Intenté posar mi boca sobre la suya,
pero sus labios permanecían cerrados.
¿Qué te pasa? –me
atreví a preguntar.
Una lágrima boba brotó de sus ojos
sin pedir permiso.
Me di cuenta que estaba intentado besar a una estatua de
bronce.
Hice inventario de mis propósitos
y empapé mi almohada con el silencio de una noche
cualquiera.
Mis palabras se convirtieron
en el monólogo más frío de toda una vida.
Me desnudé y toqué su cuerpo helado.
Sus muslos me incitaban a mirarlos,
al igual que sus labios llamaban a ser besados.
Sus ojos estaban perdidos.
La música hacía ya tiempo que se apagó
y sólo pude penetrar su ser con mis palabras.
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2 comentarios amigos:
...palabras que resonaban
en su interior,
como la más hermosa melodía,
llenando los huecos
dejados por el escultor
hasta conformar un nuevo corazón,
dónde iba guardando
los besos que le daba.
Cuando se logra penetrar en el cuerpo del otro tan solo con la palabra se alcanza el éxtasis del silencio.
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