Fotografía ©Vicente Méndez
Cuanto más cansado se encontraba mi interior,
aparecían
y me despertaban esos malditos cien poemas que, cada
noche,
sin llamar, venían a buscarme.
Esos seres perversos que me dejaban absorto,
perdido
y en ocasiones me provocaban lágrimas mal lloradas.
La enemistad creada entre mi almohada y los primeros tres
versos,
mi silencio
y los murmullos de los espectadores que no había,
las rimas que no eran tales
y esas palabras errantes siempre dichas en el tono más
correcto,
hacían de mí un pobre diablo
y sentía que vivía una vida que no era mi vida
y que ningún maestro
me habló nunca de los maravillosos y malditos cien
poemas.
Y cada noche,
cuando regresaban y las legañas caían de mis ojos
arrastradas por las lágrimas,
yo maldecía esos poemas
y moría para nacer de nuevo poeta
al tiempo que escribía versos en papel higiénico
para que desaparecieran por la mañana y no pudieran ser jamás
leídos.
Y es que yo amaba a esos malditos cien poemas que una
noche,
la primera,
vinieron a buscarme.
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1 comentarios amigos:
Que suerte.
Yo no los he visto jamás...
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