El museo abstracto

>> domingo, 22 de abril de 2012

El despertador atronó a las 6.00 de la madrugada como era su costumbre. Yo le hice caso, como también era mi costumbre. Su sonido era provocador y tremebundo. Por eso mismo, al tiempo que lo odiaba, me levantaba. Yo, era un chico fácil.

Mi primer quehacer en esas tempranas circunstancias, a parte de vaciar mi vejiga y lavarme las legañas, era poner la cafetera, preparar dos tostadas con mermelada de zanahoria y leer algún capítulo del libro que tuviera en ese momento entre manos.

Después, cuando ya empezaba a clarear, cuando el reloj de la cocina marcaba las siete, disfrutaba saliendo a respirar el primer aire de la mañana. Primero, me dirigía a la terraza para contemplar el cielo y ver como cada día me sorprendía con colores diferentes. Al rato, salía a dar una vuelta a la manzana para sentir el fresco en mi rostro.

Y aquí comienza el relato. El relato es la crónica de las primeras horas  de mis mañanas, de mis experiencias, de mis sensaciones y de mis pensamientos. El relato es un relato silencioso y artístico. Es un relato muy fresco y sobre todo, es una narración muy olorosa…

Yo salía de casa siempre sonriente. El poder combinar lectura con café y el conseguir contemplar por unos instantes el cielo, me llenaba de una energía positiva y de una capacidad de sonreír que me duraba la mayor parte de la jornada. Esta era mi hora preferida del día.

Jemmy era el primero con quien me encontraba cada mañana. Jemmy era pequeño pero hermoso, con un bello pelo rizado negro. Apenas me miraba, todo apático. Eso sí, Jemmy tenía la capacidad, a pesar de su escasa corpulencia, de plantar tremendas mierdas en mitad de la calle. ¡Qué lindo perrito era Jemmy!
Jemmy salía con prisa cada mañana de la casa más cercana a la mía, atado a una correa que Celia, la niña repulsiva de mis vecinos, llevaba. Sus padres eran encantadores, pero la niña era una hija de su madre. Casi sin haber terminado Jemmy de dejar su regalo en la acera, la niña Celia tiraba con fuerza de la correa para seguir el recorrido.
El recorrido era breve, tan sólo daban la vuelta alrededor de las cinco casas para llegar a la parte trasera de estas. Apenas unos metros.

Y allí,… allí… allí era el deleite de la mañana.
Jemmy, volvía a cagar. Sí, cagaba yo creo aposta para joder, o quizá por la envidia de ver como Chuscky, Luna, Ariel, Boby y otros tantos lindos perritos, hacían lo propio. Allí todos cagaban a su libre albedrío. ¡Era la fiesta de la mierda!

Mientras, la ceñuda Celia sujetaba la correa de Jemmy con una mano y hurgaba su teléfono móvil con la otra.
Al igual que a Celia, también reconocía cada mañana a Susana, con su bata rosa de guatiné, a Felipe con esos pelos sin peinar y las legañas en los ojos, a Teresa con los rulos y el chándal,… Y otros tantos rostros conocidos, pero que aún no lograba ponerles nombres.
Felipe escupía en el suelo. Susana fumaba su primer cigarrillo de la mañana, tosía  y lo apagaba en el suelo pisándolo con sus zapatillas Hello Kitty de fieltro,… Había un chiquito joven que escuchaba música en su mp3 con los auriculares insertados en sus orejas. El caso es que, mientras los lindos perritos cagaban a sus anchas, los dueños ni se miraban. Cada uno iba a lo suyo. Claro -pensarán ustedes- eran unas horas demasiado tempranas para entablar conversación y hacer vida social.

¡Y lo bonito que quedaba el solar! Yo, que cuando compré mi casa pensé que terminarían haciendo unos jardines agradables en ese solar, donde poder salir a leer al caer la tarde,… Ya me decía mi madre: “hijo, que inocentón que eres”.

Y sí, el jardín lo era. Era un jardín abstracto que, a través de la mierda, se podían observar todas las piezas de la colección. Una colección que daba la impresión de que uno está por entrar en una burbuja: un lugar agradable, orgánico y confortable. Lo cierto es que, detrás de la construcción de estas piezas hay una serie de operaciones morfológicas muy precisas. Precisas y sobre todo, olorosas. Era un jardín diferente, que a pesar de carecer de vegetación y flores de diferentes colores, siempre tenía olor.

Y yo desde la esquina, tratando cada mañana que todo fuera diferente y que el aire que recibiera fuera limpio, puro y renovado, contemplaba como Jemmy y sus amigos Ariel, Chuscky, Luna y Boby se cagaban en las aceras y solares de alrededor de mi casa, bajo la atenta mirada de sus dueños. Y eran estos encantadores animalitos y sus educados y cívicos dueños los que hacían que cada mañana pudiera agradecer que me salieran unos pólipos nasales y evitasen así que los efluvios de sus heces me descompusieran el estómago recién calentado con mi café.

THE END


Nota del autor.- Los nombres de personas y animales que aparecen en este relato son ficción. No así las mierdas que cada día aparecen en nuestras aceras y calles, debido al poco civismo de muchas personas que dicen amar a los animales y sólo saben comportarse como ellos. ¡Salud!



1 comentarios amigos:

Anónimo 23 de abril de 2012, 11:06  

Exquisita recreación de algo, por desgracia, muy cotidiano.

  © Blogger templates Shiny by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP