Cuando escribo títulos demasiado largos

>> domingo, 15 de diciembre de 2013


Escribo entre los espacios que me dejan esos minutos que no te pienso, a solas, mientras el ruido que ocasionan las teclas al pulsar fuerte se entremezcla con los vehículos que corren a más velocidad de la permitida y escucho a través de la ventana.
Pero la escasez de silencio no me impide pensarte y dedicarte versos que llenan la papelera con la que tropiezo en ocasiones. Y ese pensar es incrementar el deseo de que anochezca para que vuelva a amanecer y tener la certeza de que hoy tampoco te veré porque ni falta que me hace.
Y si no estás, ¿qué musa llenaría de sentimiento los siniestros papeles que en ocasiones lleno de verborrea como de mantequilla la tostada?
No aprendo. Nunca me enseñó nadie a escribir, tan sólo me vinieron de paquete desde que nací los sentimientos, y esos me provocan amoríos que no existen y seguro que tampoco necesito.
No puedo escribir sobre la guerra, ni matar por matar aunque no mueran. Quizás tampoco es de recibo que piense en quien jamás estará ni que malgaste mis tardes en escribir algo que morirá según pulse ENTER.

¿Y tú? ¿de qué te quejas? ¿acaso tuviste tiempo alguna vez de pensarme?
Dóname ese corazón que posees y lo trocearé en mi próxima aventura juntos; dame pistas sobre tu morada y rascaré cada noche las cuerdas de mi timple bajo tu ventana para que me odies o me calles a besos.
Y después marcharé de nuevo con el rabo entre las piernas para escribirte sin parar durante cien noches seguidas. Y tú, durante cien días seguidos me ignorarás como hasta ahora me ignoró la muerte.

Y ahora me voy, que tocan al timbre. Será de nuevo un indigente que pide monedas o bocadillos. Nadie más toca a mi puerta desde hace meses. Creo que llegó el momento de arrancarla y olvidar que alguien pueda llamar. Al fin y al cabo, no merezco ni una visita.

- ¿Me quieres?
- ¡No me hables de querer!
- ¿Acaso eres piedra?
- Soy robot.

Entiendo que este planeta nuestro no puede ser de ambos. O tuyo, o mío. Pero no de los dos. Nunca podremos seguir juntos. Y lo peor de todo es que no podré cerrar la puerta y largarme porque no tengo puerta. ¿Entiendes ahora porque escribo versos a una papelera? Es la única que no me replica.  Acaso la papelera siente. Acaso la papelera no tenga corazón.
Quizás los libros sólo los crearan para ser leídos en otro lugar y por otra gente.

Bien, me voy entonces. Siento que ni en esos cien días siquiera me llamaras.


©Hisae 2013



2 comentarios amigos:

TORO SALVAJE 17 de diciembre de 2013, 17:54  

Silicio, bytes y papelera.
El calvario postmoderno.

Saludos.

Humberto Dib 10 de enero de 2014, 18:06  

Una entrada desesperanzadora, pero muy interesante.
Un placer visitarte.
Un abrazo.
HD

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