Tierra quemada, tierra de nadie que ose vivir bajo las
piedras
de este mundo caótico e incierto que cerca la realidad de
la vida.
Nunca quisimos acercarnos lo más mínimo hasta lo que allí
había
y no nos importó si alguna especie sobrevivía
o había conseguido siquiera nacer.
Era tierra yerma y sucia,
polvorienta,
desértica y empedrada
donde las plantas se negaron a ser verdes
y las aves, si las hubiera, tan sólo aparecían por y para
la carroña.
Tierra cercada por arena,
mucha arena,
y un mar demasiado grande,
por un mar que apenas servía de vía de escape para el que
deseaba sobrevivir,
sin remos,
y que a base de vallas conseguíamos quemar esos sueños.
Todo estaba tan en calma mientras no oía...
Nada veía si no iba,
y la tierra prometida era remendada por los poderosos
que nos mentían
mientras agonizaba, allá a lo lejos, el desierto.
Líneas rectas dividían los pueblos
y etnias revueltas entre sí convivían por orden y gracia
del europeo.
El fuego no era tal,
pero sus negros rostros eran muy negros para el blanco
y de demasiados tonos para el negro.
Un día avistaron una marea
y cundió el pánico.
La marea no era tal mar,
era vida
a unos suspiros de la muerte,
y el poderoso no estaba para donar aire
y sin agua, y sin
aire
murió el negro.
En su tierra quemada, bajo las piedras,
tenía cavada su propia tumba.
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1 comentarios amigos:
Joder... este duele mucho.
Saludos.
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