Abriles

>> miércoles, 24 de junio de 2020

Pedro Roldán. Abriles IV. Rojos, amarillos y violetas

Se fueron hace tiempo aquellos momentos cuando mirábamos juntos morir el día
entre colores ocres y viento seco,
-no nos importaba si era de día o de noche-,
cuando los veranos no duraban más que el verano
y a principios de septiembre se intuía el otoño
tan húmedo, gris y lluvioso como era cada año desde que recordábamos.
¡Qué fue de esos encuentros fugaces entre chopos cerca del río,
charlas en las afueras, cuatro de nosotros, cinco a lo sumo, no más,
siempre que no hubiera entierro, claro,
pues no era la tapia lugar de adolescentes con el difunto aún caliente!
¡Cómo eran aquellas tarde de teatro, en la esquina del barrio,
con tres mantas, dos cuerdas y chavales representando,
imaginando un mundo de actores que no existía
desconociendo que el teatro
levanta el telón hacia un mundo no siempre de fantasía,
sin saber de cierto lo maravilloso que es mirar desde el palco.

Fueron tiempos vividos ya caducos, algunos olvidados,
una adolescencia dura e inmadura, verde y no tan inocente,
etapas irrepetibles, por momentos turbias,
quizás a ratos añoradas.
Fue lo que tuvo que ser,
nadie pudo elegirlo y, aunque hubiéramos querido,
no conocíamos símiles a cual optar.
Nadie escoge, se vive, se agota y después se añora.

Hoy, pasados  los cincuenta me pregunto,
-en muy pocas ocasiones, es cierto-
si sirve de algo las añoranzas de otro tiempo,
esa gente que pasó por tu vida y desaparecería más tarde
dejando más silencios que el bullicio de entonces,
desoyendo los pocos recuerdos que van surgiendo
mientras el reloj incansable continúa su camino
con su adormecido y pausado tic tac.

©Mario M. Relaño 


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