¡Con qué júbilo
terminaban las matanzas de los cerdos tras el engorde,
sacrificados para aprovechar su carne!
¡Como corría el vino,
y llenaba barrigas atiborradas de vísceras
y sangre que enseguida coagulaba
por no ser santo incorrupto -el cerdo-,
y yo, niño tímido,
petrificado aún ante los gritos
que profirió el gorrino!
Hoy mi religión me prohíbe comer esto o aquello,
un dogma que soy yo mismo,
pues soy yo el que elige
si bebo, como, duermo o doy cobijo a un alma
tan pecadora como la mía,
pues de diablos está lleno el mundo
y con ellos hemos de cohabitar.
Y al llegar la noche,
cierro los ojos y me arrepiento
de los pecados cometidos;
pienso en los cerdos de mi niñez
y caliento al alma que reposa a mi lado.
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1 comentarios amigos:
Así es, sin ninguna duda, querido amigo.
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