El hombre es como la luna; siempre hay una cara que está oculta

>> domingo, 26 de julio de 2009


El hombre es como la luna; siempre hay una cara que está oculta.



Bueno aquí tienes el titulo de tu próxima obra, me dijo Sousa en otro de sus despertares cargados de tristeza. Otro día más, donde lo único que deseaba era romper con el mundo.

Deberías hablar de la oscuridad del ser humano, de su lado más mezquino, más chantajista, del lado donde guardamos nuestras inseguridades y nuestros miedos. Ese lado donde nos refugiamos detrás de un muro levantado año tras año, para que nadie llegue a hacernos daño, sin reconocer nosotros mismos la existencia de dicho muro. Y, donde muchas veces, reflejamos que el problema lo tienen los demás y no nosotros mismos.
Ese lado donde uno es capaz de sentir sin limites, de ser feliz sin condiciones, y a la vez, ese lugar que cuando llega alguien y nos lo arrebata somos capaces de levantar una defensa, con el mejor ejercito personal del que disponemos, hasta limites insospechados y que pueden ocasionar el DESASTRE
. (Cuando pronunció desastre, lo hizo mirándome fijamente a la cara; movió su cabeza hacia delante, y abrió demasiado su boca. Casi sentí que me escupía).



Yo no era la culpa de su desgana. Tan solo aparecí en un momento de su vida que quizás no era el adecuado. O sí, aún no lo sabía. El caso es que ahí me encontraba yo, viendo a un hombre en calzoncillos, tirado en una cama con sábanas blancas y arrugadas y con un cenicero cargado de decenas de cigarrillos ya fumados.

Casi me atreví a gritarle. Todo es una anécdota en tu vida. Yo también soy una anécdota en tu vida. Pero hoy estoy aquí, y con esto debes de convivir. Mañana sería otro día.



Coincidí con Sousa en el segundo curso de la Universidad de Medicina. Siempre fue un destacado estudiante, un alumno envidiado. Lo tenía todo: inteligencia, belleza, dinero… Era difícil verlo solo, siempre rodeado de los que parecían sus cientos de amigos. Con el tiempo pude darme cuenta, que Sousa no tenía tantos amigos. Siempre me dio la impresión que se aprovechaban de él y en el fondo, de ser una persona frágil y solitaria.



Ahora, años después y habiendo compartido una amistad sin límites, vine a ver a Sousa cuando comprobé que ya no bastaban mis llamadas de teléfono. Mis ánimos y bromas dejaron un día de hacer efecto y fue cuando su estado me preocupó enormemente.



Su habitación estaba desordenada y olía a humo. Todo él era humo. Parecía como si en realidad su vida fuera también humo, tan efímera, tan transparente, grisácea y frágil, que se deslizaba con facilidad por la rendija de la ventana. Un chico guapo, atlético y derruido. ¿Cómo el humano caía tan repentinamente en este estado, sin siquiera darse cuenta? No te dejes arrastrar por la tristeza –le decía yo. Eso es demasiado fácil. Lo difícil, el reto del hombre, es plantar cara y vencerla.



Conseguí que se levantara de la cama, se duchara y tomara un café con tostadas. Su alcoba quedó a merced de la brisa fresca que entraba por la ventana en esta mañana de invierno. Las sábanas fueron a la lavadora, los ceniceros vaciados y las cinco latas de cerveza que había a los pies de la cama terminaron en la basura.



Ya en la cocina, y mientras sorbíamos la segunda taza de café, ambos con un cigarrillo entre los dedos, quiso narrarme los últimos doce meses de su vida para darme el guión de mi próxima novela. Prometí escucharle hasta el final con la condición de salir después a pasear y comer en uno de los pequeños restaurantes del puerto.



Miré sus ojos tristes mientras me contaba. Tenía una cara bella. Muy bella. La tristeza acentuaba esa belleza. Pero sus ojos tristes derramaban demasiado dolor.



No fue este su mejor año, me contaba Sousa. Su regreso de Berlín, después de vivir en una gran ciudad europea que le había dado tantas oportunidades, no fue lo mejor que le podía haber pasado. Tuvo nuevamente que adaptarse a su bonita pero pequeña ciudad y al que fuera antaño su trabajo en el Hospital Comarcal.

Su creatividad se había estancado desde entonces. No encontraba inspiración para el arte en su fotografía. En todos esos retratos que realizaba se reflejaban la tristeza que él tenía, blancos y negros intercalados en sus creaciones.



Permíteme que ahora calle, que mis palabras no vayan más allá, mi querido amigo –interrumpió de repente Sousa. No me siento con fuerzas. Tan sólo quiero sentir el silencio en mi espacio, junto a nosotros. Déjalo que nos acompañe esta mañana. Darse es vivirse, por dentro y por fuera. Y hay momentos que creo que muero al darme.



Nunca juzgué sin conocimiento de causa a las personas. Siempre di una oportunidad al recién conocido. Cierto es que me atraía una sonrisa en las personas y eso eran puntos a favor de aquella que comenzara a formar parte de mi vida.

Conocí feliz a Sousa y le veía ahora abatido. No era en este instante, esa persona triunfadora que años atrás acaparaba todas las miradas en la universidad.

Creo que me costaría entrar dentro de él hasta descubrir que era lo que realmente tanto dolor le producía y causaba ese desorden en su vida.

Nunca serían él y su dolor el argumento de mi próxima novela. Mis lectores se habían decantado por esas aventuras que surgían no se de donde, pero que les entretenía. Mucho habría de cambiar el final de la historia de Sousa para que la editorial se interesara por mi nueva narración. Aunque ésta ahora, debía de esperar hasta conseguir salvar a mi amigo de esa depresión que le hundía.



Foto: Hisae&Jero




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Amanecer y ocaso juntos de la mano

>> jueves, 23 de julio de 2009


Apenas amaneció y el viento sonoro trastorna mis oídos...
El desayuno voló por el cielo... me amarga el café...

Te escribo desde el silencio de la noche porque el día fue demasiado ruidoso.

Pero lo bueno que tiene el día, es que al cabo de unas horas termina,

y yo me siento libre para cerrar los ojos y hacerlo desaparecer.



Si encuentras silencios es por la omisión del veneno,

si te oprimo, puedes devolverme las letras:

las ahogaré en el mar.

Acaso no vuelva a ver la luz

si olvido abrir los ojos.

¿Pero acaso dicen que existen los colores?



No estoy. Me fui.

No me esperes en el andén.

Marché en el último tren.






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Que risas me provocan tus abrazos

>> sábado, 18 de julio de 2009

Que risas me provocan tus abrazos

mirando juntos ese cielo roto

en noche de luna coqueta.

Robo palabras equiparables a las tuyas.

Te hiciste con la parte alta de mi corazón.



Miradas que me hurtas,

conflictiva,

cómplice,

si contemplas cuerpos tallados esbeltos,

bronceados por algún alisio.

Bromas descaradas en actitudes descuidadas.

Vendiste mis ojos para comprarlos.



Y sonríes,

y lloras melosa.

Pero mis ojos te desnudan feliz,

y me tomas la mano,

caminando juntos

por el puente trazado entre tu vida y la mía.

Acaso debe ser primavera.



A Upe






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Niña sucia

>> lunes, 6 de julio de 2009


Voló la imaginación de la niña sucia,

mientras las cenizas de su cabello

ennegrecían los sueños de los más pequeños.

Los acordes de violines de madera pulida,

quedaron silenciados

por los llantos de duendes novatos.

Y reía,

drogada de abrazos rotos y besos aún no soñados.

Y narraba historias

con palabras muertas antes de ser pronunciadas.



¡No dejes nunca de ser princesa! –le decíamos

cada uno que a su lado pasaba.



Niña sucia

de sueños impopulares,

bellos pero absurdos,

que jugaba a ser gitana

vestida de lunares para confundirse con las estrellas,

que cantaba cuando lloraba

y lloraba si no reía.

Niña sucia,

de carita escondida entre sus manos

por vergüenza a piropos castrados.



¡No dejes nunca de ser princesa! –le decíamos

cada uno que a su lado pasaba.

Soy tu reina –nos contestaba.




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Espasmos

>> miércoles, 1 de julio de 2009


Quise ver de nuevo tus ojos,
pero me cegaba la ausencia de tu mirada.
Distraías tus ojos en aquello que me quemaba.
Espasmos
Y grité de pronto: ¡Fuera!
No soportaba esa pena.
Dejarme las cuencas vacías
no poblaba de alegría mis espacios.
Quise morir por no tenerte,
tenerte hubiera sido también muerte.
Si acaso encontrara el consuelo en mi ignorancia,
o calles desiertas al paso de mi desgracia.
¡Quémame! si acaso fuego hayases.
Anduve solo, ¿qué más da una gota nueva de esperanza?

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