Nadie tiene duda de que cada día
amanece. Quien inventara la vida, así había deseado que fuera. Pero no tenía
por qué gustarnos a todos. O más bien, no tenía por qué gustarnos siempre.
Así lo debió de pensar Matías, un
vecino de mi edificio.
Matías fue ferroviario, hoy era
jubilado, era viudo y vivía solo. A pesar de lo poco que le conocía, presentía
que Matías no era feliz. Quizá me lo decía la expresión de su cara cuando le
miraba, o tal vez me lo hacía pensar su parquedad en palabras, esa sobriedad
con la que saludaba. Probablemente su extraño comportamiento fue lo que me hizo
observarle con mayor detenimiento durante una larga temporada.
La primera vez que empezó a intrigarme
su actitud, fue una madrugada que me sorprendió desvelado y envuelto entre papeles,
tratando de escribir el poema más bonito del mundo. Apenas había dormido un par
de horas, pero eso me bastaba para seguir trabajando. Últimamente, apenas
dormía.
Esa mañana sentí una especie de
ligero ruidillo en el exterior. Nuestro edificio estaba situado en una calle
muy poco transitada de la ciudad, por lo tanto se vivía muy tranquilo, motivo
por el cual había alquilado el apartamento hacía ya dos años y por ello, me
sorprendió escuchar algo a esas horas. Apenas sentí un leve ruido en la calle,
y a pesar de no resultar nada extraordinario, dejé de lado mi carpeta repleta
de letras desordenadas, me reincorporé de la cama y me asomé a la ventana. Al
principio no veía nada, pues la luz de esa hora de la madrugada era una mezcla
de querer y no poder. Pero al fin reconocí a mi vecino Matías que se
incorporaba como si acaso se hubiera agachado para recoger algo. No le di
demasiada importancia cuando comprobé que enseguida entraba en el portal.
A la mañana siguiente, la
madrugada me sorprendía nuevamente desvelado y trabajando. Y sobre la misma
hora que el día anterior, volví a percibir una leve presencia sonora en el
exterior. No puedo decir que fuera un ruido molesto, pero se sentía como que en
la calle algo se movía. Y una vez más, primero una figura humana y después
Matías, se metían de lleno en la retina de mis ojos cuando me asomé a la
ventana.
No sabía qué, pero algo de esta nueva
situación matinal me intrigaba. Notaba cierta extrañeza en esos madrugones de
Matías al mismo tiempo que esa luz chocante que iluminaba la mañana y esa
sensación de frescor y tal vez belleza, me producía un cambio de estado anímico
que hasta ahora no me había pasado. Todo era extraño. Algo cambiaba en mí, en
el entorno y la situación, y no conseguía saber que era.
Matías saluda con apenas un
movimiento de cabeza cuando nos encontrábamos en el rellano de la escalera. No
eran muy frecuentes nuestros saludos, pues apenas coincidíamos en horarios, pero
siempre que esto ocurría, yo le añadía más palabras que él al saludo.
Otra noche más en vela (esto se
estaba convirtiendo en una constante en mi vida), estaba incómodo en casa y
quise salir a pasear. La calle estaba vacía y poco iluminada. Era una calle
estrecha, adoquinada, sin árboles, con edificios relativamente altos y no muy
nuevos, donde durante el día era difícil que los rayos de sol la calentaran en
exceso. Me gustaba mi barrio aunque algunas veces me parecía triste. Quizá lo
pensaba ahora porque nos encontrábamos de lleno en el otoño y los días eran más
grises. O tal vez porque hoy era una noche sin luna.
Caminé durante aproximadamente
media hora, rodeé después el parque más cercano y me adentré en él,
permaneciendo un rato sentado en un banco y observando cómo el cielo quería ya
cambiar de color. El amanecer pronto nos cubriría por completo. Salí del parque
y me encaminé de nuevo hacia casa.
Cuando ya enfilé en línea recta
mi calle, vi que a lo lejos estaba Matías. Pero ¿qué estaba haciendo? Mis ojos le
observaron atónitos. La primera reacción al verlo fue de absoluta incredulidad. Matías parecía estar colocando una especie de
baldosas a lo largo de toda la calle, una a una, de una acera a otra, como si
del mejor albañil se tratara. Cual no sería mi sorpresa al comprobar que Matías
se reflejaba en cada una de las baldosas antes de colocarla. ¡Las baldosas eran
auténticos espejos!
¿Cómo era posible que aquel
hombre estuviera embaldosando toda una calle, él solo y a esas horas de la
madrugada? Y lo más inverosímil ¿cómo era posible que las baldosas fueran
espejos?
Nos limitábamos –según sus
palabras- a caminar por la vida mirando la punta de nuestros zapatos. Y nunca
guardábamos un instante del día para mirar el cielo que es realmente donde
estaba lo bonito del día. Por eso,
madrugaba cada mañana para poner grandes espejos sobre los adoquines de la
calle y poder así conseguir el reflejo del cielo. Los adoquines tenían excesiva
sequedad para él y eran demasiado grises. Según me contó más tarde, Matías no
estaba contento con lo que por las mañanas veía en la vida. Y pensaba que a
todos sus vecinos les sucedía lo mismo que a él. No podía imaginar que la vida
fuera del color del adoquín, de su sequedad, de su tristeza. Eso era lo que
todos pensaban de la vida porque nadie era capaz de mirar hacia arriba y
contemplar el cielo. Por eso él se encargaría de traer el cielo cada mañana hasta
los ojos de los demás y que la vida les pareciera más bella.
Mi reacción al descubrirlo fue
ocultarme en la esquina y dejarlo terminar. Una vez que la calle estaba alicatada,
él entró en el portal y desapareció.
Entonces me di cuenta que mi día
era hermoso, que el aire era más fresco que minutos antes y tenía más capacidad
pulmonar para absorberlo, que olía a frescor, que había más luz y por
consiguiente lo veía todo con más claridad.
No sabía por qué hasta que me di
cuenta que estaba caminando por el cielo. Me daba la sensación de estar
flotando e incluso podía ver cómo mis propios pies pisaban las nubes.
Me quedé parado cuando contemplé
que la gente que ya comenzaba a caminar por la calle sonreía, se saludaban unos
a otros. Incluso quise ver que algunos danzaban en lugar de andar.
Al llegar a casa, tenía un cúmulo
de sensaciones que necesitaba transmitir y no era fácil transmitir sensaciones.
Mi única forma de intentarlo era a través de los poemas. Y hoy, hoy sabía que
escribiría el poema más bonito del mundo.
2 comentarios amigos:
Precioso!!!
Libro.
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