Un mosca con rastas
>> domingo, 25 de mayo de 2025
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Mosca común, Katy Vivar |
Sentado frente al sol en Kingston, mientras fumaba, acostumbraba a escuchar trompetas desde no sabía dónde, fuente de inspiración para sus trasnochados pensamientos.
Él era aún muy joven, apenas 21 años, y Jamaica su primer gran viaje en solitario. Créanme que lo estaba gozando. Aún hoy, anciano que sostiene un pitillo en la comisura de los labios, sonríe mientras nos lo recuerda.
Él por aquel entonces, mulato guapetón, se comía el mundo. A pesar que su limitado inglés y acostumbrado a contestar preguntas con letras de Bob Marley, se las llevaba a todas de calle. Y es que tenía un no sé qué, que aún hoy en día con sus ochenta y tantos, acaparaba atención sentado en el parque cantando el I wanna love you y contando las batallitas de sus propias guerras.
Uno de sus últimos días en el país caribeño, antes de partir nuevamente hacia Barcelona, sentado como acostumbraba frente al sol, pues era medio lagarto, una enorme mosca cojonera se le plantó delante mirándole fijamente. Él la espantó con la mano para que no interrumpiera sus pensamientos y la mosca apenas se movió hacia su izquierda para volver inmediatamente después al punto de partida frente a su cara.
Una vez más volvió a espantarla, esta vez gruñendo en catalán y llamándola tros de quòniam.
El insecto imperturbable volvió a colocarse frente a él y fue entonces cuando descubrió que la puta mosca, aparte de ser desmesuradamente enorme, tenía rastas. Sí, unas largas rastas como si de un rastafari se tratara. No se podía creer lo que veía pero ahí la tenía delante de él, impasible, casi sonriéndole, como si de una burla se tratara.
Allí permaneció la mosca bastante rato hasta que se cansó. Él la miraba y callaba. Mientras, apagó el cigarro y aprendió la importancia de la marihuana.
©Hisae 2025
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