Maldición, ¡va a ser un día
hermoso! ¡Este será pues un cuento hermoso!
¡Bienvenido a mi casa! Cantemos
salmos, amigo extraño.
Pero has de saber que en mi hogar
no existen las grapas. Las grapas rompen, unen lo que no nació para estar
unido, mata la libertad dejándola agujereada.
Una vez entendido, ¡entra a
casa, ánima perdida! Ponte cómodo y charlemos. ¿O acaso todo este tiempo que
has permanecido arrodillado ante mi puerta no era para charlar? ¿Deseas algo
que no intuyo? Pues perro no pareces...
Entiendo que una vida en la
calle no tenga las comodidades como las de estar recostado todo el día en una
confortable nube, siguiendo en directo los acordes de arpas vecinas. Pero has
de entender, que siempre eres el primero en conocer el estado del tiempo y si
acaso nieva, la calle es tuya, muchacho.
¿Sabes? Un día encontré un
beso roto guardado en una caja y no recordaba de quien fue esa traición. ¡He
sido siempre tan malamente besado! Tanto, que cada vez que alguien se acerca a
mi puerta, como se ha dado el caso contigo, me pongo a temblar por si acaso me
piden un ósculo de bocas desconocidas. No me creas pedante, extraño mío. Yo
tampoco tuve una vida fácil, siempre camuflado entre papeles y vestido con
corbatas absurdas que jamás conjuntaban con mis ojos. Pero ¿acaso se nos
permite quejarnos? ¡Jamás! Cada uno carga con su cruz, aunque la mía haya sido
siempre de cuatro brazos y no de madera, sino de acero inoxidable... Porque
como dice Covi, mi médica, soy un tipo raro. Raro pero encantador, le contesto
yo siempre.
Ahora, te dejo porque he de
salir un instante. Te dejo toallas y sábanas limpias, por si acaso decides
quedarte a dormir. Si lo deseas, también hay comida en la nevera, pero por
favor, ¡no toques la grapadora que hay encima del aparador! ¡No funciona!
©Mario M. Relaño 2018
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