La cosa iba de fantasmas

>> domingo, 23 de diciembre de 2012

                          Ilustración: Carlos López Terán



Desconozco su presente y por supuesto su pasado. No me importa nada su futuro si acaso lo tuviera. Hace apenas unos minutos que llegó al borde mi cama y ha sido nuestro primer encuentro. No puedo hablar mal de él. Tampoco bien. Permanece callado mirándome como si la cosa no fuera con él. Yo le veo excesivamente pálido, no sé cuanto hace que no se mira al espejo.
Estoy por decirle algo, pero espero paciente, pues al fin y al cabo, ha sido él el que entró en mi dormitorio sin avisar.
No me gusta el diseño de vestimenta que ha elegido para venir a visitarme; parece recién levantado de la cama. Viste tan blanco, que se confunde con la palidez enfermiza de su rostro, si acaso a esa cosa con dos ojos se le puede llamar rostro.
Mira, me está empezando a caer mal. Me despierta de mi sueño, me baja la erección, y permanecemos los dos como pasmarotes mirándonos.
Mejor me levanto, subo la persiana y le pido explicaciones. No me gusta que interrumpan mi intimidad.

Odio a los fantasmas que nacen y mueren en el transcurso de un minuto. Aparecen para joder al personal y sin mediar palabra, desaparecen según subes la persiana. Los rayos del sol les intimida. Quizás ya no llegan a asustar como antaño.
¿Asustar? En la época de las tecnologías, esos seres paliduchos vestidos con sábanas blancas, dejaron de ser el tormento de los niños. Ellos nunca quisieron renovarse. Y ahora, creo que aparecen en nuestros dormitorios sólo por nostalgia.

Ella fue demasiado lista, al tiempo que un poco ignorante. Al despertarse y encontrárselo al pie de su cama, no lo dudó un instante y lo colocó como sábana bajera de su cama. El fantasma no tuvo escapatoria al quedar sujeto entre el colchón y el somier.
Eso sí, ella no volvió a pegar ojo cada vez que el fantasma gemía por su encierro. Al fin y al cabo, él era un alma libre.


©Hisae 2012

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