Foto: Mario M. Relaño
Los cielos cubiertos de limpieza
del color inimaginable cada mañana
deseoso yo de pintar el azul.
El viento, simplemente ahí, el único que jamás moría,
el más anciano indígena,
voces cerradas
guardadas para sí
en ese negro de tierra quemada.
Agua, siempre agua
hasta donde me alcanza la mirada,
siempre agua.
Y más allá
África,
grande e imponente.
Quedan pequeñas piedras blancas
al margen de los caminos
que nos señalan paraderos
hoy embellecidos de esterlicias,
molinos, tabaibas,
hasta llegar al Chache.
Desvelan las madrugadas
el rocío húmedo de las noches
que verdea incluso el rofe
cenizo,
y da de beber a aulagas y hasta pardelas.
Brujas antaño que pactan con el diablo
y usan como ungüento sebo de camella,
Mararía una, Lucía la negra, otra.
Y es la isla
paso de piratas y calimas, albergue de conejos y tuneras,
amores reñidos de mares y fuego,
pasiones envueltas en jameos.
Que sueño sí,
que sueño conejero.
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2 comentarios amigos:
que lindo... me gusto mucho este...
Hermoso poema...
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