Esos pocos ratos que distraigo con el aire,
ese casi azul inventado,
las palabras tintadas de negro
y las sonrisas de tres en tres,
te lo cuento a capítulos si acaso ese día decides no
acompañarme.
La música pasa ante mí
transformada en elevados decibelios que no soy capaz de
digerir
hasta morir -ésta- aplastada por el último coche que
circuló tras ella.
Y después, sin pausa
cae nuevamente la tarde de los últimos minutos de mi rato
para acostumbrarme que el día mereció la pena
y que no sirve de nada contar hasta diez
si los instantes de felicidad se quedan en sólo ocho
porque valdrán igualmente
y se darán por bien aprovechados.
Más tarde romperé el lápiz en dos pedazos,
apoyaré mi cabeza sobre
mi mano
y oyendo el tic tac del reloj,
dudaré
si acaso esto no fuera cierto.
Y cuando sea noche cerrada
y lo único que se escuche sea el ladrido lejano de un
perro
te preguntaré porqué no viniste,
y me dirás -o no-
si acaso aún no te has dormido
el porqué te quedaste,
y gastaremos los últimos besos en creernos,
y nos amaremos,
y soñaremos con otro cuerpo mientras sudamos juntos.
Pero esto también -seguro-
mereció la pena.
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