Escribo entre los espacios que
me dejan esos minutos que no te pienso, a solas, mientras el ruido que
ocasionan las teclas al pulsar fuerte se entremezcla con los vehículos que
corren a más velocidad de la permitida y escucho a través de la ventana.
Pero la escasez de silencio no
me impide pensarte y dedicarte versos que llenan la papelera con la que
tropiezo en ocasiones. Y ese pensar es incrementar el deseo de que anochezca
para que vuelva a amanecer y tener la certeza de que hoy tampoco te veré porque
ni falta que me hace.
Y si no estás, ¿qué musa
llenaría de sentimiento los siniestros papeles que en ocasiones lleno de
verborrea como de mantequilla la tostada?
No aprendo. Nunca me enseñó
nadie a escribir, tan sólo me vinieron de paquete desde que nací los
sentimientos, y esos me provocan amoríos que no existen y seguro que tampoco
necesito.
No puedo escribir sobre la guerra,
ni matar por matar aunque no mueran. Quizás tampoco es de recibo que piense en
quien jamás estará ni que malgaste mis tardes en escribir algo que morirá según
pulse ENTER.
¿Y tú? ¿de qué te quejas?
¿acaso tuviste tiempo alguna vez de pensarme?
Dóname ese corazón que posees
y lo trocearé en mi próxima aventura juntos; dame pistas sobre tu morada y rascaré
cada noche las cuerdas de mi timple bajo tu ventana para que me odies o me calles
a besos.
Y después marcharé de nuevo
con el rabo entre las piernas para escribirte sin parar durante cien noches
seguidas. Y tú, durante cien días seguidos me ignorarás como hasta ahora me
ignoró la muerte.
Y ahora me voy, que tocan al
timbre. Será de nuevo un indigente que pide monedas o bocadillos. Nadie más
toca a mi puerta desde hace meses. Creo que llegó el momento de arrancarla y
olvidar que alguien pueda llamar. Al fin y al cabo, no merezco ni una visita.
- ¿Me quieres?
- ¡No me hables de querer!
- ¿Acaso eres piedra?
- Soy robot.
Entiendo que este planeta
nuestro no puede ser de ambos. O tuyo, o mío. Pero no de los dos. Nunca podremos
seguir juntos. Y lo peor de todo es que no podré cerrar la puerta y largarme
porque no tengo puerta. ¿Entiendes ahora porque escribo versos a una papelera?
Es la única que no me replica. Acaso la
papelera siente. Acaso la papelera no tenga corazón.
Quizás los libros sólo los
crearan para ser leídos en otro lugar y por otra gente.
Bien, me voy entonces. Siento
que ni en esos cien días siquiera me llamaras.
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2 comentarios amigos:
Silicio, bytes y papelera.
El calvario postmoderno.
Saludos.
Una entrada desesperanzadora, pero muy interesante.
Un placer visitarte.
Un abrazo.
HD
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