El estado de ánimo para ilustrar la melancolía
estaba dibujado por la opaca luz que entraba aquella
tarde por la ventana.
Ella vestía de gris
y entre sus manos atesoraba un libro de poesía
junto a una flor seca.
La decoración era basta,
sobrecargada;
demasiado cortinaje, alfombras y muebles inservibles
que en ocasiones distraían su atención.
Muy cerca de Ofelia,
una urna oscura escondía su lacerante amor.
Los versos que lee le entristecen
y provocan lágrimas que se hielan en el borde de sus
párpados.
Si acaso piensa en él
esconde la cara detrás de una sonrisa.
Ofelia era joven, sensata y obediente.
Personaje secundario de mi poema
es la protagonista indecisa de la tragedia.
Niña de los ojos de Polonio,
hermana consejera de Laertes,
acepta su discurso sobre el amor efímero y fugaz del
príncipe
pero que a pesar del temor que por Hamlet siente,
a pesar de que es muchacha sumisa y obediente,
le ama.
Su amor ya nació
imposible
por ser Hamlet príncipe, espejo de elegancia,
modelo de gallardía,
y Ofelia doncella frágil y temerosa.
Un amor que termina perdiendo la intensidad del perfume
cuando ella rompe la relación devolviéndole la urna de
sus recuerdos.
Hamlet se muestra duro,
cruel con la delicada Ofelia.
Ella le niega su regazo.
Abandonada por él,
muerto el padre por error en manos de su amado,
Ofelia es presa de la locura, desvarío de tristes
canciones
con vetas de auténticas verdades,
donde el río se hace demasiado inmenso
para ahogar su vida.
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