Yo tuve una esposa pirómana

>> viernes, 20 de enero de 2012



Ella quería llenar la bañera de café. Mientras, yo la invité a abandonar su mirada azul al mar si no era capaz de cubrirme en intensidad.

Qué estúpido me sentí después, cuando me explicó que el mar se compone de diferentes partes, ninguna de ellas azules.


Por aquel entonces, yo acudía asiduamente a pasear a la playa. Combinaba a la perfección el cielo, con el mar y el aire. El médico siempre me lo recomendaba como medicina para mis problemas asmáticos. Yo terminaba más tarde en el chiringuito de al lado, y después el médico tuvo que curar mi alcoholismo.


Ella apareció por casualidad, con un minúsculo bikini que apenas le cubría, y con unas marcas de sol en la espalda. Como siempre en estos casos, me pidió fuego. Se lo ofrecí a cambio de un cigarrillo.

Al rato tuvieron que llamar a los bomberos, pues el fuego se hizo tan real, como real es el calor en verano.

Me esposaron a su lado, muñeca con muñeca, y mientras nos llevaban a comisaría, aproveché para preguntarle su nombre y mirar más de cerca sus tetas.

Tras un breve interrogatorio, quedamos libres bajo fianza, fianza que tuvo que pagar Tina, mi vecina, pues ni yo tenía dinero ni ella sabía de qué color eran los billetes.

Ella comenzó a mirarme intensamente. Tenía unos ojos azules preciosos. No me mires así que me intimidas –le dije. Y siguió intimidándome el resto de mi vida.


Tras comer un menú barato en un bar de carretera, nos fuimos a casar. Fue la boda más bonita que nunca tuve. Yo, con traje rojo. Ella, todavía en bikini. El juez de guardia que nos casó, nos perdonó que no lleváramos anillos, porque entendió que lo nuestro era amor verdadero.


Hijos, de momento decidimos no tener, al menos mientras ella siguiera con esa afición de pirómana. Así que nuestros días, transcurrían entre paseos por la playa, juzgados y estaciones de bomberos.


Decidí buscar un trabajo, y encontré uno como dependiente en una tienda de ultramarinos. Mientras tanto, ella se dedicaba a cocinar y a barrer… las cenizas que por todos los lados dejaba dispersas.


Un día le propuse hacer un viaje. Nunca pudimos realizarlo, porque justo la noche anterior, la fuerza del huracán Rina hizo desaparecer mi coche, y como barcos no sabía gobernar, nos quedamos en la cama como cualquier otro sábado. Aunque esto a ella le llevó a una depresión y durante unos meses se apartó de los mecheros y las cerillas.


Creo que desde entonces nos llevamos mal. No nos entendemos. Ella parece que hace las cosas para fastidiarme. Le traigo un ramo de flores, y las pone en la ensalada. La invito a una menta poleo y pide un granizado de avellana con nata.

Yo ya no puedo vivir así. Creo que le pediré el divorcio, aunque antes le ruegue que me deje la huella de su sonrisa para saberla reconocer.



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