Nostalgia

>> miércoles, 17 de marzo de 2010


Foto: HISAE&JERO



No le acompaña la soledad. Cecilia siempre está a su lado, a pesar de que los domingos le ven caminar por el camposanto con tres rosas y un manojo de flores silvestres. Pero continúan juntos como él le prometió no hacía mucho, ya ella muy debilitada sin apenas fuerza para mirarle. No, nunca la dejaría y él le seguiría contando a que dedica todo su día, con quien habló, que comió y si los nietos pasaron el fin de semana a verle. Y es en ese paseo de tarde, cuando ya cansadas sus piernas, se sienta siempre en el mismo banco, con la mirada perdida y fumando sin apenas echar humo. A partir de ese momento, él habla con Cecilia y le cuenta. Y ambos pasan así la tarde, entre el murmullo de los que pasan y la brisa de esta ciudad de mar.



Juan siempre fue un romántico. Conoció a Cecilia desde siempre; ya de niños fueron juntos a la única escuela del pueblo. Con apenas catorce años, él la sorprendía casi a diario con flores y por fin ella accedió a darle el SÍ a los diecisiete. Desde entonces, su vida en común transcurrió tranquila, con su trabajo en el campo, sacando adelante a su único hijo, y dedicándose buenos ratos de cariño diario para que su matrimonio permaneciera puro como el primer instante. Y es que Juan ¡quiso tanto a su mujer!



Cecilia era una señora de carácter. Siempre halagó que su marido apareciera por casa con flores sin motivo alguno. Quizás ella nunca fue tan detallista con él. Pero eso Juan no lo veía. Tan sólo miraba el azul intenso de los ojos de su amada, que como él decía, “me recuerda al mar que baña mi islita, el que moja mis pies manchados de jable”.



Desgraciadamente, la vida no es para siempre y un día Cecilia enfermó de gravedad. Juan pasó las largas noches asido a su manita ya muy delgada, colocando paños mojados en su frente, y rociándole la cara de besos volados para que ella no despertara.



Hoy Juan, como cada tarde, se sienta en un banco, justo enfrente de la casona canaria. Se sienta y se masajea sus piernas cansadas, enciende un cigarrillo, y en voz alta, le habla a Cecilia.



No, Juan no es un viejo loco. Juan sigue queriendo que Cecilia viva a su lado. Juan, se pierde entre su soledad y el recuerdo de su amada.





4 comentarios amigos:

© José A. Socorro-Noray 17 de marzo de 2010, 19:04  

Hermoso relato. Es cierto ni el amor ni la vida son para siempre. Todo tiene fecha de caducidad porque somos simplemente humanos.

Quizás, Juan sólo encuentre en su propia soledad el recuerdo de su amada.


Un fuerte abrazo

Markesa Merteuil 19 de marzo de 2010, 12:43  

Ahora tenemos tanta prisa que nos olvidamos de amar. Rociamos la pasión de gasolina y luego nos extrañamos de que en lugar de calor lo único que encontremos tras derrocharnos sean cenizas.

Anónimo 19 de marzo de 2010, 19:22  

Solo a través del silencio se puede llegar a ese amor genuino. La vida es solo un sueño del que en algún momento despertaremos, como hizo ella, en ese tiempo que el hombre ha inventado y que como todo lo suyo no se sostiene.
Un relato precioso.
Franc.

Niagara 23 de marzo de 2010, 13:10  

Real y desgarrador como la vida misma.
Me ha sucedido algo extraño, no he sabido si he querido ser Juan o Cecilia en esta historia. Ambos son afortunados por haber vivido esta bella historia de amor, porque Juan seguro, que en ese banco, en verdad no está sólo, está junto a él, sentada, Cecilia.
Me gusta tu prosa, me quedo con ganas de más. Me gusta que sepas utilizar las palabras justas, que no lo recargues como tantos otros, porque en la sencillez, amigo mío, en la sencillez es en donde las historias se ven con más claridad.

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