Fotografía: "El sueño de la razón", Goya
Sin más
que el viento por donde azota
y el color en un horizonte que supuse lejano,
encontré ese pedazo de tierra donde descansar un cuerpo
ya cansado y herido,
sin apenas fuerzas para beber el agua aún no hallada.
Tumbado
intenté descubrir si las estrellas en verdad jugaban
o paradas observaban a la luna,
si la luna replicaba
o realmente estaba en mí hablarte
y sólo tenía miradas fugaces para ella.
Mientras deliraba
sentí como mis ojos se despedían de mí
y cerraban sus cortinas para matar al día
a la vez que yo
mojaba su noche
llorando las lágrimas que antes había olvidado.
Me hizo bien
el sentir que respiraba
y recordar que estabas en algún lugar.
Vivía para pensarte
sabiendo que tarde o temprano me atrevería a mirarte
y decirte
cuanto te amaba.
Si acaso hoy dormía
no me abandonaría a una lenta eternidad
para evitar hablarte.
No. Nunca.
Amar, aprendí a amarte
mientras te soñaba
y te miraba,
y tú rehuías sonreír por temor también a amarme.
Y ahora duermo
y si me ves, ¡calla!
¡Quiero soñarte!
Mátame después, quédate con mi alma
manchada de ti
y despídeme de la noche.
©Mario M. Relaño 2012
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1 comentarios amigos:
Vale más una mirada fugaz que deje huella que unos ojos vacíos para la eternidad.
Los tres versos del cierre, con tu premiso, me los llevo para mi colección de joyas. Son una verdadera belleza.
Un abrazo grande.
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