritó ella.

Sussy conoció a Mike casi al mismo tiempo que a su marido. Ambos eran amigos, y después de casarse, él pasaba muchos ratos en casa con ellos. A ella eso nunca le terminó de gustar, porque este era el tipo de amistad que impedía que ellos pudieran tener un matrimonio convencional. Desde el día siguiente a su matrimonio, Mike entraba y salía de su casa como si fuera suya. Es cierto que él les ayudó a buscar este pequeño agujero por un precio razonable, colaboró en obras y mudanza, pero ella en ese momento deseaba disfrutar de su recién vida de casada.
David, su marido, parecía siempre hacerle más caso a Mike que a lo que ella decía, y eso contaminaba sus noches en vela. Casi a los pocos días de casados, él ya se marchaba con Mike y aparecía ebrio a media noche. Es más, estaba casi segura que su hijo fue engendrado en un polvo forzado en una de esas noches en que su boca rezumaba alcohol y ella se negaba a ser penetrada.

Cuando nació Steve, su matrimonio tan sólo era ya una mancha negra en su vida. Una mancha demasiado sucia para que el detergente pudiera borrar. David sólo se levantaba de la cama para beber más y desaparecer con Mike. Los pocos ingresos que entraban en la casa eran por las clases particulares de francés que impartía ella en la escuela local. Las ilusiones que siempre tuvo de adolescente al enamorarse de David se habían esfumado y ninguna se había cumplido.

Sus días pasaban preocupada en procurarle un bienestar a Steve. Intentó que tuviera una infancia digna, pero no lo fue en absoluto. Su niñez estuvo siempre acompañada por  los gritos y golpes que veía en casa.

Un día llegó Mike demasiado temprano, cuando Steve dormía e incluso ni David se había levantado. Ella, sin ninguna gana, le preparó el café que le pedía. En el momento que le llevaba la taza humeante él la agarró por la cintura, apretó su cuerpo contra el suyo y notó su miembro duro. Ella, le tiró el café a la cara y él, con toda su fuerza, le soltó un violento golpe que la tiró contra el fregadero.
Al menos consiguió que se marchara, aunque la herida que en ese momento le sangraba tardó en desaparecer de su rostro y más, de su alma.
No volvió a ver a Mike.
El ruido producido por el golpe de Sussy al caer contra el fregadero, provocó que David se levantara y Steve rompiera a llorar. Él la vio sangrar, pero no preguntó que pasaba. Por el contrario, empezó a vociferar:

     -   En esta casa es imposible dormir –gritó. ¿Te quieres callar, enano?

Y se dirigió furioso hacia el cuarto donde estaba Steve. Sonó un golpe seco. Steve no volvió a llorar.


-          Déjame que te diga algo, Sussy –continuó Mike sin hacer caso de las palabras de ella.

-          He dicho que te largues, cerdo –soltó ella con rabia, tirando el botellín de cerveza contra el suelo. ¿Te parece acaso poco el daño que nos has hecho?


Ella, levantándose de la hamaca, hizo mención de entrar en la casa, pero Mike la sujetó del brazo y le rogó:

-          Por favor, Sussy. ¡Escúchame! No tengo nada que ver con la muerte de tu hijo y la desaparición de David. Cuando salí de tu casa aquel día, nunca más supe de él. Me enteré a los pocos días de la muerte del pequeño. Pero no he vuelto a ver a David. No supe nada de él hasta la semana pasada. Por eso estoy hoy aquí, Sussy. Para verte, para contarte lo que sé. Para que de una vez por todas, entiendas todo.

Ella se soltó con brusquedad. Entró en casa, pero dejó la puerta abierta, como una invitación muda a pasar. Se sentó, y su mirada, perdida en el vació le cayó la boca. Era como una muñeca de trapo, sin vida. Si acaso, era porque respiraba. Si acaso sentía que respiraba, era para odiar que siguiera viva.

-          Sussy, –comenzó Mike- no supe nada de David en mucho tiempo. Cuando aquella mañana vine a tu casa, realmente venía para despedirme de ti, sabiendo que él no estaría levantado. Había sido consciente del daño que mi amistad con David había hecho a tu matrimonio y quise retirarme. Si mi amistad con él había continuado en el tiempo, era por ti. Tú eras quien me importaba. Pero no lo supe hacer bien y en lugar de enamorarte, conseguí que me odiaras.

El día de la despedida, estropeé todo aún más, y te pido disculpas por ello. ¡No podrás jamás entender lo que se sufre al ver a la persona que amas, siendo maltratada por un imbécil!

Ese día marché. Cambié Chester por Clover, donde he pasado todo ese tiempo. Allí he trabajado con mi hermano en una carpintería de su propiedad. No me ha ido mal. Nunca más supe de David hasta la semana pasada. Mi hermano y yo viajamos hasta Lancaster para hacer negocios con una empresa maderera, cuando le vi. Él no me vio a mí, pero yo le seguí. Salía de un bar, y créeme que tenía un aspecto horrible. Vestía con un pantalón sucio y muy roto y una camisa abierta casi entera.

Mike levantó la cabeza para mirar a Sussy. Ella seguía ausente. Ni siquiera sabía si había escuchado una palabra de lo que le estaba contando. A pesar de eso, Mike siguió narrando:

-          Entró en lo que entendí era su casa, un pequeño antro con apenas una ventana sin cristales. Con cuidado, me asomé y vi como se abría una cerveza y se tumbaba en un viejo sofá. Supuse que se dormía.

Volví donde estaba mi hermano buscando una excusa para dejarle por unas horas y le mentí diciendo que había recordado que en Lancaster tenía unos conocidos, por lo que intentaría localizarlos. Sin pérdida de tiempo, entré en el bar de donde había salido David apenas quince minutos antes. Intenté, sin que se notara mucho mi interés, hacerle preguntas al camarero. Sí, me confirmó que era David, que era un vago alcohólico que no trabaja en ningún lugar. Se cree que el poco dinero que tenía para gastarse en comida y bebida lo sacaba de pequeños hurtos nunca probados. Vivía en esa casa abandonada de las afueras de la ciudad y no era muy querido por los lugareños. En diferentes ocasiones había provocado altercados en ese mismo bar, casi siempre provocados por la bebida. Y en más de una ocasión pasó la noche en el calabozo de la localidad.
-   Mike -dijo de pronto Sussy. Ese cabrón mató a mi hijo de un golpe.

-   Lo sé, Sussy. Lo sé. Y también sé que consiguió salir impune.


  
Fue la primera vez que Sussy levantó la mirada hacia Mike. Siguió callada mientras Mike le agarró una mano que ella no retiró. La lágrima que hasta hace muy poco había estado ahogando su ojo, comenzó a resbalar por la mejilla mojando incluso su cuello. Mike seguía con su mirada ese recorrido sin querer interrumpirlo. Tan sólo contemplaba y se contagiaba de esa tristeza tanto tiempo en él reprimida.


       - Ese día cuando te marchaste -comenzó a narrar Sussy, David se levantó furioso por haber sido despertado. Steve lloraba y él, sin mediar palabra, se dirigió a su cuarto y le dio un golpe que resultó fatal.
Dándose cuenta de lo que había hecho, vino hacia mí, me cogió del cuello y dijo: "tú jamás dirás nada de esto, puta. Si no, serás la siguiente".
Él mismo inventó una historia para poder enterrar al niño y salir impune. A los pocos días, desapareció.



Sussy se levantó hacia la cocina. Trajo dos botellines de cerveza y sentándose nuevamente, contempló como la noche había envuelto la casa y el valle que la rodeaba había sido engullido por la oscuridad.

Mike quiso imaginar el dolor de esa mujer. Quiso ver en cada una de las arrugas de su rostro un golpe de la vida. Se arrepintió de todo el mal por él provocado, siempre inconscientemente.



               - Sussy -rompió el silencio Mike, David está acabado. Me comentaron que la cirrosis acabará con él en los próximos meses.


No dijo más. No lo creyó conveniente. Se levantó y se dirigió a la salida. Al abrir la puerta, se giró, miró por última vez a Sussy y se marchó para siempre.

Quizás, al fin, había llegado para Sussy el momento definitivo para cerrar el capítulo más doloroso de su vida.

© Mario M. Relaño



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Escondía versos

>> miércoles, 19 de septiembre de 2012


Escondía los versos
para vete tú a saber quien
en las casas más ocultas de las oscuras calles,
cargadas de sombras
por la acumulación de la noche
y la escasez de farolas.

Escondía versos
para ser leídos por los más madrugadores
en cualquiera de las mañanas..
Rimaba mis amores,
mis desamores y desganas,
penas y alegrías,
mis días, pocas noches.

Escondía versos
a personas anónimas
que jamás llorarían mis dolores
ni reirían mis ocurrencias de poeta
sin nombre.
Amaba sobre todo las letras,
las mañanas y el temor de la noche,
la soledad en mis andanzas
los pecados veniales
y las flores.

Escondía versos,
diversos todos ellos.
Eran mi tesoro.
Tesoro que quedaría enterrado
conmigo tras mi muerte.


Fotografía: "Sueños de infancia", Vicente Méndez

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Me gustaba su aliento

>> sábado, 15 de septiembre de 2012

Me gustaba su aliento.
Quizá por ello tendía a devorar su boca,
boca ya marcada por besos que no eran míos
y que mi lengua trataba de borrar.

Amanecía tan de repente,
que no me daba tiempo a terminar de soñar,
y los azules de mi mañana
se tornaban turbios si no alcanzaba su boca.

Me encantaba tentar a la suerte
y salir desnudo a la terraza
para ser abrazado por el sol.
El mar, de fondo,
sonaba como las cuerdas de mi guitarra,
esas que acariciaba en tardes de aburrimiento.

Si no estaba,
dibujaba labios rojos en trozos de papel
y  los dejaba tirados por el suelo.
Así nunca olvidaría mis deseos
de tener su boca pegada a la mía,
porque
me gustaba su aliento.


Foto: "Desnudo" José Luis Zúñiga.


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Dejé de escribir

>> sábado, 8 de septiembre de 2012

Dejé de escribir relatos
cuando por undécima vez me leyó y calló.
Las letras comenzaban a caer por el papel,
como las gotas de lluvia
resbalan por la luna del coche.
Mis poemas se volvieron inútiles,
dejaron de hablar,
y el sin sentido no rozaba los corazones.

Dejé de escribir
cuando descubrí que lo mío era vivir de los otros,
empaparme en agosto,
fumar porros en cigarrillos chupados
mientras reíamos sentados en la acera
y jugábamos por la noche con la baraja francesa.

Mi cama quedó vacía mucho tiempo
porque cada noche yo ocupaba una diferente,
nunca más me volví a resfriar
y bajé de peso.

Dejé de escribir
porque creía no tener nada que contar,
aunque en mis noches se agolpaban los sueños.
Miraba tras la ventana
y los niños corrían tras la pelota.
Yo me lamentaba.

Desde entonces,
me dedico a leer en secreto, sentado en el retrete.


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Me regalaste gemidos

>> martes, 4 de septiembre de 2012

Me regalaste gemidos
hoy ya gastados
que figuran entre nuestros recuerdos,
esa música de cisterna de fondo,
una luz
apagada,
jugando los tres, tú, yo y la sombra,
reacios a que terminara el momento
de nuestros enjugados sudores.

Gritos que los vecinos no llegaban a escuchar,
la mesa puesta
y el tiempo que se acaba.
Un rápido adiós
mientras sigue amaneciendo cada día
y las palabras caen en la hucha del ahorro.

Me regalaste gemidos,
que me tragué para tenerlos.
Eran míos.
Hoy te miro,
sonrío y piensas
si acaso fui yo o lo inventaste.



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Como me pediste

>> viernes, 31 de agosto de 2012

Te escribo un libro corto,
sin páginas,
ni letras, ni imágenes visibles,
pero muy intenso
y cargado de momentos para saborear
en voz alta,
como me pediste.

Dedico mis noches a contarte
y dedicarte cada uno de los sentimientos
que desea expresar mi alma,
a ratos,
a veces,
como me pediste.

Es un best seller
de tamaño reducido y sin color,
con tapa dura
y lágrimas en su interior,
unas veces muy felices
las menos, tristes,
como me pediste.

 

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Migajas

>> martes, 28 de agosto de 2012

Esas migajas que los pájaros picotearon
eran suspiros que lloró mi alma,
deseos
convertidos en pasiones ardientes
derramadas éstas en las calles por tu ausencia.

Las llamadas que te hacen mis sueños
las envuelves en palabras
que
cantas a otros oídos
mientras quedo desnudo en la cama,
esperándote.

Y así termina un día
y otro
y otro más ya empezado,
teniendo que apagar las luces del pensarte
para mirar más lejos,
a través de mis ojos verdaderos.

Esas migajas que alimentaron a los pájaros
eran trozos de mi yo ya penado,
gastado
en tiempo a tu lado, indeciso
y muerto
escuchando
historias que no son mías.



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El tímido poeta aquel

>> sábado, 25 de agosto de 2012


De viejas revistas recortaba las palabras
que después le servirían para completar poemas
al tímido poeta aquel
que tiraba pasquines por las esquinas.
Apenas rimaba
pero amaba por encima de todo,
y de vez en cuando
sus propias lágrimas se convertían en sueños reales
de la intensidad como vivía
con la luz como lo sentía.
Sus versos no se leían,
se olían.
Las noches las transformaba en días,
los días
los vivía,
el tímido poeta aquel
que tiraba pasquines por las esquinas.

Y mientras pasó su vida,
corta,
entre silencio y silencio sin hablar,
por querer esconder lo que él pensó inútil,
contenida la belleza de lo creado,
enfrascado,
secas sus letras.
Y murió solo
y nadie supo de su ausencia y de la existencia
del tímido poeta aquel
que tiraba pasquines por las esquinas.

Hasta que llegó el otoño
y con el otoño el viento
y con el viento el arte del movimiento,
donde al fin volaron
y el mundo conoció
las letras de esos poemas
del tímido poeta aquel
que tiraba pasquines por las esquinas.


Foto:  Sgt. PEPE


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Tantas y tantas cosas

>> jueves, 9 de agosto de 2012





Si supiera que retuviste alguna de mis palabras,
que las hueles, las mimas y las cuidas,
que las moldeas para hacerlas más tuyas,
si supiera que comprendes mi vértigo,
mi miedo a volar,
que lo asumes y evitas que yo mire hacia abajo,
¡cuantas cosas te diría!

Hablaría de lo bueno que he vivido,
que retengo,
de lo malo borrado,
de los sueños por tener
y tener sólo contigo,
contaría los minutos para hablar
y mirarte mientras domas mis palabras
y comprendes lo que te digo.

Escribiría de blanco en las sombras
y con sombra en la luz
para que leyeras,
pintaría de azul la noche y un sol amarillo
y amanecer así juntos,
narraría mi historia en libros de aventuras
y tú
serías protagonista imborrable.

Si supiera que realmente fui tuyo
en algún instante,
que los silencios fueron más que silencios
y que las ausencias fueron bellas,
si acaso volviera a nacer
y me buscaras,
entonces daría por buenos mis versos.


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Si acaso se rompe la noche

>> domingo, 22 de julio de 2012


Definitivamente, no nos veríamos mañana. La noche había terminado de romperse. Sabíamos que algún día esto podría ocurrir pues la percepción que dejaba la estela de la oscuridad era de absoluta pobreza y deterioro, aunque siempre confiábamos que se solucionaría y no habría que acatar el alejamiento por la muerte definitiva de la noche. El día anterior ya nos despedimos con una mención especial a la noche y si ella permitiría que nos volviésemos a ver. Sería triste no hacerlo.

-         Te veo mañana.
-         Si acaso no se rompe la noche.
-         Algo tendrás que hacer si eso ocurre.

¡Y vaya si tuve que hacer! Después del disgusto inicial al darme cuenta que la noche se había roto, después de llorarme todo lo que había que llorar, me puse manos a la obra a remendar el manto negro oscuro de la noche.

Necesité kilómetros y kilómetros de hilo negro que robé de los pañuelos de las viudas, esos que antaño fueron blancos y se tintaron con sus lágrimas negras.
Como agujas utilicé las isobaras de mi mapa del tiempo, donde una vez enhebrado el hilo introduciría por los huecos que las estrellas dejaban al apagarse.
¿Y la luna?

-         ¿Me ayudas, luna?
-         Yo soy reina de la noche. Yo, llena, seré botón que encaje en los ojales y la luz que vuelva a definir las líneas que perfilan la noche.

Y así pasé muchas horas, tantas que juntas hubieran formado años completos. Entraba la isobara y deslizaba el hilo de viuda hasta dejar un bordado casi perfecto. La luna observaba y daba instrucciones. Yo caía rendido a ratos y posaba mi cabeza en su hombro menguante, adormecido.

Y llegó el momento de la luna y estar llena y quiso entrar por el ojal. Penetró con tanta facilidad como la cometa sabe sobrevolar el cielo.
Y la noche empezó a brillar cuando volvieron las estrellas.

Y tú mirabas desde abajo acompañado de tu perro, mientras soñabas lo maravilloso que sería verme al día siguiente.




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Puta

>> jueves, 19 de julio de 2012




Golpe al corazón,
atentado a una vida ya de por sí gastada
y agudizada por un desprecio previsible.
No había armas
tan sólo la ignorancia.
No hubo sangre
mas lágrimas no faltaron en sus ojos.

Hoy vive de rebajas,
de hombre en hombre, sin mirar,
doliente de un pasado
que nunca alimentó su ego.
Duerme en camastros
y se fuma lo que queda,
no pregunta por no hablar
y no responde si preguntan.

No luce cuerpo
por tener feos hasta los intestinos
pero sigue mirando al cielo cada mañana
como si fuera la primera.

Se dedica a escribir versos
para leérselos frente al espejo
y no duda en cantar a solas
pues siempre se sintió artista.

Olvidó qué es un beso
o acaso nunca lo llegó a aprender
por eso no lo extraña,
pero le duele el frío de una cama vacía,
de una noche a medio hacer.


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Agarrado a su desnudez

>> miércoles, 18 de julio de 2012


No hizo falta
más que mi deseo tumbado en la cama
y sus ganas agarradas a las sábanas.
No soñé con grandes ceremonias
ni siquiera con una noche entera.
Tan sólo quería un pedazo de su yo
para saberlo
y poseer su desnudez.
Amarme, no me amó,
ni le conté en que consistía eso.
El blanco del entorno
se tornó manchado,
los ojos cerrados no miraban,
veían negro sin estrellas.
La noche tocaba a la ventana
y el suspiro apremiaba al adiós
sin saber qué guardaba
en toda aquella espesura.
Cerré con cuidado al mirarnos,
dejamos espacio abierto
y nuestra vida siguió a partir de las seis
sin un gracias por venir,
sin un beso que sobrase.



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El dolor

>> lunes, 18 de junio de 2012



Acababa de salir del dentista. Nunca le había gustado esta cita anual y es quizás por ello por lo que siempre retrasaba la visita y eso, después, le originaba más problemas. Si cumpliera las visitas regularmente como le recomendaban y no lo dejara para última hora, no lo pasaría tan mal.
El dentista había hurgado y manipulado tanto en su boca, que aquella mañana salió de la clínica con un intenso dolor.
El trayecto desde allí a su casa iba a ser un infierno hasta que pudiera llegar y tomarse el analgésico que le había recomendado. El camino le pareció más largo de lo habitual, y maldijo tanto al dentista que le fue imposible leer en el metro como era frecuente en él.

Lo peor fue llegar a casa y descubrir que no le quedaba ningún analgésico en el botiquín. A esas horas las farmacias estaban todas cerradas y debía esperar a que abriera la de la esquina para poder tomarse algo. Pero el dolor era tan intenso que creyó no resistirlo más. Pensando en un plan de supervivencia, quizás su vecino le podría prestar algún calmante hasta que él pudiera comprar sus provisiones.

Cuando iba a salir de casa, se vio reflejado en el espejo que colgaba encima del mueble del vestíbulo. Giró la cabeza y se miró. Apartó la mirada e inició la marcha pero rápidamente sus ojos regresaron al espejo para verse de nuevo. Se vio guapo. Se encontró interesante. Sonrió.

- Te sienta bien el dolor, amigo –se dijo a sí mismo.

Él nunca había destacado precisamente por su belleza, ni siquiera por su gracia. Era más bien bajito, algo entrado en carnes, con unas manchas rojizas en el rostro y bastante tímido.
Siguió mirándose de frente y de ambos perfiles. Sonría, gesticulaba. Aparentaba menos años de los 35 que tenía. Sí, definitivamente, el dolor le sentaba bien. Nunca se había encontrado tan atractivo al mirarse a un espejo.
Volvió sobre sus pasos, se dirigió a la cocina y bebió un vaso de agua. Se pasó la mano en forma de caricia por la parte de la cara donde sentía el dolor, y se acercó de nuevo al espejo del vestíbulo.
Verse de esa manera en el espejo hacía que olvidara el querer tomarse un analgésico para el dolor.

- No hay mal que por bien no venga –pensaba.

Marchó hacia el sofá del salón, y mientras seguía acariciando la parte derecha de su rostro, pensó que ese dolor de muelas le provocaría ser el más admirado entre los de su grupo de amigos, después de tantos complejos que siempre le acompañaron.

Tenía calor. Necesitaba abrir la ventana y procurar que el aire le diera en la cara. Estaba sudando y el dolor seguía su curso sin bajar en ningún momento de intensidad. Sin pensarlo, mientras sentía la brisa que entraba por la ventana abierta y movía las cortinas, metió dos de sus dedos a la boca y sacó fuera de ella al dolor.
¡Qué alivio sintió en ese momento!

Dejó el dolor sobre el alféizar y se tumbó todo lo largo que era sobre el sofá, dejando que el frescor que entraba impregnara la estancia. Al fin podría descansar un rato del profundo  malestar que había soportado en las últimas dos horas.

El sopor se unió a la somnolencia y al fin quedó dormido durante un buen rato. No consta en ningún registro, pero su cabeza no dejó de soñar durante todo el tiempo que consiguió desembarazarse del dolor y hasta de su recuerdo.

Cuando despertó, se levantó con unas terribles ganas de mear. Corrió al cuarto de baño y mientras evacuaba su vejiga, recordó su mañana en el dentista y el dolor que había pasado. El dolor. ¡El dolor!
Se giró sin tirar siquiera de la cisterna y se miró en el espejo salpicado de gotas. ¡Se veía horrible!
Corrió hacia la ventana que había dejado abierta para recuperar su dolor, pero el dolor había desaparecido del alféizar. Probablemente un golpe de viento lo había tirado a la calle.

Salió corriendo de la casa y buscó bajo la ventana. No veía nada. Su ansiedad crecía por momentos. Necesitaba su dolor para volver a tener la seguridad en sí mismo que le había faltado hasta ahora.

Levantó la vista y vio cómo la gente le miraba, tendido allí en la acera.

Ángel, el portero del edificio, se acercó para comprobar si necesitaba ayuda.

-         No, no estoy bien. ¿Cómo se puede estar bien, habiendo perdido mi dolor?
-         ¿Tu qué?
-         Mi dolor, mi dolor…
-         ¿Y cómo era tu dolor?
-         Era un dolor intenso, maravilloso… Era mi dolor.

Ángel le miró incrédulo, y sin pensárselo dos veces, le sacudió una fuerte bofetada en la cara.

-         ¿Pero qué haces, estúpido?
-         ¿Te ha dolido?
-         Sí, ¡claro que me ha dolido!
-         Entonces ¿ya has encontrado tu dolor?
-    No, este no es el que busco. Mi dolor era diferente. Era un dolor muy especial, intenso y prolongado,  a ratos insoportable.

Se alejó de allí, con la cara roja por el bofetón que le dio Ángel y pensando en que no sería el mismo si no recuperaba ese dolor perdido. ¿Por dónde empezar a buscar?

El viento se despertó más tarde, violento, molesto. Visto el fracaso de su búsqueda, decidió regresar a casa, con esa especie de depresión no diagnosticada.

Una vez allí buscó un frasco vacío, abrió la ventana y atrapó con él al viento. Así dejaría de molestarle por un rato y no incrementaría ese mal humor que se le había puesto. Y ahora, debería trazar un plan. Necesitaba recuperar su dolor como fuese para sentirse bien, para sentirse guapo.

Volvió a tumbarse en el sofá. Esta vez se quitó toda la ropa para desprenderse de parte del calor que le agobiaba, y con el frasco de viento en sus manos, observaba como éste se movía y retorcía dentro del vidrio con afán de escapatoria.

Nuevamente se quedó dormido en el sofá. Pero el frasco se le cayó de las manos con tan mala suerte que se rompió y fue la oportunidad del viento para escapar. En seguida, cortinas y lámparas empezaron a moverse. Un golpe de puerta provocado por la corriente le despertó sobresaltado, y al poner los pies en el suelo, se clavó uno de los cristales más grandes que estaba en el suelo.
Soltó un aullido. Rápidamente, la sangre empezó a gotear a tanta velocidad que influía en el tiempo de coagulación. Él miraba alrededor sin saber qué hacer, mientras veía el pedazo de cristal clavado en la planta de su pie y sentía el dolor acaparando por momentos toda su pierna.
Le costaba respirar con normalidad y esta vez su aliado el viento, girando sobre su trayectoria, le dio de lleno en la cara y le hizo reaccionar.

Dando saltos con una sola pierna, consiguió llegar al cuarto de baño. Con mucho cuidado sacó el pedazo de cristal del pie y taponó la herida con una toalla. El dolor era intenso, pero… Allí estaba de nuevo. El espejo. El dolor. Su rostro. Su seguridad.
La mejor combinación.
Se miró y se vio hermoso. Se miró y comprobó que era el hombre más bello del mundo.

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