Amarillo

>> domingo, 28 de febrero de 2010


Me descubro observando lo estéril de la montaña,

creyendo quizás que podría encontrar tu rastro entre rastrojos,

en tierra yerma,

llena de los cadáveres de hojas ya secas.



Hasta el sol nos olvidó ayer…



Definitivamente es mejor morir,

y acudir al elíseo donde la miel incluso hiberna su dulzor.

¿Por qué no morimos juntos,

recreamos la muerte

y enfriamos nuestro aliento?

Muramos y ya está.

Seguro que el viento se encargará de repatriar nuestro polvo.



Aquella mirada fue un error.

Nunca debí encararte con mis ojos

si ni siquiera me atrevo a tomarte de la mano.

Paseemos y sintamos el amarillo de la tarde,

el color de un sol intenso, enorme.

Y después,

muramos nuevamente hasta el amanecer.



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Descubriéndote

>> miércoles, 24 de febrero de 2010


Algún día, criatura encantadora

para ti seré sólo un recuerdo,



perdido allá, en tus ojos azules,

en la lejanía de tu memoria.

Marina Tsvietáieva




Perdido en la inmensidad de mi propio yo,

dentro de mí,

intentando resurgir hacia el mundo de los demás

a pesar de que mi interior sea demasiado extenso.

Escuchar en secreto

como caen gotas de lluvia

en esta península de mármol.

Inventarme una frase

que no haga sombra y no deje huella,

que no trastorne.

Crear con pinceles finos

ilustraciones para cuentos,

donde haya cielos rojos y caballos color salmón.



Y mientras,

el agua cae al ritmo que le impuso la lluvia,

y pierdo la mirada

entre el silencio y el caminante del paraguas azul.

Imagino el frío dañándome el rostro

mientras sigo soñando,

si acaso en mi soledad seré capaz

que me reconozcas en unos escasos versos.




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Tardes de invierno de cielos blancos

>> domingo, 21 de febrero de 2010

Un nido de cigüeña vacío, me recuerda inviernos de cielos blancos.

Nadie aún los había inventado rotos.

El humo de la vieja chimenea se abraza a la neblina que se deslizaba silenciosa por la gran montaña.

Quiero pensar que más de un amor aún perdura en alguna de las casas que me rodea.

Imagino al menos dos cuerpos desnudos

en esta tarde que calla silenciosa

mientras espera morir.



El resto son vidas ya desgastadas

cuyo único anhelo sea el que mañana vuelva de nuevo a amanecer,

sin darse cuenta,

que ninguno de ellos rozará siquiera

el cuerpo desnudo de su vieja esposa, él,

ni ella, el del anciano que tiene como esposo.

¿Cuánto hace que ambos no permanecen desnudos,

uno frente al otro?



Es lo más triste de este invierno de humo de chimeneas:

dos amores agarrados ahora con cemento

que ni se tocan ni se miran.

Tan sólo se limitan a contar las vivencias de antaño

en tarde de toros,

o meriendas del 18 de julio.



He de cerrar ya las cortinas

porque quiere morir el silencio junto a la tarde.

Incluso ahora caen menos gotas de lluvia

de las canales.

Hasta la lluvia muere en esta tarde de cielos blancos

y nidos vacíos de cigüeñas.





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Árbol centenario

>> lunes, 15 de febrero de 2010

Masticaba el aire sucio y denso.

Lo que antes era un sonido agradable

me sonó terriblemente estruendoso.

Tumbado encima de la cama,

dejé que las lágrimas me bañaran las sienes

cuando recordé que jamás te tuve,

aunque mi deseo entrecortara todos los sueños.



No sabía como convivir

con un cuerpo como el mío tan cargado de emociones,

y donde antes recordarte era vida,

olvidarte hoy me cuesta llantos,

sollozos que empapan el sinsabor

echado entre sábanas sucias de tardes pasadas.

Recuerdo fingir un beso

para tiznar mis labios de tu yo.

Pero ni el beso ni el labio

me supieron nunca al dulzor de la miel,

agrio el momento de un no rotundo

que aún perdura en las raíces de un árbol centenario.



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Diario de una despedida

>> martes, 2 de febrero de 2010


Temblaba una sombra doblando la esquina,

ni era tuya,

ni era mía. ¡Ver la niebla caer en la noche!

Respiraba al mecer tu cuna, si acaso ya naciste,

y quería olerte

aunque el aroma de las flores matara ya tu olor.

¡Qué maravillosos ojos,

aquellos que conviertan en belleza un otoño!

¿Cuánto tiempo te vas? –me preguntaste.

¿qué será de mí?

¿del frío?

¿del breve?



Sin saber, que estaba en ti,

bebí de tus labios aquella vez que dormías.



No poseo más yo, que yo mismo,

en mi jardín, dormido, y latiéndote.




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