Las tardes de Juan

>> domingo, 27 de diciembre de 2020

 

Four Lane Road, Edward Hopper

A Juan no le acompaña la soledad. Cecilia permanece a su lado, a pesar de que los domingos le ven caminar por el camposanto con tres rosas y un manojo de flores silvestres. Pero continúan juntos como él le prometió no hacía mucho, ya ella muy debilitada, sin apenas fuerza para mirarle. No, nunca la dejaría y él le seguiría contando a qué dedica todo su día, como le fue la pesca, qué comió y si los nietos pasaron por el campo a verle. Y es en ese paseo de tarde, cuando ya cansadas sus piernas, se sienta siempre en el mismo banco y mira de lejos al mar, con la mirada perdida y fumando sin apenas echar humo. A partir de ese momento, él habla con Cecilia y le cuenta. Y ambos pasan así la tarde, entre el murmullo de los que pasan y la brisa que corre en este cementerio cerca del mar.

 


Juan siempre fue un romántico. Conocía a Cecilia desde siempre; ya de niños fueron juntos a la única escuela del pueblo. Con apenas catorce años, él la sorprendía casi a diario con flores y por fin ella accedió a darle el SÍ a los diecisiete. Desde entonces, su vida en común transcurrió tranquila, con su trabajo en la pesca, sacando adelante a su único hijo, y dedicándose buenos ratos de cariño diario para que su matrimonio permaneciera puro como el primer instante. Y es que Juan ¡quiso tanto a su mujer!

 


Cecilia era una señora de carácter. Siempre le halagó que su marido apareciera por casa con flores sin motivo alguno. Quizás ella nunca fue tan detallista con él. Pero eso Juan no lo veía. Tan solo miraba el azul intenso de los ojos de su amada, que como él decía, “me recuerda al mar que baña mi islita, el que moja mis pies manchados de jable”.

 


Desgraciadamente, la vida no es para siempre y un día Cecilia enfermó de gravedad. Juan pasó las largas noches asido a su manita ya muy delgada, colocando paños mojados en su frente, y mandándole besos volados para no despertarla.

 


Hoy Juan, como cada tarde, se sienta en un banco, justo enfrente de la casona canaria. Se sienta y se masajea sus piernas cansadas, enciende un cigarrillo, y en voz alta, le habla a Cecilia.

 


No, Juan no es un viejo loco. Juan sigue queriendo que Cecilia viva a su lado. Juan, se pierde entre su soledad y sus recuerdos.

 


Hisae

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Mi pequeño cuento de Navidad

>> viernes, 25 de diciembre de 2020

 

 
              Anónimo novohispano. Escuela mejicana

Las luces de Navidad en mi pueblo, son cada año más y más originales. Cuando sales de casa a las siete de la mañana para dirigirte a no sé donde puñetas voy a estas horas, ves las casas disfrazadas de carnaval, con decenas y decenas de luces multicolores, tapando ventanas, puertas y demás enseres que haya en la parte exterior de los hogares de mis conciudadanos. Cada vez hay menos papa noeles colgando de las terrazas, pero estos han sido sustituidos por otros objetos que no sé muy bien definirlos.


Además, percibo una cierta competencia entre pueblos y ciudades para ver quien coloca el árbol luminoso de Navidad más gigante. Son tan altos, que incluso las cigüeñas que anidaban antaño en lo alto de los campanarios de las iglesias, lo hacen ahora en las estrellas de cinco puntas colocadas en los árboles navideños. ¡Pobres aves!


La Navidad llena de luz y color las calles. Pero esto ya no es sinónimo de alegría. Este año debe de ser que las luces sustituyen a los abrazos.


Yo, aunque el roscón de reyes no podré compartirlo, no dejaré de pensar en todos aquellos a quien quiero mientras miro las luces parpadear.


¡Feliz Navidad!

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Cobardía

>> sábado, 19 de diciembre de 2020

 

Jessica Romondi

¿Dónde están todos aquellos, pedigüeños,


que subían a lo alto de la torre como cuervos


y se asomaban en busca de su presa


para someterles a la tortura del robo de su alma?


¡Ay de aquellos violentos que,


a pesar de los tiempos que corrían,


intentaban saciarse con la sangre de los pobres,


a pesar de que estos habían nacido ya secos!


No quedarán en nuestro mundo perfecto


cuando nos hagamos con el poder y la fuerza,


cuando nos unamos en uno y dejemos de lamentarnos


de que violaron a nuestras mujeres y


nos quitaron el orgullo.


Pronto, muy pronto,


estos cuervos pedigüeños volarán lejos,


huyendo de nuestras tierras, libres al fin,


con el temor de ver nuestros puños en alto.


Pero eso será más tarde.


Mientras, seguiremos viéndolos subir al alto,


nos esconderemos con miedo


 y les dejaremos que nos absorban la vida.


©Hisae

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La ciega

>> miércoles, 2 de diciembre de 2020

 

La muchacha ciega, de John Everett Millais

Le he visto la mirada. Dice que es ciega, pero no lo es. Es mala.


Cuando nadie la mira, suelta el bastón blanco y camina con largas zancadas.


Cuando te habla, su dulce vocecilla está envenenada. Todo es lovely, dice. Pero sé que no lo es.


Es mala. Y me odia. Me odia desde el día que su hija escupió y no recogí sus insultos. Me odia desde que sabe que sé que no es ciega. Me odia porque me ama, pero jamás penetraré su cuerpo corrupto y feo.


Hoy aprendió una nueva palabra: "bonito"· Pero es un feo vocablo cuando es ella quien lo pronuncia.


Ella dice que es ciega, pero no lo es. Es mala.


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