Demasiada realidad

>> domingo, 22 de enero de 2012


Era como despertar sin que fuera aún por la mañana.

Es negrura en plena oscuridad.

No debió de ser si acaso cuentan que fuera.


Encontré un desayuno

entre pasajes de nubes y paisajes de picos altos.

Sobrevolé, una vez más,

el despertar de ambos, juntos,

revueltos en sudarios de sedas antiguas

y fastos que dejaron de deprimir.


Yo era aquel príncipe de tu cuento

que había logrado trepar hasta tus brazos.

Tu, dormías.

Yo, miraba.

Yo vivía, gozaba, sentía y tenía,

sin pensar que todo termina

como acaba la aurora en las mañanas

o los gorjeos de las aves al caer la noche.


Yo, miraba.

Yo, olía tu cuerpo que me poseía,

tocaba el pecho que me era ajeno.

Todo sucumbía a los encantos

en aquellos desenfrenos que, de tan secretos,

mortificaban a unos

y extasiaban más por ser cuerpo extraño.


Era como un anochecer

que no encuentra estrellas.

Todo volvió a ser negrura en la claridad.

Fue aunque no quisimos que fuera.



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Yo tuve una esposa pirómana

>> viernes, 20 de enero de 2012



Ella quería llenar la bañera de café. Mientras, yo la invité a abandonar su mirada azul al mar si no era capaz de cubrirme en intensidad.

Qué estúpido me sentí después, cuando me explicó que el mar se compone de diferentes partes, ninguna de ellas azules.


Por aquel entonces, yo acudía asiduamente a pasear a la playa. Combinaba a la perfección el cielo, con el mar y el aire. El médico siempre me lo recomendaba como medicina para mis problemas asmáticos. Yo terminaba más tarde en el chiringuito de al lado, y después el médico tuvo que curar mi alcoholismo.


Ella apareció por casualidad, con un minúsculo bikini que apenas le cubría, y con unas marcas de sol en la espalda. Como siempre en estos casos, me pidió fuego. Se lo ofrecí a cambio de un cigarrillo.

Al rato tuvieron que llamar a los bomberos, pues el fuego se hizo tan real, como real es el calor en verano.

Me esposaron a su lado, muñeca con muñeca, y mientras nos llevaban a comisaría, aproveché para preguntarle su nombre y mirar más de cerca sus tetas.

Tras un breve interrogatorio, quedamos libres bajo fianza, fianza que tuvo que pagar Tina, mi vecina, pues ni yo tenía dinero ni ella sabía de qué color eran los billetes.

Ella comenzó a mirarme intensamente. Tenía unos ojos azules preciosos. No me mires así que me intimidas –le dije. Y siguió intimidándome el resto de mi vida.


Tras comer un menú barato en un bar de carretera, nos fuimos a casar. Fue la boda más bonita que nunca tuve. Yo, con traje rojo. Ella, todavía en bikini. El juez de guardia que nos casó, nos perdonó que no lleváramos anillos, porque entendió que lo nuestro era amor verdadero.


Hijos, de momento decidimos no tener, al menos mientras ella siguiera con esa afición de pirómana. Así que nuestros días, transcurrían entre paseos por la playa, juzgados y estaciones de bomberos.


Decidí buscar un trabajo, y encontré uno como dependiente en una tienda de ultramarinos. Mientras tanto, ella se dedicaba a cocinar y a barrer… las cenizas que por todos los lados dejaba dispersas.


Un día le propuse hacer un viaje. Nunca pudimos realizarlo, porque justo la noche anterior, la fuerza del huracán Rina hizo desaparecer mi coche, y como barcos no sabía gobernar, nos quedamos en la cama como cualquier otro sábado. Aunque esto a ella le llevó a una depresión y durante unos meses se apartó de los mecheros y las cerillas.


Creo que desde entonces nos llevamos mal. No nos entendemos. Ella parece que hace las cosas para fastidiarme. Le traigo un ramo de flores, y las pone en la ensalada. La invito a una menta poleo y pide un granizado de avellana con nata.

Yo ya no puedo vivir así. Creo que le pediré el divorcio, aunque antes le ruegue que me deje la huella de su sonrisa para saberla reconocer.



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Le pregunto al médico

>> jueves, 12 de enero de 2012


Le pregunto al médico

por la cura de mi heridas.

Y el médico no me miente:

tú no tienes heridas, amigo,

lo tuyo no duele. A eso se le llama vida.



Y me quito la bata azul de enfermo,

y busco de nuevo el aire que pensé dañino,

y lo inhalo

porque yo lo quiero,

yo,

yo que vivo

la vida que creía dolor

y sólo era leve melancolía.



Traigo a la memoria

los años de la infancia,

y recuerdo entre risas

aquel primer beso mal dado en una carpintería,

ya sabiendo

que hoy no vivo en blanco y negro

(ya nacieron nuevas espigas)



Doctor,

qué me pasa, doctor,

que vivo sin querer morir.

Tú no tienes mal, amigo,

sólo es que aprendiste a vivir la vida.



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Quiero aprender a volar

>> domingo, 8 de enero de 2012


Fotografía: Vicente Méndez.


Mugre en mi ropa,

después de meses buscando el camino correcto

donde poder de nuevo combinar el sol con mi sombra.

Y repitiéndome de continuo:

quiero aprender a volar.


Me creí pájaro

desde el momento que conocí el cielo.

Me mareaba su inmensidad.

Mis sueños se transformaron en maneras de alcanzar el azul infinito.


Camino,

como ermitaño,

entre jaras,

acercándome al punto más alto de unión entre tierra y cielo.


Y en el vértice

me lanzo al vacío para tocar el azul

sabiendo

que estás abajo esperándome.

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Carta escrita en un columpio

>> sábado, 7 de enero de 2012


Escribo sentado en un columpio.



Levanto la vista y me encuentro con un juego de nubes. El viento da de lleno en mi rostro, tanto, que a ratos me quedo sin aire.



Mis dedos anotan en un papel mis propósitos, ideas limpias, maneras de llegar al lugar donde transcurren esas maneras más fáciles de vida plena.


Pienso en ti mientras lo hago, en las largas conversaciones sobre nosotros y el cielo; pienso en nuestros silencios sabiendo que estamos justo ahí detrás. Rememoro las noches que han quedado atrás gastadas por no ser capaces de transformar los instantes en cómodas almohadas.



Mientras se mece el columpio, siento vibrar mis dedos al mismo tiempo que mi cabeza. Los cientos de neuronas dudosas que llenan los cubículos de mi testa, me ciegan. Entre tanto, tomo impulso, respiro y sigo viviendo. Siempre fue así. Nunca llegué a morir del todo. Siempre me repongo aunque antes me haya bebido tantas lágrimas como litros tenía el pantano donde se suicidó mi sombra.


Hoy, mi sombra resucitada y yo somos capaces de estar contigo, hablar entre nosotros tranquilamente dejando de lado nuestras diferencias para que la sombra se entretenga.


El columpio, sólo es la excusa para escribirte. He escrito cientos de metros cuadrados de palabras intentando explicarte que la vida no es como es, que la vida es como nosotros la llevamos y que yo no soy inteligente para saberla llevar. Me limito a vivir donde, como y cuando me mandaron. Y hoy, no dispongo de piernas suficientes para saltar y llegar al invierno. Llámame cobarde.



Por eso, me refugio en el columpio, donde lloro, te pienso y comento contigo como fueron creciendo los hijos que nunca llegamos a tener.



A veces lloro. Pero hasta una lágrima es bella cuando la ilumina un rayo de sol.



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