Giovanni Segantini
©Hisae 2013
Le pedía siempre beber directamente de su boca,
¿no me escuchaba, acaso?
¿tal vez no percibía el reseco
sediento del agua que sólo su boca saciaba,
que tantas veces antes bebí
en algún paraje sólo nuestro?
No pensó que era yo hasta más tarde,
cuando llamaron para velar un cadáver que no era el suyo.
No llevó flores;
su desvelo le pareció suficiente mientras lloraban las plañideras.
Quiso dejar sus labios marcados en el cristal del ataúd
pero ni cristal para ver mi rostro pusieron para
abaratar,
por lo que se volvió a llevar el agua,
sus labios,
su boca,
y me dejó la sed para toda una eternidad.
Días antes de mi propio funeral
corté rosas del jardín para un ramo,
chupándome descaradamente la sangre que las espinas vaciaban
de mis dedos.
Las flores,
colocadas en sitio estratégico,
decoraban si acaso su retorno.
Las rosas murieron tal y como estaba previsto
sin más días de aguinaldo,
y mi sed seguía intacta,
tanto,
que mi lengua pegada al paladar enmudeció.
Enterré los pétalos de aquellas rosas
entre las hojas finas del libro de poesía que por
entonces leía.
Tocaron a la puerta y dijeron:
-¡Prepárate a morir!
- ¿No podemos
esperar más? -pregunté.
No me respondió. Y sus labios velaron mi cuerpo.
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5 comentarios amigos:
Un poema conmovedor.
Sed de tantos cosas aún...
"y me dejó la sed para toda una eternidad"
Este verso es demoledor. Creo que debería ser el cierre del poema.
Amigo Hisae, Excelente!
Como dice Toro,conmovedor; qué imágenes y qué fuerza, cada palabra en su lugar justo.
Un abrazo y que tengas una muy buena semana!
Sed... la oferta contra la demanda... esos labios infinitos...
Un poema espactacular, comovedor y un gusto para la miente.
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