Foto: Mandayona, by Mario M. Relaño
Ella vivía porque le tocó vivir.
No tuvo opción y como todos, no lo eligió. Los pocos que la conocían pensaban
que simplemente se dedicaba a que pasara la vida, a gastar el tiempo, pues
estaba metida en un juego en el cual no había sido preguntada su decisión de
participar.
Jamás vestía bien, pero debía de
ser muy guapa. Nunca tuvo ocasión de demostrar su valía por lo que nadie sabía de
cuánto era capaz.
Sussana o Sussy como la llamaban
en el vecindario, vivía rodeada de libros, cigarrillos y botellines de cerveza.
Ocasionalmente, se veía entrar y salir de su casa a algún hombre sin ningún aspecto
en concreto. Todos muy distintos. Pero debían de ser esas las únicas personas con
que se relacionaba después de la muerte de su hijo y posterior desaparición de
su marido.
En su descuidada casa de fachada
descascarillada, siempre estaban la puerta y las ventanas abiertas, por lo que
era fácil verla desde fuera. La mayoría de los días, vestía apenas con un
sujetador a cuadros con olor a detergente y un pantalón corto. Todo en ella
olía a detergente excepto cuando el humo del tabaco impregnaba su entorno y hasta
su mismo rostro parecía difuminado en humo.
Las tardes las pasaba
prácticamente sentada en una hamaca del porche leyendo novelas de Betty Smith o
a poetas como Ginsberg o Whitman, bebiendo cervezas y aplastando cigarrillos fumados
en el cenicero. Y de allí no se movía
hasta que el cielo pasaba del azul al amarillo-naranja en el horizonte y la
brisa que antes movía las ramas de los árboles se convertía en aire fresco y la
hacía meterse dentro de la casa para colocarse por encima una vieja camiseta.
Pero aquella tarde algo pasó para
que transcurriese diferente. Una sucesión de casualidades provocó que ese
cachito de tristeza que siempre parecía envuelto en papel de aluminio, se
quedara dentro de casa y no pasara la tarde con ella, para darle la valentía de
cambiar una rutina.
Por algún motivo, levantó la
vista y distinguió antes su sombra que la silueta que se acercaba. No esperaba
a nadie. Volvió por un instante al libro, hasta volver a levantarla para
encender otro cigarrillo.
Su mirada rozó su rostro. Sus
palabras sonaron demasiado altas en ese porche poco acostumbrado a ruidos. Casi
con eco. Su voz grave, sonora y clara, le dijo:
-
Hola Sussy.
Ella no contestó. Escupió una
bocanada de humo, vació el botellín de cerveza y miró a ese horizonte quizá hoy
más azul.
-
Han pasado varios
años, Sussy –continuó él. Veo que me
recuerdas. Tu silencio me hace pensar que sigues culpándome de la muerte de tu
hijo y la desaparición de David. Pero yo no tuve nada que ver con eso.
-
¡Lárgate, Mike!
–gritó ella.
Sussy conoció a Mike casi al
mismo tiempo que a su marido. Ambos eran amigos, y después de casarse, él
pasaba muchos ratos en casa con ellos. A ella eso nunca le terminó de gustar,
porque este era el tipo de amistad que impedía que ellos pudieran tener un
matrimonio convencional. Desde el día siguiente a su matrimonio, Mike entraba y
salía de su casa como si fuera suya. Es cierto que él les ayudó a buscar este
pequeño agujero por un precio razonable, colaboró en obras y mudanza, pero ella
en ese momento deseaba disfrutar de su recién vida de casada.
David, su marido, parecía siempre
hacerle más caso a Mike que a lo que ella decía, y eso contaminaba sus noches
en vela. Casi a los pocos días de casados, él ya se marchaba con Mike y
aparecía ebrio a media noche. Es más, estaba casi segura que su hijo fue
engendrado en un polvo forzado en una de esas noches en que su boca rezumaba
alcohol y ella se negaba a ser penetrada.
Cuando nació Steve, su matrimonio
tan sólo era ya una mancha negra en su vida. Una mancha demasiado sucia para
que el detergente pudiera borrar. David sólo se levantaba de la cama para beber
más y desaparecer con Mike. Los pocos ingresos que entraban en la casa eran por
las clases particulares de francés que impartía ella en la escuela local. Las
ilusiones que siempre tuvo de adolescente al enamorarse de David se habían esfumado
y ninguna se había cumplido.
Sus días pasaban preocupada en
procurarle un bienestar a Steve. Intentó que tuviera una infancia digna, pero
no lo fue en absoluto. Su niñez estuvo siempre acompañada por los gritos y golpes que veía en casa.
Un día llegó Mike demasiado
temprano, cuando Steve dormía e incluso ni David se había levantado. Ella, sin
ninguna gana, le preparó el café que le pedía. En el momento que le llevaba la
taza humeante él la agarró por la cintura, apretó su cuerpo contra el suyo y
notó su miembro duro. Ella, le tiró el café a la cara y él, con toda su fuerza,
le soltó un violento golpe que la tiró contra el fregadero.
Al menos consiguió que se
marchara, aunque la herida que en ese momento le sangraba tardó en desaparecer
de su rostro y más, de su alma.
No volvió a ver a Mike.
El ruido producido por el golpe
de Sussy al caer contra el fregadero, provocó que David se levantara y Steve
rompiera a llorar. Él la vio sangrar, pero no preguntó que pasaba. Por el
contrario, empezó a vociferar:
- En esta casa es imposible dormir –gritó.
¿Te quieres callar, enano?
Y se dirigió furioso hacia el
cuarto donde estaba Steve. Sonó un golpe seco. Steve no volvió a llorar.
-
Déjame que te
diga algo, Sussy –continuó Mike sin hacer caso de las palabras de ella.
-
He dicho que te
largues, cerdo –soltó ella con rabia, tirando el botellín de cerveza contra
el suelo. ¿Te parece acaso poco el daño
que nos has hecho?
Ella, levantándose de la hamaca,
hizo mención de entrar en la casa, pero Mike la sujetó del brazo y le rogó:
-
Por favor, Sussy.
¡Escúchame! No tengo nada que ver con la muerte de tu hijo y la desaparición de
David. Cuando salí de tu casa aquel día, nunca más supe de él. Me enteré a los
pocos días de la muerte del pequeño. Pero no he vuelto a ver a David. No supe
nada de él hasta la semana pasada. Por eso estoy hoy aquí, Sussy. Para verte,
para contarte lo que sé. Para que de una vez por todas, entiendas todo.
Ella se soltó con brusquedad.
Entró en casa, pero dejó la puerta abierta, como una invitación muda a pasar. Se
sentó, y su mirada, perdida en el vació le cayó la boca. Era como una muñeca de
trapo, sin vida. Si acaso, era porque respiraba. Si acaso sentía que respiraba,
era para odiar que siguiera viva.
-
Sussy,
–comenzó Mike- no supe nada de David en
mucho tiempo. Cuando aquella mañana vine a tu casa, realmente venía para
despedirme de ti, sabiendo que él no estaría levantado. Había sido consciente
del daño que mi amistad con David había hecho a tu matrimonio y quise
retirarme. Si mi amistad con él había continuado en el tiempo, era por ti. Tú
eras quien me importaba. Pero no lo supe hacer bien y en lugar de enamorarte,
conseguí que me odiaras.
El día de la despedida, estropeé todo aún
más, y te pido disculpas por ello. ¡No podrás jamás entender lo que se sufre al
ver a la persona que amas, siendo maltratada por un imbécil!
Ese día marché. Cambié Chester por Clover,
donde he pasado todo ese tiempo. Allí he trabajado con mi hermano en una
carpintería de su propiedad. No me ha ido mal. Nunca más supe de David hasta la
semana pasada. Mi hermano y yo viajamos hasta Lancaster para hacer negocios con
una empresa maderera, cuando le vi. Él no me vio a mí, pero yo le seguí. Salía
de un bar, y créeme que tenía un aspecto horrible. Vestía con un pantalón sucio
y muy roto y una camisa abierta casi entera.
Mike levantó la cabeza para mirar
a Sussy. Ella seguía ausente. Ni siquiera sabía si había escuchado una palabra
de lo que le estaba contando. A pesar de eso, Mike siguió narrando:
-
Entró en lo que entendí
era su casa, un pequeño antro con apenas una ventana sin cristales. Con cuidado,
me asomé y vi como se abría una cerveza y se tumbaba en un viejo sofá. Supuse
que se dormía.
Volví donde estaba mi hermano buscando una
excusa para dejarle por unas horas y le mentí diciendo que había recordado que
en Lancaster tenía unos conocidos, por lo que intentaría localizarlos. Sin
pérdida de tiempo, entré en el bar de donde había salido David apenas quince
minutos antes. Intenté, sin que se notara mucho mi interés, hacerle preguntas
al camarero. Sí, me confirmó que era David, que era un vago alcohólico que no
trabaja en ningún lugar. Se cree que el poco dinero que tenía para gastarse en
comida y bebida lo sacaba de pequeños hurtos nunca probados. Vivía en esa casa abandonada de las afueras
de la ciudad y no era muy querido por los lugareños. En diferentes ocasiones
había provocado altercados en ese mismo bar, casi siempre provocados por la
bebida. Y en más de una ocasión pasó la noche en el calabozo de la localidad.
-
Mike -dijo de pronto Sussy.
Ese cabrón mató a mi hijo de un golpe.
- Lo
sé, Sussy. Lo sé. Y también sé que consiguió salir impune.
Fue la primera
vez que Sussy levantó la mirada hacia Mike. Siguió callada mientras Mike le
agarró una mano que ella no retiró. La lágrima que hasta hace muy poco había
estado ahogando su ojo, comenzó a resbalar por la mejilla mojando incluso su
cuello. Mike seguía con su mirada ese recorrido sin querer interrumpirlo. Tan
sólo contemplaba y se contagiaba de esa tristeza tanto tiempo en él reprimida.
- Ese
día cuando te marchaste -comenzó a narrar Sussy, David se levantó furioso por haber sido despertado. Steve lloraba y él,
sin mediar palabra, se dirigió a su cuarto y le dio un golpe que resultó fatal.
Dándose cuenta de lo que había hecho, vino
hacia mí, me cogió del cuello y dijo: "tú jamás dirás nada de esto, puta.
Si no, serás la siguiente".
Él mismo inventó una historia para poder
enterrar al niño y salir impune. A los pocos días, desapareció.
Sussy se levantó hacia la cocina.
Trajo dos botellines de cerveza y sentándose nuevamente, contempló como la
noche había envuelto la casa y el valle que la rodeaba había sido engullido por
la oscuridad.
Mike quiso imaginar el dolor de
esa mujer. Quiso ver en cada una de las arrugas de su rostro un golpe de la
vida. Se arrepintió de todo el mal por él provocado, siempre inconscientemente.
- Sussy -rompió el silencio Mike, David
está acabado. Me comentaron que la cirrosis acabará con él en los próximos
meses.
No dijo más. No lo creyó
conveniente. Se levantó y se dirigió a la salida. Al abrir la puerta, se giró,
miró por última vez a Sussy y se marchó para siempre.
Quizás, al fin, había llegado
para Sussy el momento definitivo para cerrar el capítulo más doloroso de su
vida.
© Mario M. Relaño
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2 comentarios amigos:
Hubiera deseado otra que un martillo en su cabeza antes que su cirrosis y ojalà Sussy hubiese reaccionado y Mike no callara...aiiii...esos silencios que te hacen perder una vida quizás grande.
Grande Mario...grande!!
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