Veneno

>> sábado, 24 de octubre de 2009


Caer en trance al sopor de la pócima de tu veneno más letal, recitar conjuros que definen la fuerza que me empapa y me vence; fuerza ésta demasiado provocadora y concreta. Espíritus mentirosos que me hablan del ayer, transformándolo todo en futuro, cuando ese futuro es la puerta que se abre hacia el destino inevitable de mi muerte.

Es tu veneno robado de los mercadillos de la ciudad donde fornicas, el que deseo beber para anticipar mi calvario. Si acaso esta gota de sudor que resbala por mi rostro es causa de mi abandono, quema mi tumba.

No nacieron las flores para aliviar, sino para embellecer. Y yo pertenezco ahora al juego de los deshechos.



Foto: “Veneno”, by Avelino Saavedra


7 comentarios amigos:

Markesa Merteuil 24 de octubre de 2009, 19:06  

Nada que no supieras de antemano, creo. :-) Besos, Mario.

Soledad Arrieta 24 de octubre de 2009, 20:32  

Que fascinante texto!!! Muy breve y con mucho contenido, muy transmisivo.
Me gustó mucho.
Cariños

© José A. Socorro-Noray 24 de octubre de 2009, 22:21  

Quizás esa gota de sudor que resbala por tu rostro haga crecer las flores.

A veces el veneno es necesario.


Un abrazo

Alfonso Saborido 24 de octubre de 2009, 23:29  

Bonito y complicado texto :)

Anónimo 25 de octubre de 2009, 10:54  

Ciertos deseos y lujurias son veneno que nos puede matar lentamente, pero evitarlo en ocasiones es imposible, de todas formas como dices, la muerte es segura.

Un texto romántico Mario, con toque misticista, e incluso me ha recordado a una vieja calle de Paris quizás, cuando todo era piedra, menos los sentimientos.


Besos miles.

David Samayoa 26 de octubre de 2009, 22:39  

Veneno de los ojos
de la mirada feroz,
Veneno de los labios
de ese beso precoz...

Saludos...

Condevolney 28 de octubre de 2009, 14:22  

Como me gusta Mario,
como renazco en tus versos y me revuelco en el semen de ese veneno ambiguo del exceso, aunque distante como el cielo, cierto.
No me creo que en esa lucha, acabes en el lado del deshecho, como mucho saltimbanqui del despecho.

Seco, pero siempre amigo y farolero.

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