De espaldas al sueño y sin temer un ápice a la noche
bajo una escalera sin peldaños,
tropezando cientos de veces con mis propias huellas
con el afán de llegar cuanto antes a tu enfado
y terminar de una vez por todas
con las penitencias que me imponen tus escarmientos.
El grito,
que se convirtió en silencio
-no podía ser de otra manera-
tu semblante en cuchillos
y tus manos en tijeras,
convencieron a este corazón troceado
que marchara y no volviera,
que callara y ensordeciera
y que muriera solo y sin condolencias.
Ayer les contaba a los míos
cuánto duele el escribir versos de sangre que nadie lee
y cuánto se alivia la pena al saber
que no existe tal desamor sino en el cine.
Como espectadores fieles
aplaudieron al final de mi narración,
y tras un nuevo trago de cerveza
el siguiente nos contó su noche,
y la que escondía sus piernas tras el sofá
sonó su nariz rojiza para disimular el llanto
y cambiar de registro a la tarde.
Al despedirnos todos salimos fuera,
y entre abrazos y algún beso,
mi corazón se fue solo hacia la izquierda,
y mi cuerpo,
sin mirar atrás,
marchó para siempre en dirección contraria.
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3 comentarios amigos:
Uh, qué bonito !
Es difícil expresar el dolor entre letras, tú siempre lo has hecho muy bien Mario.
El alma es compañera del corazón en ese sentido, el cuerpo a menudo no puede más, pero ella desea seguir y seguir...
con el afán de llegar cuanto antes a tu enfado
y terminar de una vez por todas
con las penitencias que me imponen tus escarmientos.
Directo al corazón
Elena Fdez.
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