El dolor

>> lunes, 18 de junio de 2012



Acababa de salir del dentista. Nunca le había gustado esta cita anual y es quizás por ello por lo que siempre retrasaba la visita y eso, después, le originaba más problemas. Si cumpliera las visitas regularmente como le recomendaban y no lo dejara para última hora, no lo pasaría tan mal.
El dentista había hurgado y manipulado tanto en su boca, que aquella mañana salió de la clínica con un intenso dolor.
El trayecto desde allí a su casa iba a ser un infierno hasta que pudiera llegar y tomarse el analgésico que le había recomendado. El camino le pareció más largo de lo habitual, y maldijo tanto al dentista que le fue imposible leer en el metro como era frecuente en él.

Lo peor fue llegar a casa y descubrir que no le quedaba ningún analgésico en el botiquín. A esas horas las farmacias estaban todas cerradas y debía esperar a que abriera la de la esquina para poder tomarse algo. Pero el dolor era tan intenso que creyó no resistirlo más. Pensando en un plan de supervivencia, quizás su vecino le podría prestar algún calmante hasta que él pudiera comprar sus provisiones.

Cuando iba a salir de casa, se vio reflejado en el espejo que colgaba encima del mueble del vestíbulo. Giró la cabeza y se miró. Apartó la mirada e inició la marcha pero rápidamente sus ojos regresaron al espejo para verse de nuevo. Se vio guapo. Se encontró interesante. Sonrió.

- Te sienta bien el dolor, amigo –se dijo a sí mismo.

Él nunca había destacado precisamente por su belleza, ni siquiera por su gracia. Era más bien bajito, algo entrado en carnes, con unas manchas rojizas en el rostro y bastante tímido.
Siguió mirándose de frente y de ambos perfiles. Sonría, gesticulaba. Aparentaba menos años de los 35 que tenía. Sí, definitivamente, el dolor le sentaba bien. Nunca se había encontrado tan atractivo al mirarse a un espejo.
Volvió sobre sus pasos, se dirigió a la cocina y bebió un vaso de agua. Se pasó la mano en forma de caricia por la parte de la cara donde sentía el dolor, y se acercó de nuevo al espejo del vestíbulo.
Verse de esa manera en el espejo hacía que olvidara el querer tomarse un analgésico para el dolor.

- No hay mal que por bien no venga –pensaba.

Marchó hacia el sofá del salón, y mientras seguía acariciando la parte derecha de su rostro, pensó que ese dolor de muelas le provocaría ser el más admirado entre los de su grupo de amigos, después de tantos complejos que siempre le acompañaron.

Tenía calor. Necesitaba abrir la ventana y procurar que el aire le diera en la cara. Estaba sudando y el dolor seguía su curso sin bajar en ningún momento de intensidad. Sin pensarlo, mientras sentía la brisa que entraba por la ventana abierta y movía las cortinas, metió dos de sus dedos a la boca y sacó fuera de ella al dolor.
¡Qué alivio sintió en ese momento!

Dejó el dolor sobre el alféizar y se tumbó todo lo largo que era sobre el sofá, dejando que el frescor que entraba impregnara la estancia. Al fin podría descansar un rato del profundo  malestar que había soportado en las últimas dos horas.

El sopor se unió a la somnolencia y al fin quedó dormido durante un buen rato. No consta en ningún registro, pero su cabeza no dejó de soñar durante todo el tiempo que consiguió desembarazarse del dolor y hasta de su recuerdo.

Cuando despertó, se levantó con unas terribles ganas de mear. Corrió al cuarto de baño y mientras evacuaba su vejiga, recordó su mañana en el dentista y el dolor que había pasado. El dolor. ¡El dolor!
Se giró sin tirar siquiera de la cisterna y se miró en el espejo salpicado de gotas. ¡Se veía horrible!
Corrió hacia la ventana que había dejado abierta para recuperar su dolor, pero el dolor había desaparecido del alféizar. Probablemente un golpe de viento lo había tirado a la calle.

Salió corriendo de la casa y buscó bajo la ventana. No veía nada. Su ansiedad crecía por momentos. Necesitaba su dolor para volver a tener la seguridad en sí mismo que le había faltado hasta ahora.

Levantó la vista y vio cómo la gente le miraba, tendido allí en la acera.

Ángel, el portero del edificio, se acercó para comprobar si necesitaba ayuda.

-         No, no estoy bien. ¿Cómo se puede estar bien, habiendo perdido mi dolor?
-         ¿Tu qué?
-         Mi dolor, mi dolor…
-         ¿Y cómo era tu dolor?
-         Era un dolor intenso, maravilloso… Era mi dolor.

Ángel le miró incrédulo, y sin pensárselo dos veces, le sacudió una fuerte bofetada en la cara.

-         ¿Pero qué haces, estúpido?
-         ¿Te ha dolido?
-         Sí, ¡claro que me ha dolido!
-         Entonces ¿ya has encontrado tu dolor?
-    No, este no es el que busco. Mi dolor era diferente. Era un dolor muy especial, intenso y prolongado,  a ratos insoportable.

Se alejó de allí, con la cara roja por el bofetón que le dio Ángel y pensando en que no sería el mismo si no recuperaba ese dolor perdido. ¿Por dónde empezar a buscar?

El viento se despertó más tarde, violento, molesto. Visto el fracaso de su búsqueda, decidió regresar a casa, con esa especie de depresión no diagnosticada.

Una vez allí buscó un frasco vacío, abrió la ventana y atrapó con él al viento. Así dejaría de molestarle por un rato y no incrementaría ese mal humor que se le había puesto. Y ahora, debería trazar un plan. Necesitaba recuperar su dolor como fuese para sentirse bien, para sentirse guapo.

Volvió a tumbarse en el sofá. Esta vez se quitó toda la ropa para desprenderse de parte del calor que le agobiaba, y con el frasco de viento en sus manos, observaba como éste se movía y retorcía dentro del vidrio con afán de escapatoria.

Nuevamente se quedó dormido en el sofá. Pero el frasco se le cayó de las manos con tan mala suerte que se rompió y fue la oportunidad del viento para escapar. En seguida, cortinas y lámparas empezaron a moverse. Un golpe de puerta provocado por la corriente le despertó sobresaltado, y al poner los pies en el suelo, se clavó uno de los cristales más grandes que estaba en el suelo.
Soltó un aullido. Rápidamente, la sangre empezó a gotear a tanta velocidad que influía en el tiempo de coagulación. Él miraba alrededor sin saber qué hacer, mientras veía el pedazo de cristal clavado en la planta de su pie y sentía el dolor acaparando por momentos toda su pierna.
Le costaba respirar con normalidad y esta vez su aliado el viento, girando sobre su trayectoria, le dio de lleno en la cara y le hizo reaccionar.

Dando saltos con una sola pierna, consiguió llegar al cuarto de baño. Con mucho cuidado sacó el pedazo de cristal del pie y taponó la herida con una toalla. El dolor era intenso, pero… Allí estaba de nuevo. El espejo. El dolor. Su rostro. Su seguridad.
La mejor combinación.
Se miró y se vio hermoso. Se miró y comprobó que era el hombre más bello del mundo.

1 comentarios amigos:

Anónimo 19 de junio de 2012, 18:26  

¡Menunda bofetada!
Todavia resuena en el vestíbulo. Cuando paso por él siento cierto rubor en mi mejilla que hace me lleve la mano a la cara. Como si me hubieran dado la hostia a mí.

Me ha gustado mucho.

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