Fotografía: Martín Weber
©Hisae 2014
No siempre había algo que decir.
Con sólo una mirada
interpretaba que el color más claro de sus ojos me
prometía una vida.
Si acaso el día amanecía con sus ojos más oscuros
o el reflejo no llegaba a iluminar las cuencas
me negaba mi codicia
y la oscuridad me llenaba de tropiezos.
Había momentos que su mirada era más o menos penetrante,
limpia o con brillo,
esquiva o no de la perpetua búsqueda de mis ojos
y yo siempre sacaba una conclusión para completar mis
diez instantes de felicidad diarios.
Nuestro amor duró tanto como nuestros ojos permitieron.
Llegaron a pasar
semanas sin encontrarse nuestras miradas
y al preguntar
me comentaron que sus ojos se oscurecieron
y ya no lograba
mirar.
Para mí fue como si hubiera enmudecido
pues jamás supe interpretar
ni una de las palabras que salían de su boca.
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2 comentarios amigos:
Hay miradas que, de repente, se vuelven silencio.
Las miradas no engañan.
Las palabras, si.
Saludos.
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