Las mañanas de Matías

>> lunes, 21 de mayo de 2012



Nadie tiene duda de que cada día amanece. Quien inventara la vida, así había deseado que fuera. Pero no tenía por qué gustarnos a todos. O más bien, no tenía por qué gustarnos siempre.
Así lo debió de pensar Matías, un vecino de mi edificio.

Matías fue ferroviario, hoy era jubilado, era viudo y vivía solo. A pesar de lo poco que le conocía, presentía que Matías no era feliz. Quizá me lo decía la expresión de su cara cuando le miraba, o tal vez me lo hacía pensar su parquedad en palabras, esa sobriedad con la que saludaba. Probablemente su extraño comportamiento fue lo que me hizo observarle con mayor detenimiento durante una larga temporada.

La primera vez que empezó a intrigarme su actitud, fue una madrugada que me sorprendió desvelado y envuelto entre papeles, tratando de escribir el poema más bonito del mundo. Apenas había dormido un par de horas, pero eso me bastaba para seguir trabajando. Últimamente, apenas dormía.
Esa mañana sentí una especie de ligero ruidillo en el exterior. Nuestro edificio estaba situado en una calle muy poco transitada de la ciudad, por lo tanto se vivía muy tranquilo, motivo por el cual había alquilado el apartamento hacía ya dos años y por ello, me sorprendió escuchar algo a esas horas. Apenas sentí un leve ruido en la calle, y a pesar de no resultar nada extraordinario, dejé de lado mi carpeta repleta de letras desordenadas, me reincorporé de la cama y me asomé a la ventana. Al principio no veía nada, pues la luz de esa hora de la madrugada era una mezcla de querer y no poder. Pero al fin reconocí a mi vecino Matías que se incorporaba como si acaso se hubiera agachado para recoger algo. No le di demasiada importancia cuando comprobé que enseguida entraba en el portal.

A la mañana siguiente, la madrugada me sorprendía nuevamente desvelado y trabajando. Y sobre la misma hora que el día anterior, volví a percibir una leve presencia sonora en el exterior. No puedo decir que fuera un ruido molesto, pero se sentía como que en la calle algo se movía. Y una vez más, primero una figura humana y después Matías, se metían de lleno en la retina de mis ojos cuando me asomé a la ventana.
No sabía qué, pero algo de esta nueva situación matinal me intrigaba. Notaba cierta extrañeza en esos madrugones de Matías al mismo tiempo que esa luz chocante que iluminaba la mañana y esa sensación de frescor y tal vez belleza, me producía un cambio de estado anímico que hasta ahora no me había pasado. Todo era extraño. Algo cambiaba en mí, en el entorno y la situación, y no conseguía saber que era.

Matías saluda con apenas un movimiento de cabeza cuando nos encontrábamos en el rellano de la escalera. No eran muy frecuentes nuestros saludos, pues apenas coincidíamos en horarios, pero siempre que esto ocurría, yo le añadía más palabras que él al saludo.

Otra noche más en vela (esto se estaba convirtiendo en una constante en mi vida), estaba incómodo en casa y quise salir a pasear. La calle estaba vacía y poco iluminada. Era una calle estrecha, adoquinada, sin árboles, con edificios relativamente altos y no muy nuevos, donde durante el día era difícil que los rayos de sol la calentaran en exceso. Me gustaba mi barrio aunque algunas veces me parecía triste. Quizá lo pensaba ahora porque nos encontrábamos de lleno en el otoño y los días eran más grises. O tal vez porque hoy era una noche sin luna.
Caminé durante aproximadamente media hora, rodeé después el parque más cercano y me adentré en él, permaneciendo un rato sentado en un banco y observando cómo el cielo quería ya cambiar de color. El amanecer pronto nos cubriría por completo. Salí del parque y me encaminé de nuevo hacia casa.

Cuando ya enfilé en línea recta mi calle, vi que a lo lejos estaba Matías. Pero ¿qué estaba haciendo? Mis ojos le observaron atónitos. La primera reacción al verlo fue de absoluta incredulidad.  Matías parecía estar colocando una especie de baldosas a lo largo de toda la calle, una a una, de una acera a otra, como si del mejor albañil se tratara. Cual no sería mi sorpresa al comprobar que Matías se reflejaba en cada una de las baldosas antes de colocarla. ¡Las baldosas eran auténticos espejos!

¿Cómo era posible que aquel hombre estuviera embaldosando toda una calle, él solo y a esas horas de la madrugada? Y lo más inverosímil ¿cómo era posible que las baldosas fueran espejos?

Nos limitábamos –según sus palabras- a caminar por la vida mirando la punta de nuestros zapatos. Y nunca guardábamos un instante del día para mirar el cielo que es realmente donde estaba lo bonito del día.  Por eso, madrugaba cada mañana para poner grandes espejos sobre los adoquines de la calle y poder así conseguir el reflejo del cielo. Los adoquines tenían excesiva sequedad para él y eran demasiado grises. Según me contó más tarde, Matías no estaba contento con lo que por las mañanas veía en la vida. Y pensaba que a todos sus vecinos les sucedía lo mismo que a él. No podía imaginar que la vida fuera del color del adoquín, de su sequedad, de su tristeza. Eso era lo que todos pensaban de la vida porque nadie era capaz de mirar hacia arriba y contemplar el cielo. Por eso él se encargaría de traer el cielo cada mañana hasta los ojos de los demás y que la vida les pareciera más bella.

Mi reacción al descubrirlo fue ocultarme en la esquina y dejarlo terminar. Una vez que la calle estaba alicatada, él entró en el portal y desapareció.
Entonces me di cuenta que mi día era hermoso, que el aire era más fresco que minutos antes y tenía más capacidad pulmonar para absorberlo, que olía a frescor, que había más luz y por consiguiente lo veía todo con más claridad.
No sabía por qué hasta que me di cuenta que estaba caminando por el cielo. Me daba la sensación de estar flotando e incluso podía ver cómo mis propios pies pisaban las nubes.
Me quedé parado cuando contemplé que la gente que ya comenzaba a caminar por la calle sonreía, se saludaban unos a otros. Incluso quise ver que algunos danzaban en lugar de andar.

Al llegar a casa, tenía un cúmulo de sensaciones que necesitaba transmitir y no era fácil transmitir sensaciones. Mi única forma de intentarlo era a través de los poemas. Y hoy, hoy sabía que escribiría el poema más bonito del mundo.


2 comentarios amigos:

Anónimo 21 de mayo de 2012, 20:26  
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo 22 de mayo de 2012, 8:14  

Precioso!!!

Libro.

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