Desde el primer bostezo
me muestro desnudo y sin vergüenza,
para inventar mi propio mundo y dejarte a ti -si deseas-
en él una pequeña parcela.
Es para coexistir,
para que inhales mi aire -que es más puro-
para que huelas el mismo olor con que la mañana me obsequia,
y para que mi cielo -un cielo chiquito- sea también tuyo
y podamos compartir incluso los ángeles -si los hubiera-.
No protesto si reprimes la hora,
si demoras el momento y tardas en llegar;
mi espera la sacio siempre
con poesía que otros poetas escribieron para que yo
leyera,
y cuando tú regreses
te rimaré cuantos versos nos deje el día.
Al caer la noche -cerradas ya las ventanas-
si te volvieras a
marchar,
encenderé la vela de mi paciencia,
y si acaso cabeceo,
el reloj velará tu regreso junto a la luna
que también pinté para aclarar las sombras.
Y es que merece la pena vivir
si es para compartir algo contigo y con quien más tú
traigas.
Arrojar al aire señales de color
para indicar dónde y cuándo es la fiesta de mi vida,
y la música que suene serán tus palmas con las mías,
junto con los susurros de los vecinos murmurando
el porqué de nuestro propio mundo,
mientras el de ellos -envidiosos- se encoge y disminuye
y se quedan sin tumbas para tanto muerto,
y mi cielo -tu cielo-
y nuestra luna,
y las velas que encendí,
y el aire con que te agasajé,
seguirán con nosotros mientras decidamos
que la vida merece la pena vivirla.
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