Sin rastro

>> sábado, 13 de diciembre de 2025

 

La huida, Remedios Varo

Son promesas vanas aunque sus ojos me indiquen que las crea y siga acarreando sueños que jamás cumplirá. Pero vivo de eso, estúpido yo, de sueños irrealizables que enmarco en lienzos mientras los demás se mofan a mi espalda. Y los ignoro, y contemplo esos lienzos, porque  vivo en sus sueños con promesas vanas y, es de tal intensidad que, aunque sé que despertaré algún día, los quiero seguir teniendo como único vicio en la vida.


Y le miro de nuevo a la cara, para creerme sus palabras, aunque cuando salga por la puerta sabré que se marchará nuevamente. Y se fue. Y le extrañaré. ¡Vaya si le extrañaré! Y por un tiempo seguiré viviendo de sus restos, hasta que se acaben.


Y llegará un día que habrá muerto y yo no lo sabré, porque para mí desapareció hace mucho tiempo.


¡Y qué recuerdos me deja! ¡Y cuánto le quise! No le pondré nunca flores en su tumba. ¡Y qué poco le extraño ahora!


Es el tiempo el encargado de borrarlo todo porque así lo quiso. Aunque aún, en ocasiones, miro su fotografía.


©Hisae


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Mala mirada

>> sábado, 6 de diciembre de 2025

 

El Ángel Caído, Alexandre Cabanel
 

No te ofendas de la mirada de mi ojo. Nunca sanó desde el instante que miró a la persona equivocada. Desde entonces desconfía de lo desconocido, aunque quieran ganarle con la sonrisa y le extiendan la mano. Mi ojo es casi tan ciego como yo, y solo confiamos si la mano nos agarra con fuerza para llevarnos a lugar seguro.

No soporto las larga esperas, ni que hables sin decir, ni que ignores mi delicado estado. No me digas que desvíe la mirada si lo que hago es mirarte de soslayo para no acentuar mi penar si acaso huyes.
 
Piensa qué, sin maldad, es mi ojo insano.

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Carta a mi madre

>> sábado, 13 de septiembre de 2025

 

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Mis novelas favoritas

 

Retrato de Fernando Pessoa, Almada Negreiros

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La pérdida

>> domingo, 22 de junio de 2025

 


La despedida Pushkin al mar, Ivan Konstantinovich

Se metió en el agua oscura y estaba tan gélida que no recordaba si era que la noche era fría o que realmente el agua estaba inesperadamente helada. Se puso a nadar hacia adentro. No estaba seguro de por qué nadaba, si quería alejarse lo máximo posible de la costa o tal vez volverse tan oscuro como la noche y el agua. Lo que sí sabía era que necesitaba conocer qué se sentía dentro del mar. Quería saber qué sentiría Hugo cuando al día siguiente esparcieran sus cenizas para siempre en el océano.


No deseaba volver a sentir calor y luz si él no iba a sentirlos también en su eternidad. No había podido ni querido hablar con nadie desde que murió, creía no necesitarlo. Odia los abrazos vanos y besos vacíos que todos pretenden dar en esos momentos; frases sin sentido como que no llore por lo que se acabó si no que se quede con lo vivido, o cualquier otra patochada como esa. No soporta sus muestras de amor y pesar. No les odia a ellos, odia a quien un día decidió que esto es lo que había que hacer cuando una persona sufre una pérdida.


Nadaba bajo el agua del mar, a través de la oscura frialdad hacia una negrura y un dolor aún mayor, y parecía que no avanzaba. Tan sólo movía los brazos como si quisiera escapar de todo lo que llevaba viviendo en estos meses de enfermedad, muerte y ahora ausencia. Sus manos trataban de ser remos que le llevaran lejos, sus pies pateaban el agua que no tenía la culpa de su rabia y su angustia. Por un momento, miró hacia arriba para contemplar el reflejo de las estrellas en el agua. Quería que ellas nadaran a su lado por un rato o escaparan juntos. Pero era noche oscura, demasiado nublada para que el cielo sin luna le mostrase alguna de las estrellas en exclusiva para él.


Siguió nadando hacia adentro hasta que los calambres le fueron agarrotando las piernas por el frío del agua. Descansó y respiró. Se dejó arrastrar por la corriente que le llevó de nuevo a la orilla y lo abandonó en una arena más mojada aún que la ola que se retiraba.


Se llevó un gran susto al abrir los ojos horas después, cuando el sol llevaba ya rato alumbrando. Unos ojos le miraban, como si de un animal marino se tratara, vulnerando su privacidad. Se incorporó como un resorte y quien le observaba no era más que un niño, mirando asustado al ver a su tío mojado, lleno de arena y algas por todo su cuerpo. El niño no le habló pero él le abrazó sin decir tampoco palabra alguna, simplemente para que entendiera que todo estaba bien. Lo tomó de la mano y se dirigieron a casa.


Horas más tardes, familia y amigos reunidos en el mismo lugar donde él había despertado, daban el último adiós a Hugo, entre sollozos y, sobre todo, silencios. Su amor descansaba ya en el mar impasible, frío y oscuro, sabiendo todos que era en él donde quería dormir eternamente.


©Mario M. Relaño
Publicado en la revista nu2

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Un mosca con rastas

>> domingo, 25 de mayo de 2025

Mosca común, Katy Vivar


Sentado frente al sol en Kingston, mientras fumaba, acostumbraba a escuchar trompetas desde no sabía dónde, fuente de inspiración para sus trasnochados pensamientos.
Él era aún muy joven, apenas 21 años, y Jamaica su primer gran viaje en solitario. Créanme que lo estaba gozando. Aún hoy, anciano que sostiene un pitillo en la comisura de los labios, sonríe mientras nos lo recuerda.
Él por aquel entonces, mulato guapetón, se comía el mundo. A pesar que su limitado inglés y acostumbrado a contestar preguntas con letras de Bob Marley, se las llevaba a todas de calle. Y es que tenía un no sé qué, que aún hoy en día con sus ochenta y tantos, acaparaba atención sentado en el parque cantando el I wanna love you y contando las batallitas de sus propias guerras.
Uno de sus últimos días en el país caribeño, antes de partir nuevamente hacia Barcelona, sentado como acostumbraba frente al sol, pues era medio lagarto, una enorme mosca cojonera se le plantó delante mirándole fijamente. Él la espantó con la mano para que no interrumpiera sus pensamientos y la mosca apenas se movió hacia su izquierda para volver inmediatamente después al punto de partida frente a su cara.
Una vez más volvió a espantarla, esta vez gruñendo en catalán y llamándola tros de quòniam.
El insecto imperturbable volvió a colocarse frente a él y fue entonces cuando descubrió que la puta mosca, aparte de ser desmesuradamente enorme, tenía rastas. Sí, unas largas rastas como si de un rastafari se tratara. No se podía creer lo que veía pero ahí la tenía delante de él, impasible, casi sonriéndole, como si de una burla se tratara.
Allí permaneció la mosca bastante rato hasta que se cansó. Él la miraba y callaba. Mientras, apagó el cigarro y aprendió la importancia de la marihuana.
 
©Hisae 2025
Mis cuentos favoritos.

A Ismael, tras otra tarde de charlas

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Noches de hospital

>> domingo, 4 de mayo de 2025

 

La visita al hospital, Luis Jiménez Aranda

Escribo en noches de hospital.
La de hoy es más silenciosa que las anteriores, sin ruidos de carros y voces de auxiliares que no respetan el descanso del paciente de la cama de al lado mientras este duerme.
Quizás la de hoy sea una noche diferente, sorpresiva, dolorosa o tal vez inquietante. La de hoy podría ser una noche tranquila sin más, después de otras duras emocionalmente y bulliciosas en el entorno.

Las noches de hospital tienen un algo extraño, un no sé qué que todos intentan evitar. Pero en noches como hoy, silenciosa tan sólo rota por quejidos esporádicos, te anima a contar de qué trata el dolor de las personas ocultas en bloques apilados de habitaciones blancas.

Las noches de hospital son tremendamente incómodas y en muchas ocasiones termina gustándote el incombustible ruido de la máquina de café cuando escapas a la sala de espera.

Las noches de hospital esconden las caras de dolor que ves durante el día. Esas caras quedan disimuladas tras fármacos que suavizan las facciones, ocultas tras habitaciones donde habitan personas drogadas que intentan sobrevivir si acaso un día más.
En algunas ocasiones se oyen pisadas en el pasillo de un familiar adormilado que ha sentido la necesitad de orinar en unos baños demasiado meados, pero nunca tanto como los de los bares que frecuenta las noches de diversión.

Las noches de hospital son el mejor momento de recordar amores pasados o amigos que extrañas por tener que hacer este paréntesis en tu vida, pero al mismo tiempo te da el tiempo suficiente para hacer planes para vuestro próximo encuentro.

Las noches de hospital son muy largas, inalcanzable la salida del sol, este que te cegará al salir por la mañana tras horas encerrado y sentado en esa butaca que te calienta tanto el culo.

En un hospital hay muchos tipos de enfermos; los hay poco enfermos, enfermos, muy enfermos y terminales. Algunos de ellos están allí para pasar el trance al más allá o un poco más lejos del acá. Está claro que nadie quiere ser huésped de hospital.
El tipo de enfermos están ordenados por secciones, los que saldrán pronto, los que estarán una temporada y la zona más chunga que es la de los que saldrán tapados con una sábana sobre la cara.
Para todas y cada una de esas secciones hay que subir en ascensor, porque los hospitales son bloques con ventanas como si de apartamentos se tratara.

En una noche de hospital, finalmente el cansancio hace que se te cierren los ojos...

Hisae 2025







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