Apareció en aquella atípica
travesía por los mares del sur de Chile. Nunca antes había oído hablar de él y
no fue hasta que llegué a destino cuando los lugareños de aquel pueblito de mar
de las islas Chiloé me contaron las historias de tantos y tantos marineros que ya
se lo habían encontrado. Unos me decían que eran leyendas. A otros se les
quedaba la cara blanca si les preguntaba.
Era un mar en calma el de
aquella noche. Apenas se oía el ligero roce de nuestro barco con el mar cuando entre la neblina se vislumbró lo que
parecía un buque en la lejanía. A su alrededor, un tenue halo de luz amarilla y
una maravillosa música como si proviniera de cubierta y la tripulación
estuviera en una fiesta.
Cuanto más nos acercábamos al
buque vecino, más daba la impresión de que estaba parado y vacío. Incluso
abandonado. Sus velas parecían jirones de tan rasgadas que estaban y al casco
le faltaba una buena mano de pintura. A pesar de la música, no se intuía
movimiento en cubierta.
Apenas un parpadeo después, el
barco había desaparecido de mi vista. Por el contrario, en su lugar, un madero
flotaba y era rodeado por decenas de delfines que saltaban juntos.
Yo era el único que estaba en
cubierta aquella noche y nadie pudo contemplar aquel barco. Yo sólo fui testigo
de la aparición y desaparición de aquella
extraña nave. Pero al momento, un revuelo en los camarotes me indicaba que algo
ocurría. Y vaya si ocurría. Dos hombres habían muerto sin causas aparentes, me
contaron.
El día amaneció tal cual se
fue la noche, rodeado de misterio y silencio. Nuestro barco continuó la
travesía con el mismo mar en calma pero con el silencio acongojado de todos
nosotros. Sólo yo intuía que esas muertes tenían relación con el barco que
desapareció. O así al menos lo creía.
Fue ya en tierra, días después
del arribo, cuando al fin un isleño me narró las historias que se escuchaban en
la isla. Para unos mito para otros realidad, el Caleuche, contaban, era un
barco fantasma que aparecía entre la niebla. Con o sin tripulación, decían que
morías si lo mirabas fijamente. También que era el salvador de náufragos pero
que estos se convertían en marinos del Caleuche de por vida. El barco
desaparecía a su antojo y podrían pasar siglos sin que nadie de él supiera.
Tiempo pasado dudé de lo que
aquella noche vi. Es tan irreal la historia que quizás sea todo una leyenda. Pero
tengo la certeza de que en aquel momento yo no dormía. Y dos hombres murieron
al mismo tiempo, a pesar de que se certificó su muerte como de natural.
©Mario M. Relaño
Publicado en la Revista
NU2
1 comentarios amigos:
No me gusta volar en avión. Desconfío de la física. Creo profundamente que un día de estos saldrá una noticia explicando que es imposible que los aviones vuelen y todos caerán al mar.
Navegar no me importaba hasta ahora. Pero confío en que este relato sea producto de tu imaginación y no una verdadera leyenda. Ni se te ocurra contestarme.
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