Acababa de salir del dentista.
Nunca le había gustado esta cita anual y es quizás por ello por lo que siempre
retrasaba la visita y eso, después, le originaba más problemas. Si cumpliera
las visitas regularmente como le recomendaban y no lo dejara para última hora,
no lo pasaría tan mal.
El dentista había hurgado y
manipulado tanto en su boca, que aquella mañana salió de la clínica con un
intenso dolor.
El trayecto desde allí a su casa
iba a ser un infierno hasta que pudiera llegar y tomarse el analgésico que le
había recomendado. El camino le pareció más largo de lo habitual, y maldijo
tanto al dentista que le fue imposible leer en el metro como era frecuente en
él.
Lo peor fue llegar a casa y descubrir
que no le quedaba ningún analgésico en el botiquín. A esas horas las farmacias
estaban todas cerradas y debía esperar a que abriera la de la esquina para poder
tomarse algo. Pero el dolor era tan intenso que creyó no resistirlo más.
Pensando en un plan de supervivencia, quizás su vecino le podría prestar algún
calmante hasta que él pudiera comprar sus provisiones.
Cuando iba a salir de casa, se
vio reflejado en el espejo que colgaba encima del mueble del vestíbulo. Giró la
cabeza y se miró. Apartó la mirada e inició la marcha pero rápidamente sus ojos
regresaron al espejo para verse de nuevo. Se vio guapo. Se encontró
interesante. Sonrió.
- Te sienta bien el dolor, amigo –se dijo a sí mismo.
Él nunca había destacado precisamente
por su belleza, ni siquiera por su gracia. Era más bien bajito, algo entrado en
carnes, con unas manchas rojizas en el rostro y bastante tímido.
Siguió mirándose de frente y de
ambos perfiles. Sonría, gesticulaba. Aparentaba menos años de los 35 que tenía.
Sí, definitivamente, el dolor le sentaba bien. Nunca se había encontrado tan atractivo
al mirarse a un espejo.
Volvió sobre sus pasos, se
dirigió a la cocina y bebió un vaso de agua. Se pasó la mano en forma de
caricia por la parte de la cara donde sentía el dolor, y se acercó de nuevo al
espejo del vestíbulo.
Verse de esa manera en el espejo
hacía que olvidara el querer tomarse un analgésico para el dolor.
- No hay mal que por bien no venga –pensaba.
Marchó hacia el sofá del salón, y
mientras seguía acariciando la parte derecha de su rostro, pensó que ese dolor
de muelas le provocaría ser el más admirado entre los de su grupo de amigos,
después de tantos complejos que siempre le acompañaron.
Tenía calor. Necesitaba abrir la
ventana y procurar que el aire le diera en la cara. Estaba sudando y el dolor
seguía su curso sin bajar en ningún momento de intensidad. Sin pensarlo,
mientras sentía la brisa que entraba por la ventana abierta y movía las
cortinas, metió dos de sus dedos a la boca y sacó fuera de ella al dolor.
¡Qué alivio sintió en ese
momento!
Dejó el dolor sobre el alféizar y
se tumbó todo lo largo que era sobre el sofá, dejando que el frescor que
entraba impregnara la estancia. Al fin podría descansar un rato del profundo malestar que había soportado en las últimas
dos horas.
El sopor se unió a la somnolencia
y al fin quedó dormido durante un buen rato. No consta en ningún registro, pero
su cabeza no dejó de soñar durante todo el tiempo que consiguió desembarazarse
del dolor y hasta de su recuerdo.
Cuando despertó, se levantó con
unas terribles ganas de mear. Corrió al cuarto de baño y mientras evacuaba su
vejiga, recordó su mañana en el dentista y el dolor que había pasado. El dolor.
¡El dolor!
Se giró sin tirar siquiera de la
cisterna y se miró en el espejo salpicado de gotas. ¡Se veía horrible!
Corrió hacia la ventana que había
dejado abierta para recuperar su dolor, pero el dolor había desaparecido del
alféizar. Probablemente un golpe de viento lo había tirado a la calle.
Salió corriendo de la casa y
buscó bajo la ventana. No veía nada. Su ansiedad crecía por momentos.
Necesitaba su dolor para volver a tener la seguridad en sí mismo que le había
faltado hasta ahora.
Levantó la vista y vio cómo la
gente le miraba, tendido allí en la acera.
Ángel, el portero del edificio,
se acercó para comprobar si necesitaba ayuda.
-
No, no estoy
bien. ¿Cómo se puede estar bien, habiendo perdido mi dolor?
-
¿Tu qué?
-
Mi dolor, mi
dolor…
-
¿Y cómo era tu
dolor?
-
Era un dolor
intenso, maravilloso… Era mi dolor.
Ángel le miró incrédulo, y sin
pensárselo dos veces, le sacudió una fuerte bofetada en la cara.
-
¿Pero qué haces,
estúpido?
-
¿Te ha dolido?
-
Sí, ¡claro que me
ha dolido!
-
Entonces ¿ya has
encontrado tu dolor?
- No, este no es el
que busco. Mi dolor era diferente. Era un dolor muy especial, intenso y
prolongado, a ratos insoportable.
Se alejó de allí, con la cara
roja por el bofetón que le dio Ángel y pensando en que no sería el mismo si no
recuperaba ese dolor perdido. ¿Por dónde empezar a buscar?
El viento se despertó más tarde,
violento, molesto. Visto el fracaso de su búsqueda, decidió regresar a casa,
con esa especie de depresión no diagnosticada.
Una vez allí buscó un frasco
vacío, abrió la ventana y atrapó con él al viento. Así dejaría de molestarle
por un rato y no incrementaría ese mal humor que se le había puesto. Y ahora,
debería trazar un plan. Necesitaba recuperar su dolor como fuese para sentirse
bien, para sentirse guapo.
Volvió a tumbarse en el sofá.
Esta vez se quitó toda la ropa para desprenderse de parte del calor que le
agobiaba, y con el frasco de viento en sus manos, observaba como éste se movía
y retorcía dentro del vidrio con afán de escapatoria.
Nuevamente se quedó dormido en el
sofá. Pero el frasco se le cayó de las manos con tan mala suerte que se rompió
y fue la oportunidad del viento para escapar. En seguida, cortinas y lámparas
empezaron a moverse. Un golpe de puerta provocado por la corriente le despertó
sobresaltado, y al poner los pies en el suelo, se clavó uno de los cristales
más grandes que estaba en el suelo.
Soltó un aullido. Rápidamente, la
sangre empezó a gotear a tanta velocidad que influía en el tiempo de
coagulación. Él miraba alrededor sin saber qué hacer, mientras veía el pedazo
de cristal clavado en la planta de su pie y sentía el dolor acaparando por
momentos toda su pierna.
Le costaba respirar con
normalidad y esta vez su aliado el viento, girando sobre su trayectoria, le dio
de lleno en la cara y le hizo reaccionar.
Dando saltos con una sola pierna,
consiguió llegar al cuarto de baño. Con mucho cuidado sacó el pedazo de cristal
del pie y taponó la herida con una toalla. El dolor era intenso, pero… Allí
estaba de nuevo. El espejo. El dolor. Su rostro. Su seguridad.
La mejor combinación.
Se miró y se vio hermoso. Se miró
y comprobó que era el hombre más bello del mundo.
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1 comentarios amigos:
¡Menunda bofetada!
Todavia resuena en el vestíbulo. Cuando paso por él siento cierto rubor en mi mejilla que hace me lleve la mano a la cara. Como si me hubieran dado la hostia a mí.
Me ha gustado mucho.
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