Cuadro: Kimeta Castañe
©Hisae 2012
No pasaba nada; todo era como
lo fue el día anterior y como seguramente sería el día de mañana. Encontrarse
un grifo que goteaba era lo más parecido a la normalidad en su vida. No haberlo
era casi hasta cómico.
Se levantó demasiado temprano
para intentar terminar ese libro que se le resistía y devolvérselo al fin a su
querida vecinita; esa que le provocaba tocándose las trenzas pelirrojas que
colgaban desde su redonda cabeza.
Puso la cafetera en el fuego y
mientras esperaba que saliera el café y lavaba un vaso sucio, pensó si acaso la
vida había sido injusta para él o fantástica para el resto.
Bebió hasta saciar su sed nocturna,
mojó una magdalena en el café con leche y tirándose en el sofá, dejó que el día
creciera para que no le acusaran de noctámbulo.
Las estrellas, si acaso las
hubo, tendieron a difuminarse con el frescor de la mañana, y el azul oscuro del
cielo se aclaró tan pronto como le rozó el cacareo de unos gallos encerrados en
algún corral cercano.
- Te devuelvo el libro -le dijo casi a susurros.
- No hace falta; te lo regalé.
- No lo quiero. Ya me quedo con lo que me interesa.
- ¿Y qué es lo que te interesa?
- Ver cómo te derrites por mí cuando estoy delante.
Cerró la puerta de golpe,
haciendo el ruido que no había hecho antes. Se metió corriendo en la cama,
sonriendo y pensando que ella seguía detrás del muro de su descaro. Pero no era
así; ella llamó a la puerta del grasiento vecino de la izquierda y con su mejor
tocamiento de trenzas, le prestó el libro que tan usado ya tenía.
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3 comentarios amigos:
Me gusta, y me gusta cuando te pones travieso.
Davil
Eso k tiene k ber con el libro k bobo
K estupides mas estupida kien poso esta idiotes
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