Qué grande puede ser la tumba

>> miércoles, 30 de mayo de 2012


El poder que tiene sobre mí
unas letras escritas,
y que cuando cierro el libro
permanecen en mí hasta muy adentrada la mañana.
Mojo esos sentimientos en mi café
y se ahogan por la congoja.
No abogo por quedarme por siempre,
si no por estar
de la manera que se me consienta.
Pero no morir desterrado en el olvido.

¡Qué grande puede ser la tumba
para mi cuerpo tan pequeño!

Dame más palabras,
qué yo me encargaré de coserlas y rimar tu vida,
extenderé tus sábanas
para taparte si acusas el frío de la madrugada,
el azúcar
para endulzar tus lágrimas y que sean almíbar.
Pero no,
no me condenes al olvido…



2 comentarios amigos:

Anónimo 31 de mayo de 2012, 18:17  

No es el olvido
sino este mar en calma,
sin un árbol
que oculte los rayos del sol
que me están secando,
lo que me impide avanzar.

Solo necesito un poco de aire
que insufle mis pulmones
para poder soñar
un viento que me empuje
hasta la próxima orilla
que ya se deja entrever en el horizonte.

© José A. Socorro-Noray 3 de junio de 2012, 9:51  

Me has recordado un poema que escribí hace unos meses y que te dejo aquí:


Los cerezos han perdido la flor
y ya no perfuman el sueño.
El tiempo se hace laberinto
donde crece el vértigo.

La noche vuelve a ser rueca
de ausencia y soledad.
El océano es oscuro abismo
entre nuestros cuerpos.

El verso sólo rezuma silencio
donde se teje el olvido.



Por mucho que lo queramos negar, estamos condenados al silencio y al olvido.


Un abrazo fuerte.

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